17.3.13

Mientras duermes de Jaume Balagueró


Por Mónica Delgado

Se estrena en Lima esta película de Jaume Balagueró con más de un año de retraso, sin embargo se trata de la última película hecha por este director español, quien obtuvo popularidad en esta parte del continente por ser el cineasta de la lograda REC, y que resulta una oportunidad para ver en pantalla grande este thriller psicológico sobre una obsesión. 

En Mientras duermes (España, 2011), César (Luis Tosar) es el conserje de un edificio, y vive enamorado en secreto de una de las inquilinas (Marta Etura), a quien vigila muy de cerca aprovechando que tiene el control del edificio. Bajo el clima del acoso "invisible", de la supervisión enfermiza y de la fijación extrema es que Balagueró concentra la tensión del filme en el actuar del personaje que encarna Tosar, un tipo de apariencia pacífica, pero que vive atormentado bajo el yugo de parafilias y sentimientos de culpa. El juego entre lo que Balagueró deja descubrir al espectador y lo que la protagonista sufre y que es imposible advertir es el principal recurso de suspenso y que funciona a lo largo del metraje. 

Quizás Mientras duermes tambalea hacia al final, cuando el cineasta dota al filme de un epílogo perverso que hace énfasis en la demencia del personaje y que tiene que ver mucho con ese sentido de posesión, del cual hemos sido testigos y cómplices.  Sin embargo, Balagueró sigue con pulso una dirección tensa, centrada en espacios caseros, para precisamente remarcar el territorio entre cazador y presa, en un campo de batalla sin guerra declarada.

5.3.13

Django sin cadenas de Quentin Tarantino

Django sin cadenas (EEUU, 2012) es una película sobre la venganza, pero no a la manera de las anteriores películas de Quentin Tarantino, donde a pesar de todo existe un móvil justiciero (Bruce Willis salvando por humanidad a Ving Rhames, por ejemplo o Kurt Rusell vengándose de la crueldad de un grupo de mujeres) sino que aquí parte de un desmesurado ajuste pasional o de índole amoroso, lo que convierte a este film en una experiencia menos espectacular, en cuanto a muestra de la marca tarantinesca. Es decir, si en Django de Corbucci, Franco Nero arrastraba su propio ataúd en medio del desierto, con la desidia o frialdad de alguien aturdido y con la posibilidad de la muerte a cuestas, en la película de Tarantino, aparece el protagonista bajo el yugo de las cadenas que no simbolizan la condición del esclavo sino solo el impedimento del amor o el encuentro con el objeto del deseo: la esposa robada. En sí, pese al contexto histórico y a la cercanía de fondo con una película como Lincoln, el tema de la esclavitud en Django no deviene en queja social ni analogía, ya que eso es lo que menos le interesa a Tarantino, quien se muestra tentado a desmenuzar los recursos del spaghetti western, a través de la música, de los zoom in, de los ataques coreográficos pero con poca solemnidad y más bien con la puntería certera en la mofa.

A diferencia de spaghetti western (y del western más clásico también), en Django sin cadenas no hay antihéroes que guíen la acción, mas bien está la fórmula de las buddy movies, donde una pareja algo dispareja o empática se une para ir a la caza de un fin: el reencuentro de Sigfrido con Brunilda, la pareja arquetípica. Pero también Tarantino decide ponerle punto final a esta dupla Christoph Waltz- Jamie Foxx en un momento sorpresivo, dejando la sensación de que deja a Starky sin Hutch, a Thelma sin Louise, a el Gordo sin Flaco, lo que no es precisamente un logro dentro de la propuesta.

Más allá de lo anecdótico de la épica de los Nibelungos, del forastero alemán y culto viviendo en tierra ajena, y del liberto como ovni recién aterrizado, en Django sin cadenas, Tarantino luce una vez más su talento para la acción y para el guiño cinéfilo, para el gore más hilarante y desproporcionado, para la caricatura que lo pone en una posición lejana de la solemnidad del western, género americano por excelencia,  para acercarlo más a una comedia cruel y sardónica en plena Texas de mediados del siglo XIX.  Sin embargo, la trama se debilita cuando precisamente el protagonista toma las riendas del metraje, es decir cuando Django se asume sin cadenas, libre para ir al rescate de su amada, y paradójicamente de la mano de la mejor arma que tiene Tarantino, el verbo.