28.12.10

Feliz año 2011

















Me tomo unos días de descanso para volver en enero. Pero no me voy sin antes desear un mejor año para el cine peruano y para una cartelera menos condescendiente con el gusto que moldea Hollywood. Por una ley de cine que valga la pena.
Por un año con mejores películas y mejores cinéfilos. Feliz 2011.


Luna de hiel de Roman Polanski



200 cigarrillos




Cronos de Guillermo del Toro



27.12.10

Tron, el legado












Tron, la película de Steven Lisberger de 1982, se convirtió en un hito del cine de animación por computadora y fue una pionera en introducir los nexos entre el mundo real y la "realidad virtual", por así decirlo. Si bien con los años los efectos especiales y el planteamiento general de la película resultan inocuos e ingenuos, Tron es una referencia obligada si es que se piensa en los padres de Matrix y compañía en torno a la humanización de los programas y diversas interpretaciones de lo que Braudillard denomina "simulacro". En este filme, Jeff Bridges (Kevin Flynn) encarna la náusea en los tiempos de los juegos Arcades, y su ingreso humano al mundo lógico de logaritmos y entelequias programadas, se pierde en la artificialidad y vacíos de los personajes-programas con los que se regodea. Y veintiocho años después, el nuevo Tron, el legado (EEUU, 2010) tampoco tiene mucho qué decir en este aspecto. A Tron le gana lo visual en estado casi puro.

Tron, el legado es una continuación de la versión de 1982 y extiende la historia con la aparición del hijo de Kevin Flynn, Sam (Garrett Hedlund), quien logra ingresar al mundo creado por su padre, quien ha perdido el control y se mantiene al margen del gobierno de Clu, su clon maligno (un Jeff Bridges más joven y digital). Este Tron es el típico cuento sobre un elegido que llega a un pueblo oprimido, o en este caso militarizado y liderado por una suerte de Fuhrer de traje de látex y fosforescencias. Mas bien la historia de rebelión y huída es más de lo mismo, incluso darle calidad de maestro zen al veterano Bridges resulta hilarante, sin embargo la historia es lo de menos. Tron, el legado no intenta ser una Matrix con su rollo mesiánico. Tron, está en nada, sólo le interesa ser espléndida en recrear este universo virtual de confines oscuros y competencias luminosas para delicia en 3D.

Tron, el legado no es del todo una decepción. Su fuerza visual exacerbada en 3D sólo dura dos o tres secuencias y eso es lo que le sobrevive al filme. La secuencia de discos y la competencia en las motos de luces siguen siendo piezas claves en el diseño de este universo de olimpiadas de la muerte, pero se pierden al final de cuentas en las aspiraciones filosóficos religiosas que brotan de los labios de un viejo Bridges de caricatura. Incluso, la muy promocionada banda sonora elaborada por Daft punk resulta un bluff si tenemos en cuenta que la libertad de la dupla francesa sólo se siente en la escena en el bar, donde aparecen en un cameo y en una que otra escena de competencia.

Prefiero el Tron de 1982, aunque por momentos sea aburrida.

Trailer de Tron (1982)




Secuencia de competición en las motos de luces en Tron (1982)



Discos en Tron (1982)



El plus de Tron el legado

26.12.10

Balance 2010. Parte IV. Estrenos fuera de la cartelera comercial













Menciono algunas películas vistas en festivales y muestras en este año 2010, aunque algunas ya las había visto en otras ocasiones:

Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán. Un documental espléndido sobre el sentido de la memoria y la búsqueda de la verdad, que resulta siempre inconclusa. Desaparecidos, galaxias, planetas en la misma dimensión de lo inasible. De lo mejor que vi en este año, definitivamente.

Los labios de Ivan Fund y Santiago Loza. Tuve reparos, me mostré reticente, me resistí, sin embargo, la seguí pensando. Su propuesta, al final de cuentas, me cautivó a ritmo de Manolo Galván.


The ghost writer de Roman Polanski. Es una buena noticia que la estrenen, por fin, en el 2011. Una cinta de climas, de dudas en el espacio de una isla, un thriller alucinado. Estupendo Ewan MacGregor.

Policía, adjetivo de Corneliou Porumboiu. Tiempos muertos, nada de música y un estilo seco para adentrarnos en la Rumania de las leyes insólitas a través de un policía escrupuloso. Increíble que 12:08 al este de Bucarest se haya estrenado en cartelera comercial el año pasado. Suerte imposible para esta otra cinta.

La muerte del señor Lazarescu de Cristi Puiu. Otra cita rumana, quizás una de las mejores de la década, que se pudo ver en Lima. El paciente tratado como producto hacia la muerte.

El hombre de Londres de Bela Tarr. Quizás la cinta de Tarr que menos me gusta, sin embargo tiene un uso notable del blanco y negro, en su artificialidad para mostrar un puerto nebuloso y en ocaso. Igual, es un cuento moral bien narrado, quizás con las mismas intenciones de un Bresson en El dinero.

Moscú de Eduardo Coutinho. Con los mismos recursos empleados en Juego de Escena, Coutinho esta vez se adentra en los artefactos del teatro, en cómo se van construyendo los personajes y cómo la cámara es capaz de rastrear esta mímesis en su tono documental. Lo alucinante es que se trate de una obra de Chéjov que se va descontextualizando.

Carancho de Pablo Trapero. Me gusta por el romance crudo en un contexto violento. Ricardo Darín en buena forma y no avejentado y aburrido como luce en El secreto de sus ojos.

25.12.10

La cinta blanca de Michael Haneke
















Hoy, 25 de diciembre, se estrenó en Lima esta cinta ganadora de la Palma de Oro en Cannes 2009, de uno de los directores más brutales del cine europeo, por ser el abanderado de un cine poco escrupuloso en sus temas, cuidadoso en su puesta en escena y cuestionador de diversas tesis sobre la migración o los perfiles de la Europa actual en medio del capitalismo. No es de extrañar que Michael Haneke se interesara, no ya en filmar sobre la Alemania o la Austria actual, detenido en diversos personajes obstinados en preservar su identidad frente a un mundo de cambios sociales y económicos en desmedro de muchos, sino en hurgar las semillas  ultraconservadoras de la Alemania histórica, la de las dos guerras mundiales, a comienzos del siglo XX.

La cinta blanca (Alemania, Austria, Francia e Italia,  2009) es una película con una mirada muy personal sobre el origen del nazismo y sobre la participación de un grupo de personas de rígidos modos de vida en el contexto del comienzo de la primera guerra mundial. No comparto esta visión que propone una relación casi lineal, de causa y efecto, de buenos y malos, sin tener en cuenta una dialéctica histórica más compleja sobre el pasado; sin embargo, Haneke logra armar un espacio truculento de represión moral y oscurantismo en un pueblo protestante al norte de Alemania entre 1913 y 1914 para establecer una tesis moral no con poca maestría.


Una serie de hechos criminales dilucidan las entrañas de un pueblo pequeño, que se rige de acuerdo de las leyes de un microcosmos conservador: el Barón que tiene el poder laboral y el desprecio de la mayoría de los pobladores, los campesinos que son sometidos a su trato y bajos salarios, el pastor protestante duro e implacable con sus cinco hijos, el doctor que mantiene romance con una partera a quien humilla constantemente, y un profesor que es el narrador en este nido de ratas.

Haneke da la responsabilidad de su relato a la voz avejentada del profesor (Christian Friedel), quien a través del recuerdo cuenta cómo fue su paso por Eichwald, donde fue testigo de un momento capital: la tranquilidad del pueblo se ve mellada por torturas a niños y a accidentes dudosos a adultos. Los sucesos se van dando casi de forma aislada, ya que el cineasta logra transmitir esa misma necedad o ceguera de los pueblerinos hacia estos hechos. Nadie parece alarmarse por esta sucesión de circunstancias malsanas.

La cinta blanca no es un thriller para descifrar a los culpables, mas bien Haneke se aleja de toda pista criminal para hurgar en los mecanismos que invisibilizan estos hechos de maldad, simbolizados en la cinta blanca que todo lo quiere purificar (marcas que se reproducirían años después en la segunda guerra mundial). Tampoco se adentra en cada uno de los personajes (al modo de Dreyer, ya que la fisonomía del filme nos invita a pensar en Ordet, por ejemplo) para develar sus motivaciones religiosas o morales. Poco importa que tan lejos o cerca de Dios están a través del verbo. Lo que Haneke quiere demostrar es el mundo de secretos y concesiones, las ausencias, lo que no vemos. Lo malo es que, al final de cuentas, todo se ve justificado por la llegada de la primera guerra mundial, argumentalmente hablando. La guerra es sólo una continuidad, y por ende, ya no hay nada más que explicar.

