6.12.10

Ultra warrior y New crime city



















Con las producciones Luis Llosa/Roger Corman, Lima dejó de ser la ciudad de los reyes para convertirse en el alter ego apocalíptico o posnuclear de Los Ángeles o Kansas. El edificio de Petroperú en Paseo de la Republica pasó a ser símbolo de la arquitectura de lo decadente, de lo corroido por las guerras radiactivas, del único lugar que quedó de la civilización americana.

Tanto Ultra warrior, dirigida por Augusto Tamayo y Kevin Kent (quien intervino Welcome to Oblivion de 1988, filmado años atrás por el mismo Tamayo) como New crime city, de Jonathan Winfrey tienen en su reparto a protagonistas estadounidenses que libran situaciones con actores secundarios peruanos, están habladas totalmente en inglés y rodadas en Lima, aunque incluyen escenas de archivos extraidas de otros filmes para usarlas en algunos flashbacks insólitos (tijeretazos a cintas de Jackie Chan o David Carradine) o para poner ambiente a las escenas de sexo (no es de extrañar ver a una pareja de rasgos latinos con ropa para luego en el plano siguiente estén en pleno furor corporal luciendo vellos rubios y cabelleras doradas y lacias).

En el año 2058, los humanos mutantes, después de luchas intergalácticas y de huir de yugos totalitarios, viven en parajes desérticos con oasis citadinos, para tratar de buscar el punto final a una vida extrema y peligrosa. Pero como todo imaginario de un subdesarrollo social futurista, aquellos seres andan a la espera de un Mesías, de aquel guerrero que los salve del mal y de los tiranos. En ese sentido, Ultra warrior es un disparate, un dislate fílmico en su argumento, puesta en escena y en sus actuaciones, pero doblemente hilarante para los espectadores peruanos, pues no es cosa de todos los días ver una odisea gringa con actores de las telenovelas y programas cómicos como Ramón García rapado y con cadenas punkeras, o al feo de Risas y Salsa pintado de azul luchando como gladiador.

Por su parte, New crime city aborda aquella temática del convicto lanzado por alguna extorsión a los bajos fondos devastados (mismo Kurt Rusell/Snake Plissken), para cumplir una misión: contagiar a los malvados un virus mortal. Pero las semejanzas se acaban no sólo por la diferencia de los decorados (la avenida Argentina, Petroperú nuevamente, pintas subversivas en las calles) o por la diversidad del reparto (Elvira de la Puente, Lolita Ronalds o Maritza Picasso), sino por la pureza involuntaria de los diálogos y por el loco determinismo de las acciones.


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