Django sin cadenas (EEUU, 2012) es una película sobre la venganza, pero no a la manera de las anteriores películas de Quentin Tarantino, donde a pesar de todo existe un móvil justiciero (Bruce Willis salvando por humanidad a Ving Rhames, por ejemplo o Kurt Rusell vengándose de la crueldad de un grupo de mujeres) sino que aquí parte de un desmesurado ajuste pasional o de índole amoroso, lo que convierte a este film en una experiencia menos espectacular, en cuanto a muestra de la marca tarantinesca. Es decir, si en Django de Corbucci, Franco Nero arrastraba su propio ataúd en medio del desierto, con la desidia o frialdad de alguien aturdido y con la posibilidad de la muerte a cuestas, en la película de Tarantino, aparece el protagonista bajo el yugo de las cadenas que no simbolizan la condición del esclavo sino solo el impedimento del amor o el encuentro con el objeto del deseo: la esposa robada. En sí, pese al contexto histórico y a la cercanía de fondo con una película como Lincoln, el tema de la esclavitud en Django no deviene en queja social ni analogía, ya que eso es lo que menos le interesa a Tarantino, quien se muestra tentado a desmenuzar los recursos del spaghetti western, a través de la música, de los zoom in, de los ataques coreográficos pero con poca solemnidad y más bien con la puntería certera en la mofa.
A diferencia de spaghetti western (y del western más clásico también), en Django sin cadenas no hay antihéroes que guíen la acción, mas bien está la fórmula de las buddy movies, donde una pareja algo dispareja o empática se une para ir a la caza de un fin: el reencuentro de Sigfrido con Brunilda, la pareja arquetípica. Pero también Tarantino decide ponerle punto final a esta dupla Christoph Waltz- Jamie Foxx en un momento sorpresivo, dejando la sensación de que deja a Starky sin Hutch, a Thelma sin Louise, a el Gordo sin Flaco, lo que no es precisamente un logro dentro de la propuesta.
Más allá de lo anecdótico de la épica de los Nibelungos, del forastero alemán y culto viviendo en tierra ajena, y del liberto como ovni recién aterrizado, en Django sin cadenas, Tarantino luce una vez más su talento para la acción y para el guiño cinéfilo, para el gore más hilarante y desproporcionado, para la caricatura que lo pone en una posición lejana de la solemnidad del western, género americano por excelencia, para acercarlo más a una comedia cruel y sardónica en plena Texas de mediados del siglo XIX. Sin embargo, la trama se debilita cuando precisamente el protagonista toma las riendas del metraje, es decir cuando Django se asume sin cadenas, libre para ir al rescate de su amada, y paradójicamente de la mano de la mejor arma que tiene Tarantino, el verbo.
Me gusta mucho la historia a pesar de tratarse de una película que refleja un tema fuerte como lo es la esclavitud , me gusto la cinta de Quentin Tarantino Django sin cadenas, aunque maneja muchas escenas cargadas de sangre, de disparos y de pelas que deja cierta moraleja sobre estos temas polémicos.
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