Lo interesante de La cinta blanca es cómo Haneke va a armar niveles de sospechas, dando a entender un mundo viciado de niños y adolescentes sometidos a leyes patriarcales severas, que me inspira terror, y cuyo espíritu me recuerda a cintas como La mala semilla de Mervin LeRoy o siendo exagerada a Village of the damned de John Carpenter. Nadie está libre en este mundo cerrado y moralista.

El uso del blanco y negro, a cargo de Christian Berger, para acentuar el carácter lánguido del luto constante y de la pérdida es uno de los logros mayores de esta cinta dura y especial dentro de la filmografía de Haneke. Niñas que lucen sin vida con sus horrorosos trajes negros, casas apenas iluminadas por luces de velas, y días de campo asfixiantes. Incluso un incendio puede lucir como escape, como amago de libertad en un mundo de tinieblas y días lúgubres.

La cinta blanca es una película notable, pero me parece pretenciosa en proponer el origen del "mal" de la futura Alemania nazi de modo tan sutil. Igual, a Haneke se le puede perdonar eso.


24.12.10

Navidades malditas

















La navidad en el cine ha sido casi siempre sinónimo de buenas intenciones, sin embargo, suelo recordar aquellas películas donde el momento ha sido ideal para cosas un poco más oscuras, claro desde el lado del humor, el horror y el cinismo también.

Como saludo navideño al estilo de El Grinch, les dejo una lista de películas que elevan el espíritu en estas fechas.

El día de la bestia de Alex de la Iglesia. Se presume que el Anticristo nacerá en algún lugar de España el 25 de diciembre de 1995.



Black Christmas
de Bob Clark (1974). Margot Kidder es presa de un asesino psicópata que ataca en Navidad.



Remake de Black Christmas de Glen Morgan (2006). Un acosador ataca a seis chicas en la noche buena.



The children de Tom Shankland (2008). Cinta británica donde un virus convierte a unos niños en asesinos malditos, aguando las navidades.




23.12.10

Balance 2010. Parte III. Estrenos cartelera comercial.











Este año me he llevado un fiasco con la cartelera comercial, hasta tal punto que me es imposible encontrar una lista de diez mejores buenas películas. No voy a bajar mi valla por completar esos diez y colocar a cintas regulares o menores, o que me gustaron y que tras una segunda visión me dejaron de convencer.

Este año fue malo para los cinéfilos, más aún si me pongo a revisar la cartelera de otros países de la región (Argentina, sobre todo). Lástima que la actual Filmoteca no llene esos espacios frente a la ausencia de una cartelera comercial mejor nutrida. No tengo nada en contra de Hollywood, incluso una de las mejores películas de este año 2010 es un taquillazo, un blockbuster. Ni modo. Es inevitable ver en nuestros cines todos los exitazos  que EEUU propone, incluso de su cine independiente cada vez venido a menos, pero no estaría demás pensar un poco que el público espectador sí tiene el derecho de conocer otras cinematografías en pantalla grande.

Estoy harta de ir al cine y conformarme con lo que hay. Harta de ver con envidia cómo estrenan cintas de Marco Bellocchio, Nobuhiro Suwa, Corneliu Porumboiu o Bruno Dumont en otros países sudamericanos. No, aquí no hay nada de eso, porque lamentablemente las distribuidoras entienden al espectador como una persona vedada a este tipo de cine. Un desprecio total. Al público pongámosle más Harry Potter, más películas de acción con Denzel Washington, cintas de terror dobladas con un dejo español y cortadas porque igual no se darán cuenta.

Igual se va argüir que el espectador peruano es mediocre, que compra piratería y que ve todo lo que Hollywood le da, que no quiere ver películas peruanas y que se conforma con ver  a comienzos del año algunas nominadas al Oscar. Espero sí, que el año 2011 sea mejor, que por lo menos exista una cartelera al final del año menos vergonzosa. Basta ya de una cartelera pobre e insensible frente a lo que pasa en el cine mundial. No digo que de pronto vaya a ver cine malayo, indoneso, turco o paraguayo en un Cineplanet, pero por lo menos lograr la consolidación de alguna distribuidora alternativa, como sucede en otros lados, donde viven tirios y troyanos.
Esta es mi lista del luto:

1. Toy Story 3  de Lee Unkrich
2. Enemigo interno de Werner Herzog
3. Déjame entrar de Tomas Alfredson
4. La isla siniestra de Martin Scorsese

No más.


5. Agrego a La cinta blanca de Michael Haneke, estrenada 25 de diciembre.

22.12.10

Balance 2010. Parte II. Cortometrajes peruanos
















Señalo algunos  puntos o categorías para comentar el estado de los cortometrajes peruanos que he visto a lo largo de este año 2010, que me ha parecido un año optimista en cuanto a número de trabajos y temáticas, aunque me faltó ver más trabajos de regiones. Es curioso que se haya apostado, en su mayoría, por realizar cortos de ficción, orientados a la comedia algo cínica, al fantástico o al thriler, y lamentablemente, dejado de lado el documental.

La necesidad de la truculencia.  Es como si de pronto desarrollar un tema escabroso o disfuncional fuera sinónimo de captar la total atención del espectador  y,  por ende, contar una historia de tensión asegurada. Hijos que matan a sus madres, bebés mutantes, tipos desahuciados, padres cafichos, madres prostitutas y maltratadas o, simplemente, personajes anodinos, tontos, exagerados. No me refiero a la libertad creativa, es decir, se puede hacer cine del hecho más anecdótico,  se pueden hacer películas del personaje más inútil que pueda existir, no cuestiono el tema, el discurso, sino cómo que es una generación cree que esa es la fórmula asegurada de la narración “lograda” en menos de veinte minutos. Ese es el caso de Jáuregui  de Víctor Manuel Checa, sobre la relación semi incestuosa  entre madre e hijo en un ambiente medio sórdido, rodado en el sur de Lima. O el caso de Ezequiel  de Aaron Rojas, sobre el delirio de una madre casi anciana frente a su hijo que sufre una claro retardo mental, ante el cual no sabe si ser víctima o verduga. Ambos son cortos que cuidan sus cualidades expresivas, su dirección de arte, la fotografía, pero los temas (mal tratados al final de cuentas) me arruinan todo eso.

¿Puedo generalizar este punto de valoración como extensivo a los demás cortos? No, pero sí me resulta a la larga un lugar común apelar a lo exacerbado y escabroso, a lo “diferente”, al margen de los resultados estéticos que puedan tener. Porque cortos como La región invisible, que se inscribe en el lado más oscuro de inconsciente, o como El tercero, se arriesgan con temas igual de inverosímiles, pero su tratamiento los hace creativos, fuera de lo común. En el polo opuesto está Miraflores no es Buenos Aires  y Legado de los Cárpatos de Cristian Cancho, el mismo cineasta de La farándula, ambos cortos inscritos en una onda bizarra y de humor involuntario, más en una onda del fantástico, pero que al final de cuentas resultan ejercicios inocuos.
La cámara filma, pero no dice nada.  La moda de los planos fijos y sus adeptos. Dejas que la cámara complete todos los significados, por el hecho de encenderla y dejar “que todo fluya” no es sinónimo de vivir y expresarse a través del cine. El más extremo ejemplo de este punto están en los cortos de Jonatan Relayze  Días van y Mirada Tusán, soluciones fáciles a la idea de contar algo en un solo plano (Mirada Túsan) o dar una explicación al curso el tiempo en Días van, en base a una serie acumulada de planos fijos sin mucho que mostrar. En otra variación de este punto está el corto La ruta de los aviones de Daniel Bustamante Philipps, donde vemos a Miguel Iza metido en una habitación en planos secos y decolorados. Ciudad manjar de Mauricio Godoy y Brennan Barboza se ve como un cúmulo de fotos bien hechas sobre Zaña, pero nada más. Construye poco acerca del lugar como si el plano fijo que recibe de vez en cuando a un burro a un grupo de personas caminando ya lo dijera todo. Un naturalismo snob.
Tolva de César Fe es un caso similar, que se salva por una secuencia de ruptura gracias a la aparición de una banda de jazz que evoca a la locura (es una de las escenas entre los cortos que más me ha gustado).
Cine de diálogos y situaciones. Rumeits y DO-MIN-GO de Gonzalo Ladines son dos apuestas interesantes donde la oralidad y los modismos adquieren preponderancia, sin descuidar la puesta en escena. Planos fijos que se sostienen en cómo los personajes hablan de sí mismos, en las maneras de los jóvenes de clases medias al resolver sus disyuntivas interpersonales. Hace tiempo que no disfrutaba de diálogos verosímiles y sentido del humor cínico e inteligente. Si bien en Rumeits se nota la verborragia y la frescura, en DO-MIN-GO se oscila entre la resaca y la incomodidad de los gestos. Ladines maneja bien ambos registros y eso ya es bastante.
Punto aparte. Me es imposible mencionar todos los cortos con detalles  interesantes que he visto en este 2010, pero si quiero mencionar dos casos. El primer hallazgo de Julio Cesar Parra, narrado al mejor estilo de El proyecto de la Bruja de Blair, me parece una historia llena de prejuicios (la investigación sobre la muerte de una turista europea a manos de un campesino, quien es defendido por un pueblo iracundo que odia a los “gringos”), pero que en fondo es una delicia del humor involuntario y de dejadez visual. Un punto especial para Wambla light, corto inclasificable, pero ante todo, una experiencia inusual dentro del cine que se hace en regiones. Un inmenso trabajo de producción y postproducción que no se puede dejar de lado.
Tengo la sensación que en este año le ha ido mejor en un plano estético a los cortometrajes en el cine peruano (desde el uso de cámaras digitales de última generación en Regreso de Alejandro Burmester hasta la textura de una lomo en San Felipe de Antolín Prieto), pero no encuentro aún al cortometraje que me conmueva. Sin embargo, tengo cinco favoritos en orden de apreciación:
Función macabra de Diego Vizcarra
La región invisible de Aldo Salvini
Rumeits de Gonzalo Ladines
El tercero de Iván D’Onadío
Regreso de Alejandro Burmester

