12.4.11

BAFICI 13: L.A. Zombie de Bruce LaBruce















Los primeros minutos de L.A. Zombie me hicieron desconfiar de la coherencia con la propuesta que el cineasta canadiense Bruce LaBruce ha mantenido durante toda su filmografía. Sin embargo, L.A. Zombie tiene mucho de la ironía terrorista con estética homocore de la marca LaBruce, a través de la historia de un zombi alienígena que emerge del mar con una singular misión: hacer de Lázaro, pero resucitando a los muertos, y fornicando con ellos a través de sus heridas mortales.


El espectacular actor porno François Sagat encarna al zombi, quien de casualidad encuentra a sus víctimas (mafiosos, clochards, narcos), y a quienes va a revivir tras mantener con ellos actos sexuales necrófilos y fetichistas, en medio de un Los Ángeles hostil, espacio de vagabundos y outsiders. Pero conociendo las intenciones de LaBruce, ¿cuál es su apuesta en este filme hardcore de sexo gay explícito?

Para empezar es interesante como LaBruce plasma su película como alegoría maldita, en la figura de una ciudad de barreras callejeras, de callejones oscuros, de carreteras solitarias, y de arrabales donde todo se permite. El zombi es mostrado en dos niveles: como vagabundo arrojado al mundo sin oportunidades, como un migrante que vive de la basura y duerme bajo cartones. Y a su vez, en la conversión, es un zombi con boca mutante, pero que no come cerebro ni mata a sus víctimas, sino que les devuelve la vida gracias a un pene implacable. Un pene dador, benevolente con negros, drogadictos, asesinos, okupas, todos aquellos defenestrados de alguna manera por el sistema, a los cuales el zombie vuelve a la vida con otras perspectivas.

Para LaBruce, la condición del gay puede ser análoga a la del inmigrante o homeless viviendo en condiciones infrahumanas; y lo coloca en situaciones de extremo, de sólo poder hacer el amor con muertos y en lugares insalubres. La escena final, del zombi tratando de exhumar la tumba de La Ley es implacable. Una de las películas de LaBruce que resulta más política y frontal (sin reservas para el gore, ni para el porno queer), igual de cruda que sus antecesoras, quizás algo más mecánica pero significativa como panfleto en contra de la desigualdad.

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