19.2.13

Oscar 2013: Una aventura extraordinaria de Ang Lee

¿Es posible hacer una defensa del relato oral retórico y fantástico, utilizando como analogía a la imagen como ejemplo brutal de ese artificio frente a la narración desnuda y descarnada que queda desvirtuada? Con Una aventura extraordinaria (Life of Pi, EEUU, 2012), Ang Lee hace ejercicio de la verosimilitud como disfraz, siguiendo la pauta de la novela en la cual se inspira, para contar con no poco virtuosismo una suerte de parábola sobre el arte de contar historias, en sus formas y temperamentos para asociarlo al espíritu que propicia el alma de las religiones: la ilusión de la palabra (o de la imagen).

Lee, en Una aventura extraordinaria, hurga en las posibilidades  de dos modos de contar historias: en el estilo del cine de aventuras y naufragios, muy propios de lo literario también (es inevitable pensar en Kipling o Dafoe, para mencionar a un par)  partiendo de la oralidad, en el testimonio de un protagonista que hace que su narración capture al espectador por el solo hecho de ser "alguien que sabe contar bien una historia". Y por otro lado, arremete con su negación, en la anulación del "narrador" protagonista, optando por las secuencias centradas en dos personajes en plena supervivencia (el náufrago y Richard Parker, un tigre de Bengala), a modo de metáfora hiperreal sobre la gracia y la voluntad divina, que incluye una isla de aspecto psicotrópico o en una despedida melodramática.

Pero no solo en la ratificación de la retórica o el disfraz del discurso como necesidad para mostrar la "voluntad de dios" (como señala el protagonista al final de la película), es que Ange Lee concentra su película, a modo de gran fábula moderna, sino también en abordar la esencia del orientalismo que es virtud en decenas de films estadounidenses, tanto de grandes estudios como de serie B a lo largo de la historia y sobre todo en los años cuarenta y cincuenta, logrando un imaginario de la India acorde al tono hollywoodense exotizante. Y así, en esa extrañeza que impone el relato, donde los animales viven en total armonía pese al cautiverio, o donde defienden su naturaleza depredadora e instintiva (como la escena del niño que quiere jugar con la bestia),  la India colonial es que se convierte un lugar para huir.

Y parte de esta transacción, de India a Cánada, de fábula a realidad, de narrador a oyente, incluye que Pi tenga el nombre de una piscina en Pondicherry mientras el tigre tenga nombre de humano. La inversión que da pistas de esa gran construcción del personaje doblemente personaje (la elección del relato del testigo de un naufragio cruel y de terror, o la historia del joven que enfrenta a un tigre hambriento) y que poco a poco el espectador irá descubriendo para identificarse con el escritor/oyente que está a la caza de nuevas historias para reproducir, arrojan a Una aventura extraordinaria a ser un producto de fórmula, y que con un poco de buen humor puedo asegurar, contiene la cuota que conmovió a la Academia la noche de los premios en que Titanic obtuvo once preseas: un testimonio, un oyente, un naufragio, un encuentro y un desencuentro aterrador. La diferencia es que aquí nadie llamó a Celine Dion, lo que se agradece.

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