21.12.10

Balance 2010.Parte I. La palabra "Cine" en el Perú, al final de cuentas, me deprime















Este año ha habido de todo en el panorama del cine peruano. Si  la vida se hubiera encargado de hacer una película con todo lo que ha sucedido en este año, fijo que se hubiera estrenado una comedia bizarra, grabada en cámara en mano, con actores no profesionales y con harto humor negro involuntario. No me refiero necesariamente a las buenas noticias de este 2010 que ya se va: una película nacional nominada por primera vez al Oscar, otra cinta premiada en Cannes (Octubre) y la aparición de un filme recio y diferente como Paraíso de Héctor Gálvez, que enciende un poco mi optimismo en torno a la apuesta creativa y comprometida acorde con los tiempos de cambio en los modos de hacer cine en un país como el nuestro (y a la cual, paradójicamente, debo un comentario en esta página).


Tampoco me refiero en este resumen "emocional" a las noticias regulares, como lo fue el estreno de Contracorriente, una película de temática discretamente conservadora y con la cual discrepo (no me da escrúpulos ponerla por su nivel estético al lado de Máncora, la coproducción española de Ricardo de Montreuil ), y a la que le fue mejor en taquilla, quizás por contar en su reparto con el colombiano Manolo Cardona, actor de telenovelas. O al regreso de dos directores ya veteranos con dos películas encima del promedio de su filmografía, Lombardi con Ella y Tamayo con La vigilia. No. Me refiero a lo que hay detrás de las películas que no existen, a la industria que no tenemos, y a los debates alturados sobre cine peruano que no encuentro. Es irónica la ficción "amateur" que hemos creado en torno al cine peruano, en torno al fracasado tema de las industrias culturales basada en teoría o literatura que aquí no funciona, o alrededor de la construcción de un cine nacional en un marco tan heterogéneo, planeado desde Lima aunque se diga lo contrario.

Se estrenaron siete películas peruanas en la cartelera comercial: Paraíso, Rehenes, Illary, Contracorriente, Ella, Octubre y La vigilia, de las cuales dos son de lo mejor que se ha hecho, lo que significa en todo caso, un buen augurio pese que para cumplirlo es necesario el amparo de los fondos internacionales (y aquí me refiero a los segundos trabajos que espero de Héctor Gálvez y los hermanos Vega). Paraiso pasó casi desapercibida pese a sus logros, que son bastantes, y Octubre aún sigue en cartelera de modo sorprendente pero en salas de multicines de Chiclayo y Piura.

También se han estrenado en circuitos más cerrados largos de Lima estrenados fuera de la cartelera comercial y largos producidos en regiones tal y como lo mencionan los blogs Cinencuentro y Retablo ayacuchano, filmes que suman más de veinte, situación que evidencia el apartheid entre la capital y sus regiones, sin cines, y circuitos alternativos de distribución. Es llamativo cómo se trata de visibilizar el cine que se hace en regiones de modo per se, es decir, juntar en un mismo saco todo un proceso de cine "nacional", de homologar oportunidades y presencias, cuando en realidad lo que vemos son experiencias de diverso calibre, de tono amateur incluso y que sí revela un espíritu por hacer un cine basado en intenciones más locales, más allá de esa tendencia al cine de horror y al melodrama.

Las películas peruanas se estrenaron en contextos terribles de casi indiferencia del público si tenemos en cuenta los taquillazos del año como Toy story 3. Paraíso no alcanzó ni cinco mil espectadores, igual que Ella de Lombardi (pese a que tuvo más ventajas en difusión). Illary de Nilo Pereira apenas sobrepasó los cuatro mil (bueno, de esto no puedo culpar al público). Contracorriente hizo cincuenta mil espectadores, nada deleznable además era de esperarse ante un filme de temática gay y actores guapos, mientras Octubre hizo casi diez mil en días de procesión. Así se abran más circuitos, más multicines, o se cree una cinemateca, es notorio que al público peruano le gusta menos su cine. No tiene que ver con representividad o afrenta estética, sino que el cine peruano es lo opuesto al gusto que le ha formado el estilo de Hollywood, y esto ni La gran sangre lo pudo captar.

El panorama de exhibición de películas nacionales no ha sido diferente al de años anteriores, tampoco el interés del público, más si se han sentido los logros a nivel expresivo con Octubre y Paraíso como ya lo mencioné. Que tengamos un par de buenas películas y que muy poca gente las vea, corrobora esa vieja letanía de que son hechas "para festivales".

Ley Procine
Lo peor del año ha sido la ley Procine, la calamidad que significaría la aplicación de esa norma para el cine peruano, y para el cine de la región, sobre todo al marcar un penoso antecendente para los países andinos que buscan desarrollar sus cinematografías para hacerle frente a esta crisis en igual o peores condiciones que la nuestra. En este tema he sido escéptica e insisto que hubiera sido mejor que no se presente ningún proyecto de ley y dejar todo como está (hacer cumplir la ley que ya existe me parece más sensato). Sólo de imaginar que las majors tengan la potestad de hacer que las personas vean más películas peruanas a costa de Mañana te cuento 4, Django 3 o El regreso de la Gran sangre, me da escalofríos. No quiero detenerme en los errores de la ley, porque ya Emilio Bustamante y Ricardo Bedoya han sido claros para dar aportes con respecto a la privatización de los fondos destinados al cine y al favorecimiento de las majors. Me interesa adivinar qué va a pasar con el cine "independiente", con las ganas de Gálvez y los hermanos Vega, y de cineastas como ellos, sobre todo jóvenes que ni llegan a los treinta años, de hacer cine.

Es increíble como el marco de esta ley Procine, en estos días tormentosos de dimes y diretes entre los bandos de la Asociación de Productores Cinematográficos del Perú (APCP) y la Unión de Cineastas Peruanos (UCP), sobre quién hace o no cine en el Perú, sobre quién va a tener más ventaja con la ley majors, o sobre si debe renunciar la gente del Conacine, permite develar el "estado" de la gente que hace cine en este país. No me imagino a Lisandro Alonso, Lucrecia Martell, Eduardo Coutinho, Carlos Raygadas o Sebastian Cordero haciendo las pases con las distribuidoras transnacionales ni mucho menos armando un debate de medio pelo con un léxico de sindicato de la General Electric de los años cincuenta. No me agrada para nada constatar esta crisis a través de comentarios e insultos que no hace más que ratificar mi pesimismo ante el sistema de gremios actual que representa al quehacer cinematográfico y ante el Conacine que tenemos. 

También, el tema Procine ha puesto en evidencia a críticos de cine de blogs que no sólo están preocupados en la dación de leyes por la mejora del cine peruano, sino en buscar la excusa perfecta para defenestrar a aquellos cineastas que ellos creen siempre favorecidos por el Conacine. La ley Procine como chivo expiatorio también para armar  más guetos que nunca, de los dos bandos, sino, por ejemplo, qué hacía el presidente de la APRECI liderando la campaña del proyecto de Ley Cabrera como parte de la UCP. Pregunto y no tengo respuesta, porque se trata también de un plano ético. Porque luego de este surgimiento de buenos y malos qué se puede esperar del nivel de la apreciación crítica de las futuras películas peruanas que surjan. Urge también un debate sobre el papel de la crítica en situaciones de crisis como ésta. La palabra cine en Perú me sigue deprimiendo.

Mañana: Balance 2010 Parte II. El estado de los cortometrajes en el Perú.

20.12.10

Correction de Thanos Anastopoulos














En su primera hora de metraje, Correction de Thanos Anastopoulos (Grecia, 2008) promete un relato seco, a través de planos secuencia mesurados,  sobre la reinserción social de Yorgos, quien acaba de salir de la cárcel y que trata de ubicarse en un entorno nuevo y hostil. 

