11.4.11

BAFICI 13: La vida útil de Federico Veiroj















¿Qué nos queda luego de una vida dedicada al cine? Más cine. Así de simple es la premisa que propone Federico Vieroj en este su segundo largometraje. El crítico de cine Jorge Jellinek encarna a un proyeccionista de la Cinemateca Uruguaya, que de pronto se ve jubilado del trabajo por los problemas económicos y por los nuevos rumbos que exige el cine digital, lo que propicia verse arrojado fuera del espacio cinéfilo como si se tratara de un parto imprevisto.

La vida útil (Uruguay, 2010) dura menos de hora y media, y tanto su concisión como ahorro de recursos permiten tomar la fisonomía de una fábula sobre cómo intentar renacer luego de haber trabajado más de treinta años en un oficio, y revelarse de pronto un poco desconectado de la vida real.


Un contrastado blanco y negro permite la atmósfera anacrónica, como si de pronto el tiempo se hubiera detenido en el viejo deleite de asistir a una sala de cine a ver películas ya poco comunes, y que la Cinemateca trata de mantener. Allí aparece Jorge (Jellinek), de apariencia lerda y reflexiva, quien junto a un Manuel Martínez Carril, son la parte práctica que pone en marcha esta vieja institución y que ya poco pueden hacer para su sobrevivencia ante deudas y fuga de espectadores.

Jellinek es seguido en su labor diaria de proyectar, supervisar las funciones, hablar con los espectadores, ordenar archivos. Vivir dentro del cine hace que Jellinek se vuelva ese tipo de personaje fusionado con la mística del trabajo que siempre se quiso tener. Pero cuando es despedido, es evidente que las películas, los argumentos, las escenas, las actuaciones, son parte esencial que le ayudarán a pasarla mejor lejos del cine, pero para volver de alguna manera a él.

La banda sonora compuesta por temas de Eduardo Fabini es fundamental para complementar este ambiente de anacronismo, ya que le da a cada escena que ambienta un halo de cine clásico, que enfatiza o sublima las acciones. Ver a Jellinek caminando por las calles de Montevideo, con una cámara que lo sigue como si fuera el acto más heroico de la humanidad y con la música que hace emerger esa cuota de estar perdido en el tiempo es uno de los momentos más logrados de este largometraje.

La vida útil tiene una puesta en escena minimal, con algunos planos que se refieren a la forma del cinema novo (por ahí algo de Grauber Rocha), pero también de la comedia italiana de los sesenta, que logra conectar con nuestra vieja idea de la cinefilia como compromiso y parte de un estilo de vida. La vida útil es una gran película, tan grande como el baile de Jellinek en la facultad de Derecho a la espera de la profesora a quien quiere invitar a salir.

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