22.2.13

The Master de Paul Thomas Anderson

The Master de Paul Thomas Anderson (EEUU, 2012): la negación de una transformación, la rebelión del aprendiz hacia el maestro y, lo más importante, la mirada de un cineasta que propone al espectador el retrato de un hombre herido por el alcohol y la segunda guerra mundial, a partir de un cuerpo envejecido, encorvado, gastado, pese a que se estaría contando una historia desde la juventud, en todo su hastío y agotamiento. Y en este elemento permanece la apuesta radical de Paul Thomas Anderson, por hacer un cine un poco más alejado del realismo de Petróleo Sangriento, otro tipo de obra maestra, y que con The Master llega a un  punto de desconcierto sobre lo pulsional, ilógico o extraño.

Según el argumento estaríamos ante una propuesta de representación,  donde Paul Thomas Anderson nos limita a ver, a pesar del paso del tiempo, al mismo personaje con la fisonomía envejecida, agotada, pero vital en su fijación sexual y en su atractivo con las mujeres, pese a la repelencia que estupendamente Joaquin Phoenix logra transmitir con el personaje, y que el espectador está vedado a ver como juventud. ¿En qué reside este punto de la propuesta de Anderson en The Master? La clave, al parecer, está en los modos de ver que produce Anderson, desde las perspectivas del ojo que filma, y desde donde va ubicando al espectador, una fijación poco común en cineastas de la actualidad (y que me invita a pensar en intenciones, no en propuesta visual, al uso de David Lynch, por lo que incluso la presencia de Laura Dern en el filme me suena a guiño cinéfilo). 

Por momentos somos los ojos de Freddie Quell (Joaquin Phoenix), quien es capaz de ver desnudas a todas las mujeres mientras el líder de una secta ejerce un papel lleno de megalomanía y excentricidad cantando y bailando ante un grupo de oyentes, o mientras le piden concentrarse en una sesión de pseudo hipnosis para transformar ojos azules en negros. Y en otras secuencias, estamos totalmente inmersos en los movimientos y pasajes del Freddie Quell que Anderson quiere que conozcamos: un marino, antes del fin de la segunda guerra mundial, que juega sexualmente con furor adolescente con muñecas de arena, delante de sus compañeros de batallón en plena playa y que roba combustible de los barcos para beberlo y saciar su ansiedad. Luego, estamos un puñado de años más adelante, apenas siete años, a comienzos de la década de los cincuenta, y sin embargo, Quell luce devastado, como si el peso de la guerra hubiera sido demasiado. Y a través de este desgaste asistiremos a sus recuerdos, sobre todo al referirse a Doris, el objeto amado y apartado, y al proceso de su conversión para dejar el alcoholismo y adherirse a La Causa, la suerte de secta que dirige el maestro Lancaster Dodd.

En este sentido, The Master es una película física, acumula toda su materialidad en un único elemento, el cuerpo de Joaquin Phoenix. Y precisamente ese cuerpo como núcleo dramático dirige toda la puesta en escena. El cuerpo alcoholizado y envejecido solo puede verse como tal, incluso en escenas que parecen flashbacks de adolescencia o juventud, porque así se nos ha sido revelado, en su dureza, en su pesadez y agotamiento. Phoenix encarna a un personaje joven, pero solo podemos ver las marcas, las arrugas y demás curvaturas tristes que ha dejado la guerra y la crisis amorosa, y que se traduce en lo que la cienciología no puede redimir. Y en su polo opuesto, la figura del líder, el maestro, un Philip Seymour Hoffman en estado de gracia, sombra de su esposa embarazada (una impactante Amy Adams), y que carga un par de hijos adultos inútiles.

Paul Thomas Anderson también logra un retrato brutal de Freddie Quell a partir de su fijación sexual, que incluso es tratada clínicamente, es decir, ante sus frustrados intentos de establecer conexiones, y que se muestran con mucha intuición en la puesta en escena. El fotógrafo Quell conoce a una modelo de una tienda por departamento, y las escenas van mostrando de modo rápido la progresión de esa relación, sin embargo, se abandona abruptamente esta posibilidad. Con Quell no se va a ninguna parte. Pero luego de su experiencia con Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), y de su tratamiento para ser parte de La Causa, una suerte de secta inspirada en los orígenes de la Cienciología, este aspecto sexual va a ser capital para confirmar la renuncia de Quell, que va más allá de la conversión fallida o la derrota del maestro: un regreso al punto de origen del filme, la mujer de arena.

The Master no solo se basa en un armado de correspondencias entre las personalidades opuestas del maestro y aprendiz, cuya base es el duelo verbal, y donde el lema principal es "matar al animal que llevamos dentro", sino que se representa de modo elocuente en la escena en que Quell decide huir: tomar la motocicleta en la ruta opuesta a la que eligió su mentor. Momento clave para saborear aún más la puesta en escena abrupta, extraña, como el personaje poco sano y alcohólico que se describe.

Primero planos invadidos por sombras o "manchas" de los interlocutores es quizás un recurso que Anderson utiliza como si se tratara de alguna ensoñación febril, alejándose de cualquier interpretación "realista" y más cercana a un temperamento y sensibilidad de lo absurdo o surreal, como la secuencia del sueño dentro del cine, donde Quell está dormido mientras se proyecta Gasparín.

Paul Thomas Anderson realiza una película sugerente, de atmósferas extrañas, con actuaciones perturbadoras y antológicas, con un score de Jonny Greenwood de percusiones y cuerdas notable, en una línea opuesta a los charlatanes que había retratado ya en Magnolia o Petróleo Sangriento, y que lo afirman como un autor a la búsqueda de nuevas experiencias formales y sensibles en el cine, sin temor, y que resultan inauditas en el cine estadounidense de hoy en día.









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