Yorgos es un personaje fantasmal que deambula por las calles de Atenas y que a la par  refleja la intención de recuperar parte de lo que dejó en el pasado. No sabemos cuál ha sido su crimen, sólo que se hospeda en un albergue municipal y que tiene algunos planes por realizar. como contactarse con una mujer y su pequeña hija.  Un perfecto protagonista ensimismado, sin sonrisas que esbozar, que como el Argentino Vargas de Los muertos de Lisandro Alonso (ojo que sin naturalismo y tiempos muertos) sale de prisión con una meta específica: componer lo que dejó inconcluso tras su ausencia. Hasta aquí el interés de la cinta.

Sin embargo, Correction se entorpece cuando Anastopoulos intenta hacer una radiografía crítica de Grecia a partir del entorno de los barristas de los partidos de fútbol, casi pandillas ultranacionalistas y skinheads, que viven enfrentados contra los albanos y otros migrantes y que en el pasado tuvieron relación con el protagonista. El director pone demasiado énfasis en hacer evidente la culpa de Yorgos y en la dimensión de su crimen. Hay momentos que merecen tijeretazos.




19.12.10

El curioso caso de Benjamin Button de David Fincher














Ahora que David Fincher apunta al Oscar con su Red social, recupero un texto del año pasado sobre  su penúltima película, que también lucía las intenciones de ser premiada en Hollywood. 

Cuando David Fincher se atrevió a andar por otros pagos de la mano de Benjamin Button se tropezó. No más asesinos escondidos, policías frustrados o mentes que se desdoblan. A lo largo de su carrera, estableció un entorno cinematográfico plagado de la atmósfera del crimen, de fragmentos de ciudades en penumbra, de habitaciones que apenas acogen, de personajes en ascuas, pero cuyo estilo en la puesta en escena fue mutando desde el vértigo de Seven, pecados capitales, El juego o El club de la pelea, hasta la sobriedad de Zodiac, por ejemplo. Teniendo altibajos como el caso de La habitación del pánico o Alien 3 (bueno, era su primer filme y venía con toda la carga de la saga).

No hay escena tan emblemática de su cine, de pistas y verdades que engranar, como aquella del interrogatorio, donde  tres policías intervienen a un sospechoso de ser "Zodiac" en su propio centro de trabajo. "Yo no soy el Zodiac y, si lo fuera, tampoco se lo diría", dice el dudoso hombre, al parecer con poca inteligencia, mostrándose firme en sus respuestas, luciendo su mameluco gris, y tratando de decir que su pasado de pedofilia y maltrato, que hace desconfiar a Mark Ruffalo y compañía, no es nada. Sin embargo, no hay presa, la caza se hace inconclusa y la verdad se esfuma.

Un año después de Zodiac, su filme más logrado, Fincher regresó rápido con una cinta que a primera vista resultaba llamativa, que despertaba expectativa por lo menos desde los trailers, y que en suma resultó una propuesta distinta y un acercamiento al cine que era impensable en un cineasta de su naturaleza. Pero si Paul Thomas Anderson pudo hacer una película tan fascinante como Petróleo sangriento, luego de cintas como Embriagado de amor o Magnolia, Fincher podía dar el gran salto a una apuesta más arriesgada (aunque ya la había dado en cierto sentido con Zodiac) pero la diferencia es que ahora tenía más exigencias de Hollywood pero en vísperas de navidad (época de su estreno en EE.UU.). Claro, puede suponerse que se acerca a esta generación de cineastas con Red social (EEUU, 2010), lo que es un mejor paso.

El curioso caso de Benjamin Button (EEUU, 2008) cuenta por lo menos con una primera hora que atrapa y mantiene la promesa, hasta que se agota, de desarrollar una historia sobre una persona extraña en este mundo, o al menos que intenta ser normal en un mundo de extraños. La metáfora del tiempo que regresa, reflejada en ese episodio donde un Elias Koteas ciego pierde a su hijo y crea un reloj que cuenta las horas al revés, convirtiéndose en la alusión al flashback como recurso más poética del cine (o como la del reloj sin agujas en el sueño de Las fresas salvajes, guardando las distancias, como la metáfora de la muerte) se encarna en la figura que Brad Pitt da a Benjamín Button, aquel que hace corpóreo el retroceso del reloj.

Si entramos en el terreno de lo freak, porque de hecho en otras fantasías fílmicas un bebé envejecido iría para el show principal de un circo, a la manera de los personajes de Tod Browning, o para el ambiente enrarecido donde habitan los típicos monstruitos lyncheanos (como en Eraserhead o El hombre elefante), el bebé que idean los guionistas, quienes se inspiraron en el relato corto de Scott Fitzgerald, tiene toda la apariencia viscosa del bebé Sinclair (no pude evitarlo, sorry), o del bebé zombie de Braindead, pero que de raro sólo luce la vejez física (porque al final de cuentas es un bebé con las características de uno normal, llora, se le cambia pañales, se chupa el dedo). Button deja de ser diferente en un dos por tres, no hay conciencia de su condición, no tiene ninguna discapacidad, al final no llega ser un extraño para nadie. Todos son buenos y mejores amigos en el mundo de Fincher. No hay repelencia, no hay crisis.
 
Button nunca cuestiona su naturaleza ni asume su condición sino en relación al envejecimiento de aquellos que más quiere: no hay rareza que hace crecer al personaje, sólo el devenir del tiempo y el típico drama de cualquier filme de aprendizaje o historia de amor, pero la diferencia aquí es que los verdaderos "extraños" son los que enseñan: el pigmeo negro que vivía en una jaula con monos, el marino tatuado en todo el cuerpo, la nadadora frustrada que baja cada madrugada a tomar el té.

Lo expuesto supone algunas de las ideas que hace que la película me parezca simpática en su primera hora (la secuencia de los "niños" jugando bajo las sábanas en una casita de mentira tiene el tufillo de lo prohibido), donde se nota más un virtuoso rigor fotográfico (la sesión en la iglesia, el relato del relojero), que se va limpiando conforme a las épocas que se modernizan. Pero la película cuenta con casi tres horas, dos de las cuales se hacen tediosas y simples, sin la cuota de "extrañeza" que tenía el bebé o niño Button. Esbozo unas razones por las cuales la cinta de Fincher me parece floja y olvidable:

1. Se pierde el ritmo. Mientras Pitt se hace más joven, al ritmo del filme le va dando artritis. Cuando la película se hace una historia de amor más evidente y común, la fotografía logra sus momentos de ebullición y se embelesa como los diálogos y actuaciones. Fincher ha perdido todo halo de duda y los pasos de su protagonista frente al tiempo terminan siendo poco significativos o reiterativos: un Button prodigando a su padre el último sunset o un reloj moribundo en medio del Katrina. La fábula decae.

Parece decir Fincher que no se puede hablar del tiempo si no es a través de la percepción machacona de lo que pasa durante toda una vida, pero como Hollywood está llena de estas historias de nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte, no le ha quedado más opción que darle ese halo de extrañeza invirtiendo estos procesos, donde morir es igual que nacer, pero que termina siendo más de lo mismo pero necesitando la ayuda del dencorud y de los Tena al inicio. Fincher perdió una buena idea del transcurso del tiempo.

2. Fincher bajó un escalón en su filmografía, un paso atrás ante los logros de los cineastas de su generación. Si directores estadounidenses, antaño tildados de jóvenes promesas, tienen ya un estilo claro (Wes Anderson o para ir más lejos, Tarantino) o por lo menos, como el caso mencionado de Paul Thomas Anderson, ya han producido alguna obra maestra,  Fincher retrocedió con una historia clásica y típica de la sensibilidad del Hollywood más consumista: el de las taquilleras Titanic o Forrest Gump, con la que se le compara exageradamente pero vale la gracia. Quizás para la siguiente película de Ben Stiller se tenga en cuenta ya no al Tom Hanks para inspirar a Simple Jack en Una guerra de película, sino que se tendrá que buscar algún muñeco al estilo de Carlo Rambaldi para hablar un poco de los gustos dramáticos de la Academia.

3. Button es un Matzerath de un Hollywood más cauto y menos exigente. Sí, la narración tiene ese estilo, a modo de diario y en primera persona (obvio por el objeto que lee la hija de la moribunda y envejecida Cate Blanchet) y que en algunos momentos me recuerda al modo sardónico de narrar de Oskar Matzerath en El Tambor de hojalata, claro que en Button no hay burla ni exigencias. En este sentido, es una voz en off modosa, desconectada con su tiempo: no es la Alemania bajo el dominio Nazi de la novela de Günter Grass ni mucho menos, sino un drama donde la guerra asoma sin mucha belicosidad. A Benjamín le importa el amor y descubrir el mundo en todas las dimensiones posibles, (como a Matzerath, otro tipo de freak que decide no crecer a los tres años),  peor la diferencia es que Button pese a su lado raro,  resulta convencional y nada curioso en su relato. Mejor hubiera sido poner las cinco partidas de rayo y ya.

