Tron, la película de Steven Lisberger de 1982, se convirtió en un hito del cine de animación por computadora y fue una pionera en introducir los nexos entre el mundo real y la "realidad virtual", por así decirlo. Si bien con los años los efectos especiales y el planteamiento general de la película resultan inocuos e ingenuos, Tron es una referencia obligada si es que se piensa en los padres de Matrix y compañía en torno a la humanización de los programas y diversas interpretaciones de lo que Braudillard denomina "simulacro". En este filme, Jeff Bridges (Kevin Flynn) encarna la náusea en los tiempos de los juegos Arcades, y su ingreso humano al mundo lógico de logaritmos y entelequias programadas, se pierde en la artificialidad y vacíos de los personajes-programas con los que se regodea. Y veintiocho años después, el nuevo Tron, el legado (EEUU, 2010) tampoco tiene mucho qué decir en este aspecto. A Tron le gana lo visual en estado casi puro.
Tron, el legado es una continuación de la versión de 1982 y extiende la historia con la aparición del hijo de Kevin Flynn, Sam (Garrett Hedlund), quien logra ingresar al mundo creado por su padre, quien ha perdido el control y se mantiene al margen del gobierno de Clu, su clon maligno (un Jeff Bridges más joven y digital). Este Tron es el típico cuento sobre un elegido que llega a un pueblo oprimido, o en este caso militarizado y liderado por una suerte de Fuhrer de traje de látex y fosforescencias. Mas bien la historia de rebelión y huída es más de lo mismo, incluso darle calidad de maestro zen al veterano Bridges resulta hilarante, sin embargo la historia es lo de menos. Tron, el legado no intenta ser una Matrix con su rollo mesiánico. Tron, está en nada, sólo le interesa ser espléndida en recrear este universo virtual de confines oscuros y competencias luminosas para delicia en 3D.
Tron, el legado no es del todo una decepción. Su fuerza visual exacerbada en 3D sólo dura dos o tres secuencias y eso es lo que le sobrevive al filme. La secuencia de discos y la competencia en las motos de luces siguen siendo piezas claves en el diseño de este universo de olimpiadas de la muerte, pero se pierden al final de cuentas en las aspiraciones filosóficos religiosas que brotan de los labios de un viejo Bridges de caricatura. Incluso, la muy promocionada banda sonora elaborada por Daft punk resulta un bluff si tenemos en cuenta que la libertad de la dupla francesa sólo se siente en la escena en el bar, donde aparecen en un cameo y en una que otra escena de competencia.
Prefiero el Tron de 1982, aunque por momentos sea aburrida.
Trailer de Tron (1982)
Secuencia de competición en las motos de luces en Tron (1982)
Discos en Tron (1982)
El plus de Tron el legado
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