4.5.11

Volver al futuro de Robert Zemeckis













Para empezar, si quisiera volver al año en que mis padres se conocieron, para impedirlo obviamente, sería imposible, ya que en aquellos años de inicio de los setenta yo no existía; no tenía idea de que iba a nacer en Perú. Sin embargo, a Robert Zemeckis le importó un bledo cualquier teoría científica al dar rienda a su imaginación para armar la idea de una película que diera cuenta de un hijo que puede viajar en el tiempo y conocer a sus padres a la misma edad que él tiene. Volver al futuro (EEUU, 1985), cinta estrenada nuevamente en nuestro país luego de 25 años, es una típica cinta de los años ochenta, en plena eclosión de un cine fantástico que incluye aventura, comedia y drama, cierto humor naif y una puesta en escena disipada y simple.

Este reestreno en 2D propicia ver cómo ha cambiado el modo de hacer cine de entretenimiento y cómo nos gobierna la horda de nostalgia ante una película fantástica que, al final de cuentas, resulta ingenua y sencilla en su argumento, quizás su mayor mérito. Volver a la época del sueño americano como recurso ñoño de un Einstein pop.

La cinta no resulta envejecida pese a The power of love de Huey Lewis & The news, al skater por las calles o la moda de jeans y chalecos en las preparatorias estadounidenses. Hay más bien un Zemeckis de espíritu lúdico y adolescente que no predecía aún cintas de su autoría como Náufrago o Forrest Gump, iconos de la estulticia del país del norte. Hay toda esa onda del chiste oscuro y cruel de las sitcom actuales, y una interesante postura antiedípica que la hace hilarante.

Marty McFly (Michael J. Fox) es un estudiante preocupado en no llegar tarde a su escuela, que tiene novia y que es amigo de un científico loco llamado Doc (Christopher Lloyd), quien ha inventado una máquina del tiempo en un auto DeLorean, y que funciona con plutonio. Al probar la máquina, es trasladado a un pueblo de los años cincuenta, donde conoce a sus padres adolescentes, días previos a que estos se conozcan y se enamoren.

¿Existe un modo de filmar “ochentoso”? La cinta más bien logra plasmar un espíritu de lo popular y de vida en un suburbio de aquello que aquí veíamos como distante, donde las calles lucen apenas habitadas, dando la idea de un microcosmos con aire insular, como de cuento o alegoría frente a modas de consumismo pop y onda callejera (breakdance, para mencionar un síntoma), que gobernaban otras cintas de la época. Pero, Zemeckis lo hace a través de un adolescente de 17 años preocupado en caer bien a un científico loco que pasar más tiempo con su novia, es decir el alma de aventurero, que se mete en problemas y que evita que su madre se enamore de él.

El maquillaje luce impostado (sino recordar la escena en que los padres aparecen avejentados para luego lucir sin arrugas), la lógica de las escenas es lo de menos (si pensamos en el quiebre que provoca el tiempo en la escena final en la casa luego del retorno), sin embargo, lo mejor de la película es el maravilloso personaje del padre torpe y perdedor que encarna Crispin Glover, que tiene un aire a tipo extraído de alguna pela de John Waters. Ver al padre con sus tics, riéndose de sketchs de medio pelo en la tele, siendo un pelele, advierten el mensaje espléndido de la película, la justificación moral: que no sólo se vuelve al pasado para tener una aventura sino para cambiar a los perdedores que impiden que la vida sea mejor. Al final de cuentas.

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