18.12.10

The rebirth de Masahiro Kobayashi





















Debo confesar que la primera vez que vi The rebirth de Masahiro Kobayashi fue una experiencia insufrible. El cineasta nos presenta a los personajes en una suerte de entrevista documental y testimonial, con los dos protagonistas en primer plano, por separado, hablando de su drama: Noriko (Makiko Watanabe) es una madre de una adolescente que mató a su amiga, y Junichi (el propio Kobayashi), es el padre viudo de la chica asesinada. Ambos, que no se conocen, viven a su manera el duelo, tratan de dar explicaciones a los sucesos y oscilan entre la culpa y el perdón. Luego de esta secuencia de confesiones y medición de estados de ánimo (quizás la única parte "oral" de la cinta"), el cineasta japonés nos traslada un año después, a un hostal ubicado en Hokkaido, donde los personajes se van a encontrar, comprender y soportar en medio del dolor de las ausencias.

A través de una puesta en escena calculada y repetitiva, asistimos a un ritual eterno de conocimiento del otro a través de acciones mecánicas. La trama de vivir con el enemigo bajo el mismo techo,  puede hacer aflorar el resentimiento de un personaje hacia otro, o clamar la necesidad de recibir perdón  son puntos que el cineasta revela en cada gesto y cada plano. En una segunda visión se aprecian más detalles, intenciones en los actos físicos que van a ir revelando a dos personas solitarias que poco a poco van a comparar y saldar su dolor. The rebirth es una cinta dura, no por su tema, sino por la intención en la repetición de escenas que se acumulan (vemos a los personajes en determinadas acciones que muestran el devenir de lo cotidiano, la rutina y la mecánica laboral), lo que demanda atención extrema y paciencia, pues el cineasta trata de colocar detalles que van a diferenciar el día 3 del día 8, así veamos a los personajes cocinando y comiendo lo mismo, en el mismo plano y ángulo.
 
La hora y media de The rebirth consiste en ver a este hombre y a esta mujer en su centro de trabajo y vivienda, en una misma rutina diaria que los involucra poco a poco:  se levantan,  se bañan, preparan los alimentos,  los comen, van a la tienda, a la casa y luego a dormir, y así sucesivamente día tras día, noche tras noche, sin una palabra. Dos personajes que aparentan no soportarse, aprenden a convivir. El final, el de la reconciliación, funciona como suspiro pero también  como punto de quiebre de lo común dentro del universo que plantearon estos dos seres para no cruzar miradas.

17.12.10

Colin Farrell




















El irlandés Colin Farrell es una figura de la década tal como lo fue Brad Pitt o Tom Cruise en su momento. Es un actor sumamente atractivo por lo cual sus performances son tomadas con reticencia, como si se despertara la desconfianza al verlo como Alexander, Jesse James o el capitán Smith, personajes históricos que parecieran sobrar bajo su fisonomía. Sin embargo, Farrell ha demostrado ser más un actor de presencia, que de exigentes interpretaciones a lo Actor's Studio, y que con papeles como Enlace mortal de irregular Joel Schumacher (con quien ya había trabajado en Tigerland como un soldado medio irreverente antes de ir a Vietnam, en su debut como actor en EEUU allá por el año 2000), el Sonny Crockett de Miami Vice del impecable Michael Mann (mi mejor Farrell) o el Terry de Sueños y delitos de Woody Allen, ha demostrado que tiene talento aunque los detractores digan que no.

Farrel se convirtió durante la última década en una actor de Hollywood, pero también en uno de los rostros típicos de los blockbuster de fin de semana, predominando sus papeles protagónicos en filmes como S.W.A.T (2003), The recruit (2003) con Al Pacino o la misma Alexander, la épica mastodóntica de Oliver Stone. Ha trabajado con Terence Malick, Steven Spielberg, y los ya mencionados Mann, Allen, Stone y Schumacher. Hasta la fecha, encarnar al capitán Smith en The new world ha sido su interpretación más solvente.


Farrell ha actuado en películas de casi todos los géneros, desde el policial de suspenso hasta el drama familiar (como en La casa al final del mundo (2004)), del filme histórico hasta el thriller o el western (como en American Outlaws del 2001). Ha desarrollado papeles secundarios en diversos filmes fantásticos como Minority Report o Darevil, donde lo vemos como villano. Es un actor que ha sabido cuidar aspectos de su carrera y centrarse en filmes que ponderen su imagen de actor recio que requieren los filmes de acción y policiales.

16.12.10

Help me Eros de Lee Kang-sheng















Simplemente esta película da la sensación de haber sido dirigida por un Tsai Ming Liang en "chiquito", pero dejar la idea ahí es reducir esta cinta insólita sobre la mercantilización y la individualidad carcomida por el consumismo ciego en un mero ejercicio de estilo.

El argumento de Help me Eros, en sí, es simple: Ah Jie (Lee Kang-sheng, actor fetiche de Ming Liang y director de esta cinta) ha quedado en la ruina económica y decide suicidarse. En su soledad, Ah Jie llama a un servico telefónico de consejería para suicidas frustrados y entabla una suerte de amistad, que va a alimentar diversas fantasías sexuales, con la voz de la mujer que atiende la llamada. Además, una pequeña plantación de marihuana en su departamento se convierte en su consuelo. Luego, conoce a una sexy vendedora de golosinas, por la cual se siente atraído. La oscilación entre la muchacha real y la virtual desencadena una serie de fantasías de atmósferas surreales y kitsch. Mas bien, la puesta en escena y la apertura de un nuevo mundo tras la intención suicida es lo mejor de esta cinta taiwanesa, heredera del neón y el paradigma de lo bizarro estilizado a lo Ming Liang.

Help me Eros (Taiwán, 2007) es el segundo filme del taiwanés Lee Kang-sheng,  actor de El río, The hole o El sabor de la sandía, donde hace gala de su familiaridad con los motivos estéticos de su mentor. Por ello, no es de extrañar el uso continuo de las luces de neón, del desfile de mujeres sensuales en breves ropas multicolores, de la relación pulsional de sexo y comida, de los clips emotivos a ritmo de baladas de tonadas melosas y nostálgicas. El malayo Ming Liang además se hace cargo del diseño de producción.

Pero volviendo al argumento,quedarse en la ruina y hacer de ese fracaso una puerta hacia lo sensual (cuerpos, pieles, vestidos, trajes, humo de marihuana que va de una boca a otra como si se tratara de una cadena que visibiliza el placer y el relax), como el punto opuesto a una vida de dinero y riquezas, o en todo caso el limbo antes del infierno, es tocado por Lee Kang-sheng como un producto surgido de lo pop pero en seco, una espiritualidad formada por poses sexuales, tronchos y la forma de la voluptuosidad que cobra una call girl en medio de una Taiwan nocturna, de pool dance y nenas dispuestas a todo. El protagonista, sin dinero, sólo tiene acceso a una parte primaria de sí, vacíos que son fácilmente llenados por el MSN, el sexo como acto mecánico de ilusión, su poco contacto verbal con las mujeres. Su ostracismo simplemente cambia de diseño.

La ayuda de Eros, al final de cuentas, resulta inútil. La secuencia final, de la conversión escandalosa, o quizás demasiado obvia (ya que corrobora la tesis de alienación y del sujeto como mera pieza en la producción en medio de un capitalismo enajenado) es inquietante.

15.12.10

Material de Thomas Heise

















El título de la película lo dice todo. Materia prima, imágenes casi en estado puro, salidas de cámaras en momentos históricos pero también banales, que son acumuladas como si se tratara de objetos informes que van a ir siendo parte de un contexto o cuadro mayor. Estamos ante imágenes primarias, que dan la impresión de estar apenas editadas, es decir, escenas y secuencias grabadas por diferentes camarógrafos y en distintas épocas con estilo noticioso o periodístico, o simplemente para documentar momentos a finales de la década del ochenta, en los preludios y durante la caída del muro de Berlín. Videos en VHS, de cámaras analógicas, de camarógrafos activos y temerosos.

De eso se trata Material (Alemania, 2009), filme de Thomas Heise, quien recopiló diversas escenas de episodios históricos para luego engranarlas en esta suerte de documental, pero que visto con los ojos del tiempo se vuelve en una reconstrucción de un tema común en todas las situaciones que presenta: la imposibilidad de crear una Historia que empiece de cero.

Como señala una parte de la cinta, Heise propone que la Historia no puede interpretarse como una serie de hechos lineales sino acumulativos y en desorden. En el filme vemos fragmentos de ensayos de la puesta teatral de Germania Tod in Berlin, de Heiner Müller, mítines y manifestaciones en Alexanderplatz a finales de 1989; las declaraciones de la policía de una cárcel en Brandemburgo, así como de los presos que piden amnistía y algunas tomas de la partida de defunción de la RDA. Cuando la vi en un festival, el director pidió paciencia a los espectadores, ya que su cinta dura 166 minutos. No fue necesaria la advertencia.

