9.12.10

"The social network" de David Fincher














Es acaso, ¿The social network la radiografía de una generación? Dibujar el ascenso de un geek de medio pelo, lejos de la vida académica, obsesionado con el progreso en la vida popular universitaria, poco asertivo en sus relaciones interpersonales, y que encuentra la olla al final del arco iris del universo social a través de un recurso de la web 2.0 no puede sino graficar el retrato de un golpe de suerte en un mundo juvenil lleno de carencias. Quizás el éxito de la cinta esté fuera de su metraje, en los quinientos millones de nuevos amigos que ha conseguido el tipo más necio de EEUU. El mundo es cínico, también medio tonto, y un ejemplo de eso es la vida y obra de Mark Zuckerberg. Larga vida a Mark y a su imperio de clicks, en el cual estamos todos insmicuidos.

No voy a hablar de la música de Trent Reznor, del ingenio en el guión de Aaron Sorkin, ni de los filtros trabajados de la fotografía para los flashbacks, ni de las buenas actuaciones de Jesse Eisenberg, Andrew Garfield y de un inesperado Justin Timberlake. Red social de David Fincher no es una mala película, se deja ver debido a una dirección de enfoque clásico, convencional, con atisbos de creatividad en diversas secuencias (el concurso para captar programadores, el modo en que se crea Facemash), con un guión de diálogos estupendos como reflejo del cinismo y la individualidad de laptop, inclusive resulta atractiva su incoherencia al tomar a su “héroe” con pinzas y de diseñarlo más allá del bien y del mal. “La plata llega sola” en su máxima expresión.

Está de más que hable de la historia que recrea el filme, pero se ubica en el año 2003, cuando Mark Zuckerberg apertura Facebook, el sitio más famoso de la web, a partir del cual es acusado de robo de propiedad intelectual y de traición por estudiantes y amigos. Es interesante cómo Fincher va a disparar la cinta a partir de una escena inicial: Zuckerberg y su novia discuten sobre la posibilidad de ingresar a un Final clubs, luego se pelean y ella rompe su relación con él debido a su pensamiento machista  (presentarle amigos de élite porque ella de ninguna otra manera los conseguiría). El joven geek decide “enfrentar” el rudo y hostil mundo universitario, y vengarse de su ex novia que lo acaba de dejar, creando un juego que hace colapsar la red de la universidad y que logra su nacimiento social. La estructura del sentimiento (a la manera de Raymond Willians, “sentimiento y pensamiento efectivamente social que determina el sentido de una generación o de un período”), que genera el origen de Facebook, y que a su vez cierra la película, resulta de lo más desconsolado, sensibilidad afirmada también por el creador de Napter en uno de los diálogos, y que se arruina cuando Fincher coloca unos textos que justifican cualquier actitud y deseo con tal de ser multimillonario.

No existen afinidades entre Benjamin Button y Mark Zuckerberg, salvo que parecen dos freaks del mismo cuento, menos mal, pero la diferencia más notoria entre ambos personajes es que el protagonista de Red social hace plata con la misma estulticia. En sí, Red social (EEUU, 2010) me parece una paradoja: recrear un personaje que roza la indiferencia, de decisiones inmaduras e invisibilidad social y colocarlo, sin querer queriendo, como modelo de genio de dormitorio, como metáfora del éxito actual al final de cuentas (y a ritmo de The Beatles). En las dos horas de metraje lo vemos ser “el mismo”: sutilmente vengativo, indiferente al dinero, que no estudia casi nada en Harvard y que busca ser parte de grupos de élite. A Fincher le importa poco describir los círculos estudiantiles de la mítica universidad, sino apenas contar la historia de un sistema informático colapsable, con unos gemelos de corsé y alcurnia, y un chico indio pudiente como reflejo de un universo de los grupos de poder fuera de lo académico. Zuckerberg quiere ser ambicioso pero Fincher no lo deja, quiere ser traicionero, pero esto es esbozado apenas, quiere dejar droga en una fiesta para culpar a un socio pero Fincher dice, no, aún no.

Plano/contraplano. La vieja manera de la conversación, de rostros en un quid pro quo estable, en torno a una mesa que forma el espacio de la contienda parece ser la idea en la que se sostiene Red social, el último ejercicio de David Fincher, hoy inhallable como en Pecados Capitales o en la estupenda Zodiac. Fincher, que no puede soltarse en ningún momento de la oralidad cínica y "real" de Aaron Sorkin, se desvive por hacer del duelo hablado el meollo de la historia del creador de Facebook, Mark Zuckerberg, al armar un set de sospechosos, acusados y jueces. El punto es que las posibilidades formales se agotan a través de esa puesta en escena automática (cara de Zuckerberg, cara de su amigo Eduardo, cara de Zuck, cara de Wardo y así sucesivamente), aspecto que le resta cualquier afinidad con la temática del 2.0. Se nota desde la escena que abre la película, que Fincher le va a la puesta en escena clásica, sin aspavientos, de secuencias simples de planos y contraplanos sucesivos, con alguno que otro ajetreo de creatividad (como la secuencia en montaje paralelo de la competencia de remo, casi una oda al cine mudo eisesteiniano), sin embargo la dirección luce encajonada en el habla de los personajes, en su decir, en sus datos.

Red social comienza en una mesa y termina igual frente a ella. Y así es que asistimos a diversas reuniones, deposiciones, en torno a la mesa, como símbolo de la transacción y el conocimiento del otro, pero no es la mesa original donde se come sino donde se desvelan los rostros. La nueva mecánica de la comunicación cercana más allá del face.

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