14.12.10

Cafe flesh de Rinse Dream
















Para empezar, es inevitable que Cafe flesh (EEUU, 1982) no tenga el espíritu under, kitsch y estrambótico de su cineasta Rinse Dream, quien se hace cargo además de la producción, dirección de arte y guión. La historia es casi un albur: el mundo se divide tras la III guerra mundial en sexopositivos y sexonegativos, entre gente que le hace asco al sexo y gente que lo disfruta. Aquellos que aún tienen el goce del placer se convierten en los protagonistas del Cafe flesh, un teatro de vodevil, al estilo del Cabaret de Bob Fosse, donde exponen sus lubricidades y habilidades ante un público sin libido. Cafe flesh es una porno inusual, salida de un universo demente que busca hacerle frente a la erotomanía de lo convencional.

Cafe flesh es una comedia con ingredientes de la ciencia ficción, un mundo post apocalíptico dilucidado a través de interiores de este teatro de la carne. Un maestro de ceremonias, que más se parece a un payaso en estado de shock, presenta una serie de números con diversos motivos, escenas teatrales de la vida sexual, eventos de por sí risibles, ingeniosos y, en algunos casos, patéticos. Sin embargo, Rinse Dream (seudónimo de  Stephen Sayadian) propone un entorno bizarro, con un poco de trama dramática (existe una sexopositiva en medio de los sexonegativos que tiene que aguantarse en los momentos más lúbricos, ya que si no quedaría como traidora de su grupo).

Resulta interesante cómo de alguna manera Rinse Dream va a dibujar el contexto de vida de los sexopositivos, casi esclavos o monigotes corporales, que buscan a cómo dé lugar lograr un poco de estímulo entre los castrados sexonegativos. Es una suerte de alegoría (claro, algo simplona) de la producción y  recepción del porno ante un público que no se sacia con nada, y es algo quizá que nos sucede como espectadores en este Cafe Flesh. Es claro que Rinse Dream no pretendió dirigir una porno usual, al contrario junto a Detrás de la puerta verde o El diablo en la señorita Jones propone un "porno" con algo de "cerebro", ya sea en su apuesta psicodélica o bizarra, menos "académica" que lo dilucidado en las películas de Damiano, por decirlo de alguna manera. Cafe flesh es un disparate, pero que goza de frescura, y que con los años ha adquirido incluso significativos un poco más profundos, si es que tenemos en cuenta la problemática del SIDA. Un clásico imperdible.

13.12.10

Lejos del cielo de Todd Haynes
















Todd Haynes pasó de su Velvet Goldmine, su estilizada oda glam, y todo su pasado en Super 8, donde prima Karen Carpenter y sus amigas Barbies que cantan Close to you, pero también por el terrible Rimbaud, a un melodrama de exuberancia technicolor tejido con mano de genial cinéfilo.

Con lejos del cielo (Far fron heaven, EEUU, 2002), Haynes revisita este género, al tomar como inspiración la obra de Douglas Sirk, al tomar motivos de Imitación de vida, Escrito en el viento o Lo que el viento nos da, para rendirle así tributo. Un pequeño pueblo del American way of life, donde viven habitantes conservadores e intolerantes. Fundidos negros y encadenados que enlazan cada escena, sublimada con una banda sonora de Elmer Bernstein, que subraya emociones y decepciones, una dirección artística que permite recrear con vestidos y decorados una época de detalles y texturas, personajes auscultados a media luz, revelando sus secretos también a media voz, actuaciones aquietadas que pueden explotar en cualquier momento de furia. Pero el homenaje estaría incompleto sino se ambientara en aquella época, en los años cincuenta, con sus colores profusos, que a través de la perspectiva de Haynes, cobrarán una dimensión irreal, de cromática y rara ensoñación.

En Lejos del cielo, la problemática racial y homosexual de aquellos años, periodo de caza de brujas y también del nacimiento de movimientos en pro de las minorías, despunta el drama conyugal de esta mujer (Julianne Moore), que bajo la presión social y sin tabúes, no puede imaginar su futuro sin escapar de estas normas establecidas. Haynes ha dotado a su heroína de una personalidad libre de prejuicios, pero es la única. Todos los demás, incluso su esposo y su mejor amiga, viven en aquel mundo cerrado e intolerante, donde la única manera de ser libre es estar oculto (el marido entrando a un bar gay caleta o Cathy llorando a escondidas o encerrada en su dormitorio).

Este poderoso melodrama del fracaso y la imposibilidad, nos acerca sin dramatismo desmedurado a estos dos personajes (Cathy y su amante) que no pueden estar más lejos del cielo. Esta cinta de Haynes es una lección de cine, una relectura a los recursos de este género, y una muestra para comparar que los prejuicios actuales siguen teniendo la misma arrogancia que los de antaño.


12.12.10

Una película de guerra y el Ben Stiller que me gusta
















Con Tropic Thunder, Ben Stiller se convierte en un orquestador inteligente de la parafernalia hollywoodense, parafraseando los discursos que ha gobernado un subgénero casi solemne, mitificador de héroes, ejemplificador de victorias o lecciones nacionales ubicándose desde la parodia y el pastiche puro, en un crisol de referencias, cameos, citas, que aquí son usados con cuidada habilidad. Stiller entra del modo más certero al modus operandi de la meca del cine, a través del rodaje de una película: un director sin control sobre sus personajes, actores egocéntricos de capa caída, un best seller que resulta un bluf, y un guión desopilante lleno de clichés.

El argumento es sencillo: Al cancelar el rodaje el filme por diversas fallas y encarecimiento de costos, el director (un desesperado e inútil Steve Coogan) decide meter a la selva birmana a su cast estelar y aprovechar los recursos naturales y rodar en esas condiciones la película, pero la idea se le escapa de las manos al caer en territorio de reales narcotraficantes de heroína. Sin embargo, los actores piensan que aún las balas de metralleta, las bombas y los cercenamientos son parte de los efectos especiales, la planta de procesamiento de droga un buen decorado y que los narcos son extras.

Desde los hilarantes falsos trailers del inicio (que van desde el comercial hiphopero hasta el cine de qualité), Tropic Thunder se muestra como "cine dentro del cine", jugando con la intertextualidad que permite hacer mofa de las películas de guerra como de la mecánica del detrás de cámaras. El "set" de filmación deviene en circo, en un carnaval de excesos, donde se amplifican y desmesuran las tomas más emblemáticas, donde ya no hay lugar para la creatividad, sino sólo para recrear, subvertir el drama en esperpento. Fuera del "set" están los productores ordinarios, los managers sobreprotectores y triviales, el Hollywood decadente que hace millones de dólares a costa de fórmulas impredecibles, donde una suerte de mockumentary se lleva los premios de la Academia.

A Ben Stiller no le cuesta mucho reírse de sí mismo. No sólo recurre al entrecruzamiento de diversos textos para hacerlos dialogar al mismo modo de decenas de filmes recientes de la comedia estadounidense si pensamos en los hermanos Farrely o, en el peor de los casos, en los hermanos Wayans. Tropic Thunder, la cinta que están filmando se regodea en los momentos más "sensibles" de Pelotón o Apocalipsis Ahora, pero también en los tópicos más salvajes de Rambo, Rambo 2 o Rambo 3, por ejemplo, y hurga en lo que más conoce: el mundo del jet set, sus taras y modelos de supervivencia en un mercado apabullante.

Como en Zoolander, Stiller realiza una radiografía de la caza del éxito, pero en este caso de la mano de personajes que a la vez son citas, el eje de su estructura, a los cuales es necesario mostrar en su total estupidez (el Simple Jack de Stiller como subplot memorable y elocuente) o frente al azar que es su gran aliada. El pelotón de la ficción formado por los actores Tugg Speedman (Ben Stiller), Jeff Portnoy (quizás un desperdiciado Jack Black), Kevin Sandusky (Jay Baruchel), Alpa Chino (Brandon T. Jackson) y Kirk Lázaro (impecable Robert Downey Jr.) es paradigmático. Personajes que viven a la caza del Oscar, que intentan mostrar sus mejores métodos del Actor's Studio, que se dibujan decadentes y estrellas a la vez, que son parte de ese mundo artificial como lo esboza la figura que encarna Nick Nolte, un fallido ex combatiente.

Stiller no inventa la pólvora, su propuesta tiene elementos que han sido trabajados en la comedia decena de veces, sin embargo tiene la gracia de proponer una hibridación loca e irónica, y aquí se destaca el guión donde también han colaborado el actor Justin Theroux y Etan Cohen (no confundir con el otro Ethan).

Tropic Thunder es un filme que va más allá del divertimento, que se define en el absurdo y su antojadiza intertextualidad de celebridades (desde Tom Hanks, Alicia Silverstone, Jon Voight, para mencionar a algunos) o su apelación a la nostalgia ochentera (los narcos como los "malos" y no, felizmente, los nuevos polos maniqueos del cine bélico actual centrado en el Medio Oriente). El bailecito final de Tom Cruise como evento individual y enajenado, a modo de triunfo del sistema que premia una actuación al estilo de Speedman, resulta congruente con el universo que presenta este trueno tropical que resulta un retorno de Stiller a considerar en la escena del cine estadounidense.

11.12.10

Millenium. Los hombres que no amaban a las mujeres















Ni por tratarse de una cinta sueca, dirigida por Niels Arden Oplev, Millenium se salva de ser una experiencia televisiva, una maratón de capítulos de los Cold case más flojos, de ser una ociosa adaptación de un best seller histórico de Stieg Larsson.

Para empezar, la parte más importante de la cinta, el encuentro entre el periodista culpable Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist), a quien se le encarga una nueva investigación antes de ingresar a prisión, y la gótica y recia Lisbet Salander (Noomi Rapace) se da luego de una hora del comienzo, lo que hace la inmersión en esta Estocolmo y sus alrededores rurales de nieve y lejanía un evento soso, lleno de detalles que no vienen al caso, incluso poco sutil y machacona en mostrar el lado más duro de los personajes en sus respectivos contextos. Millenium es un thriller cumplidor como para cada martes en la noche.

La historia de la búsqueda de la sobrina Harriet, que desapareció en los años sesenta, del millonario e ingenuo Henrik se convierte en la parte detectivesca más fluida por su marcha de pistas y acertijos. El contexto de una persecusión a mujeres judias por parte de un grupo familiar nazi es lo más escabroso y sensacionalista, donde cualquier justificación del mal queda fuera de lugar. El hombre que no amaba a la mujer es una figura que el director pretende inundar en diferentes momentos de la cinta, en la vida misma de Lisbeth como en la ruta de muerte de Harriet. Hombres malos, nazis y malos, qué más. Si así nos van a defender a las mujeres, me refiero a películas, claramente en contra de la violencia de género, la misoginia y el machismo, les digo, por favor,  así no.

Lo peor de Millenium es la sensación de asistir a una miniserie de televisión sin pretensiones, interesada en abordar en sus más de dos horas y media todos los intersticios, aparentemente, de la novela. El cineasta no encuentra una salida adecuada al filme y en menos de cinco minutos, lo llena de melodrama, pastiche y comedia. La despedida de Lisbeth, como si se tratara de la mímesis de Hannibal Lecter en una isla que lo disipa, luce chirriante. Sobre las secuelas, quizás una película sobre Lisbeth, a cargo de Noomi Rapace, sea una una idea más atractiva y menos condescendiente.

10.12.10

Mi tío
















Hoy es el cumpleaños del hermano de mi mamá, una persona que supo ser parte de los juegos de infancia y de idas al cine. Pero como es lógico, ir al cine con tu tío es muy diferente a ir al cine con tu abuela, con tu madre o con tu hijo. En sí, porque la elección de las películas depende de sus gustos y por esta sincera y mínima razón es que mi tío siempre nos llevaba a ver películas de acción, de karatecas o de soldados. El cine para “formar machos".

Cómo es que mi tío me iba a llevar a ver películas tipo Cóctel con Tom Cruise, o alguna de esas comedias con John Cusack, que me moría por ver a los nueve o diez años, porque sí me gustaba saber más sobre cómo eran las parejas en plena adolescencia. Por dios, cómo iba a hacer eso si mejor estaba Retroceder nunca, rendirse jamás. Para nada. Mi tío quería hacernos fuertes a la fuerza, de la mano de Willen Dafoe en Pelotón, o viendo un seudo striptease de Grace Jones en La noche de los vampiros. Algo andaba mal porque mi nombre era Mónica y si bien usaba short y zapatillas, el cabello corto, tan igual como mis temidas Liza Minelli o Julie Andrews, sí me moría por ver alguna película más “de niñas”, o también de ciencia ficción como las de George Lucas o por lo menos algo como ET.

De todas formas, tengo mucho que agradecer, porque siempre íbamos a los cines caminando, como conversando con los primos, comiendo alguna fruta o marciano o robándonos alguna plantita en el camino para ponerla en el jardín. Mi tío.

He-man y los amos del universo en el cine Capitol



El protector 2 en el cine Diamante



La noche de los vampiros en el cine Monarca



Robocop en el cine Perú de Chosica



Pelotón en un cine que no recuerdo



Comando en el cine Callao

9.12.10

"The social network" de David Fincher














Es acaso, ¿The social network la radiografía de una generación? Dibujar el ascenso de un geek de medio pelo, lejos de la vida académica, obsesionado con el progreso en la vida popular universitaria, poco asertivo en sus relaciones interpersonales, y que encuentra la olla al final del arco iris del universo social a través de un recurso de la web 2.0 no puede sino graficar el retrato de un golpe de suerte en un mundo juvenil lleno de carencias. Quizás el éxito de la cinta esté fuera de su metraje, en los quinientos millones de nuevos amigos que ha conseguido el tipo más necio de EEUU. El mundo es cínico, también medio tonto, y un ejemplo de eso es la vida y obra de Mark Zuckerberg. Larga vida a Mark y a su imperio de clicks, en el cual estamos todos insmicuidos.

No voy a hablar de la música de Trent Reznor, del ingenio en el guión de Aaron Sorkin, ni de los filtros trabajados de la fotografía para los flashbacks, ni de las buenas actuaciones de Jesse Eisenberg, Andrew Garfield y de un inesperado Justin Timberlake. Red social de David Fincher no es una mala película, se deja ver debido a una dirección de enfoque clásico, convencional, con atisbos de creatividad en diversas secuencias (el concurso para captar programadores, el modo en que se crea Facemash), con un guión de diálogos estupendos como reflejo del cinismo y la individualidad de laptop, inclusive resulta atractiva su incoherencia al tomar a su “héroe” con pinzas y de diseñarlo más allá del bien y del mal. “La plata llega sola” en su máxima expresión.

Está de más que hable de la historia que recrea el filme, pero se ubica en el año 2003, cuando Mark Zuckerberg apertura Facebook, el sitio más famoso de la web, a partir del cual es acusado de robo de propiedad intelectual y de traición por estudiantes y amigos. Es interesante cómo Fincher va a disparar la cinta a partir de una escena inicial: Zuckerberg y su novia discuten sobre la posibilidad de ingresar a un Final clubs, luego se pelean y ella rompe su relación con él debido a su pensamiento machista  (presentarle amigos de élite porque ella de ninguna otra manera los conseguiría). El joven geek decide “enfrentar” el rudo y hostil mundo universitario, y vengarse de su ex novia que lo acaba de dejar, creando un juego que hace colapsar la red de la universidad y que logra su nacimiento social. La estructura del sentimiento (a la manera de Raymond Willians, “sentimiento y pensamiento efectivamente social que determina el sentido de una generación o de un período”), que genera el origen de Facebook, y que a su vez cierra la película, resulta de lo más desconsolado, sensibilidad afirmada también por el creador de Napter en uno de los diálogos, y que se arruina cuando Fincher coloca unos textos que justifican cualquier actitud y deseo con tal de ser multimillonario.

No existen afinidades entre Benjamin Button y Mark Zuckerberg, salvo que parecen dos freaks del mismo cuento, menos mal, pero la diferencia más notoria entre ambos personajes es que el protagonista de Red social hace plata con la misma estulticia. En sí, Red social (EEUU, 2010) me parece una paradoja: recrear un personaje que roza la indiferencia, de decisiones inmaduras e invisibilidad social y colocarlo, sin querer queriendo, como modelo de genio de dormitorio, como metáfora del éxito actual al final de cuentas (y a ritmo de The Beatles). En las dos horas de metraje lo vemos ser “el mismo”: sutilmente vengativo, indiferente al dinero, que no estudia casi nada en Harvard y que busca ser parte de grupos de élite. A Fincher le importa poco describir los círculos estudiantiles de la mítica universidad, sino apenas contar la historia de un sistema informático colapsable, con unos gemelos de corsé y alcurnia, y un chico indio pudiente como reflejo de un universo de los grupos de poder fuera de lo académico. Zuckerberg quiere ser ambicioso pero Fincher no lo deja, quiere ser traicionero, pero esto es esbozado apenas, quiere dejar droga en una fiesta para culpar a un socio pero Fincher dice, no, aún no.

Plano/contraplano. La vieja manera de la conversación, de rostros en un quid pro quo estable, en torno a una mesa que forma el espacio de la contienda parece ser la idea en la que se sostiene Red social, el último ejercicio de David Fincher, hoy inhallable como en Pecados Capitales o en la estupenda Zodiac. Fincher, que no puede soltarse en ningún momento de la oralidad cínica y "real" de Aaron Sorkin, se desvive por hacer del duelo hablado el meollo de la historia del creador de Facebook, Mark Zuckerberg, al armar un set de sospechosos, acusados y jueces. El punto es que las posibilidades formales se agotan a través de esa puesta en escena automática (cara de Zuckerberg, cara de su amigo Eduardo, cara de Zuck, cara de Wardo y así sucesivamente), aspecto que le resta cualquier afinidad con la temática del 2.0. Se nota desde la escena que abre la película, que Fincher le va a la puesta en escena clásica, sin aspavientos, de secuencias simples de planos y contraplanos sucesivos, con alguno que otro ajetreo de creatividad (como la secuencia en montaje paralelo de la competencia de remo, casi una oda al cine mudo eisesteiniano), sin embargo la dirección luce encajonada en el habla de los personajes, en su decir, en sus datos.

Red social comienza en una mesa y termina igual frente a ella. Y así es que asistimos a diversas reuniones, deposiciones, en torno a la mesa, como símbolo de la transacción y el conocimiento del otro, pero no es la mesa original donde se come sino donde se desvelan los rostros. La nueva mecánica de la comunicación cercana más allá del face.

8.12.10

Colateral: mi modelo de sicario















Lo mejor de Colateral son sus primeros quince minutos. Un taxista, en pleno atardecer de Los Ángeles, recoge a una abogada en una congestionada autopista. La conversación es igual a las luces recién encendidas, a la velocidad del auto en la carretera, a una vía rápida en hora punta al compás de una melodía soul íntima y fugaz. El preludio ideal para separar a la nueva pareja que acaba de hacer química y para que el asiento que Jada Pinkett Smith acababa de dejar libre, sea ocupado por el canoso Tom Cruise, quien a la manera de Kill Bill, llega con un chip bajo la manga con los datos de cinco víctimas por aniquilar durante la noche.

En Colateral, Michael Mann ofrece una mirada al entorno de los profesionales del crimen. Como en sus anteriores filmes, hay balas, asesinos, mafias, ralentis de escenas violentas, filtros de matices azulados y montaje exacto entre música y tiroteos. Estamos en la misma ciudad de Los Ángeles de Fuego contra fuego, pero si la cinta anterior de Mann estaba narrada desde los bajos fondos, Colateral ofrece la percepción del personaje incauto que entra a la fuerza al mundo delincuencial.

Colateral tiene un ritmo asincopado que no decae, aunque al final se llegue a mecanizar la acción y el desenlace aparezca algo predecible. La cinta tomará el ritmo de su banda sonora, al compás del soul o del guitarreo, como bien lo define aquella escena en el bar, mientras los protagonistas escuchan jazz: la improvisación, la sorpresa es su esencia.

Al comienzo del filme, Mann nos muestra la rutina del taxista, su labia simple con una pasajera, sus viajes cronometrados, la ilusión de una isla en el Caribe y las limusinas. Desde esa secuencia, Mann utiliza varios primeros planos y fondos desenfocados, para conservar así ese juego de intimidad y reserva en el taxi. que la dupla Tom Cruis y Jaime Foxx tratará de evitar infructuosamente a lo largo de la película.

Al final de cuentas, Colateral es un policial de interés, con entrelíneas, aunque pierde un poco de fuerza con la investigación del FBI y la idea de ineptitud de los policías, y que con el reencuentro con la abogada se niega a acercarse sutilemnte al cierre del círculo del crimen.

7.12.10

Algunas películas de zombis brasileñas y demás datos
















Hablar del cine de terror brasileño como un fenómeno compacto es exagerar. Sin embargo, en esta última década ha surgido un interés del sector independiente por hacer un cine diferente, poco explorado. El investigador Antonio Leão da Silva Neto señala en su libro Dicionário de Filmes Brasileiros [1], apenas 20 cintas de horror de más de 3.415 largometrajes que configuran la historia de cine de ese país. Según la tesis de Laura Cánepa[2] si se tiene en cuenta el cine erótico, el porno, las “chanchadas” y la serie B, serían más de 150 los filmes que caben dentro del horror y el fantástico.

Uno de esos casos es el de Amácio Mazzaropi, actor cómico famoso en Brasil en los 60 y 70, sobre todo por su caracterización de Jeca, un personaje emblemático de la comicidad , pero que dirigió O Jeca Contra o Capeta (1976) o O Jeca Macumbeiro (1975), por ejemplo, con argumentos de exorcismo y magia negra en El Sertón, que provocan una hilaridad realmente placenteras. Pero a estos filmes se les ve como comedias y no como cintas que pueden insertarse dentro de lo fantástico dentro de la historiografía del cine brasileño.

En la actualidad, el cine brasileño fuera de la industria ha apostado curiosamente por el cine de zombis. En el 2008 se estrenaron tres cintas de esta temática. Porto dos Mortos (2008) es una de ellas. Dirigida por Davi de Oliveira Pinheiro (29 años), quien a la vez hace el guión y produce, Porto dos Mortos fue promocionada como la primera de su estilo en Brasil. Según los críticos, la cinta tiene de western tipo El topo, a lo Jodorowsky, pero también dosis de Sergio Leone, y narra la invasión de Puerto Alegre por una horda de muertos vivientes con el Sertao de fondo.

Mangue negro o Mud Zombie (2008) es otra película de bajo presupuesto, dirigida por el debutante Rodrigo Aragão, grabada en la selva brasileña, llena de manglares y pantanos de donde emergen zombis hambrientos y feroces a pesar de su poca flexibilidad.  
Por otro lado, Tiago Belotti y Rodrigo Luiz Martins dirigieron al alimón A Capital dos Mortos (2007), rodado en Brasilia, y que puedo verse sólo en festivales de cine fantástico.

En ese mismo año se estrenó Fim de semana alucinante, un proyecto independiente, que ya no es de zombis sino un slasher ambientado en un pueblo cercano de Río de Janeiro. En suma, salvo la excepción, el furor por lo zombi en aquel año quizás se deba al 40 aniversario de la obra más influyente de este subgénero: La noche de los muertos vivientes de George A. Romero.

[1] LEÃO DA SILVA NETO, Antonio. Dicionário de Filmes Brasileiros. Editorial Longa Metragem, Sao Paulo, 2002.
[2] CANEPA, Laura Loguercio. Medo de quê? - Uma História do Horror nos Filmes Brasileiros. Campinas: Instituto de Artes da Universidade de Estadual de Campinas, 2008.
Mud zombie


6.12.10

Ultra warrior y New crime city



















Con las producciones Luis Llosa/Roger Corman, Lima dejó de ser la ciudad de los reyes para convertirse en el alter ego apocalíptico o posnuclear de Los Ángeles o Kansas. El edificio de Petroperú en Paseo de la Republica pasó a ser símbolo de la arquitectura de lo decadente, de lo corroido por las guerras radiactivas, del único lugar que quedó de la civilización americana.

Tanto Ultra warrior, dirigida por Augusto Tamayo y Kevin Kent (quien intervino Welcome to Oblivion de 1988, filmado años atrás por el mismo Tamayo) como New crime city, de Jonathan Winfrey tienen en su reparto a protagonistas estadounidenses que libran situaciones con actores secundarios peruanos, están habladas totalmente en inglés y rodadas en Lima, aunque incluyen escenas de archivos extraidas de otros filmes para usarlas en algunos flashbacks insólitos (tijeretazos a cintas de Jackie Chan o David Carradine) o para poner ambiente a las escenas de sexo (no es de extrañar ver a una pareja de rasgos latinos con ropa para luego en el plano siguiente estén en pleno furor corporal luciendo vellos rubios y cabelleras doradas y lacias).

En el año 2058, los humanos mutantes, después de luchas intergalácticas y de huir de yugos totalitarios, viven en parajes desérticos con oasis citadinos, para tratar de buscar el punto final a una vida extrema y peligrosa. Pero como todo imaginario de un subdesarrollo social futurista, aquellos seres andan a la espera de un Mesías, de aquel guerrero que los salve del mal y de los tiranos. En ese sentido, Ultra warrior es un disparate, un dislate fílmico en su argumento, puesta en escena y en sus actuaciones, pero doblemente hilarante para los espectadores peruanos, pues no es cosa de todos los días ver una odisea gringa con actores de las telenovelas y programas cómicos como Ramón García rapado y con cadenas punkeras, o al feo de Risas y Salsa pintado de azul luchando como gladiador.

Por su parte, New crime city aborda aquella temática del convicto lanzado por alguna extorsión a los bajos fondos devastados (mismo Kurt Rusell/Snake Plissken), para cumplir una misión: contagiar a los malvados un virus mortal. Pero las semejanzas se acaban no sólo por la diferencia de los decorados (la avenida Argentina, Petroperú nuevamente, pintas subversivas en las calles) o por la diversidad del reparto (Elvira de la Puente, Lolita Ronalds o Maritza Picasso), sino por la pureza involuntaria de los diálogos y por el loco determinismo de las acciones.