Señalo algunos puntos o categorías para comentar el estado de los cortometrajes peruanos que he visto a lo largo de este año 2010, que me ha parecido un año optimista en cuanto a número de trabajos y temáticas, aunque me faltó ver más trabajos de regiones. Es curioso que se haya apostado, en su mayoría, por realizar cortos de ficción, orientados a la comedia algo cínica, al fantástico o al thriler, y lamentablemente, dejado de lado el documental.
La necesidad de la truculencia. Es como si de pronto desarrollar un tema escabroso o disfuncional fuera sinónimo de captar la total atención del espectador y, por ende, contar una historia de tensión asegurada. Hijos que matan a sus madres, bebés mutantes, tipos desahuciados, padres cafichos, madres prostitutas y maltratadas o, simplemente, personajes anodinos, tontos, exagerados. No me refiero a la libertad creativa, es decir, se puede hacer cine del hecho más anecdótico, se pueden hacer películas del personaje más inútil que pueda existir, no cuestiono el tema, el discurso, sino cómo que es una generación cree que esa es la fórmula asegurada de la narración “lograda” en menos de veinte minutos. Ese es el caso de Jáuregui de Víctor Manuel Checa, sobre la relación semi incestuosa entre madre e hijo en un ambiente medio sórdido, rodado en el sur de Lima. O el caso de Ezequiel de Aaron Rojas, sobre el delirio de una madre casi anciana frente a su hijo que sufre una claro retardo mental, ante el cual no sabe si ser víctima o verduga. Ambos son cortos que cuidan sus cualidades expresivas, su dirección de arte, la fotografía, pero los temas (mal tratados al final de cuentas) me arruinan todo eso.
¿Puedo generalizar este punto de valoración como extensivo a los demás cortos? No, pero sí me resulta a la larga un lugar común apelar a lo exacerbado y escabroso, a lo “diferente”, al margen de los resultados estéticos que puedan tener. Porque cortos como La región invisible, que se inscribe en el lado más oscuro de inconsciente, o como El tercero, se arriesgan con temas igual de inverosímiles, pero su tratamiento los hace creativos, fuera de lo común. En el polo opuesto está Miraflores no es Buenos Aires y Legado de los Cárpatos de Cristian Cancho, el mismo cineasta de La farándula, ambos cortos inscritos en una onda bizarra y de humor involuntario, más en una onda del fantástico, pero que al final de cuentas resultan ejercicios inocuos.
¿Puedo generalizar este punto de valoración como extensivo a los demás cortos? No, pero sí me resulta a la larga un lugar común apelar a lo exacerbado y escabroso, a lo “diferente”, al margen de los resultados estéticos que puedan tener. Porque cortos como La región invisible, que se inscribe en el lado más oscuro de inconsciente, o como El tercero, se arriesgan con temas igual de inverosímiles, pero su tratamiento los hace creativos, fuera de lo común. En el polo opuesto está Miraflores no es Buenos Aires y Legado de los Cárpatos de Cristian Cancho, el mismo cineasta de La farándula, ambos cortos inscritos en una onda bizarra y de humor involuntario, más en una onda del fantástico, pero que al final de cuentas resultan ejercicios inocuos.
La cámara filma, pero no dice nada. La moda de los planos fijos y sus adeptos. Dejas que la cámara complete todos los significados, por el hecho de encenderla y dejar “que todo fluya” no es sinónimo de vivir y expresarse a través del cine. El más extremo ejemplo de este punto están en los cortos de Jonatan Relayze Días van y Mirada Tusán, soluciones fáciles a la idea de contar algo en un solo plano (Mirada Túsan) o dar una explicación al curso el tiempo en Días van, en base a una serie acumulada de planos fijos sin mucho que mostrar. En otra variación de este punto está el corto La ruta de los aviones de Daniel Bustamante Philipps, donde vemos a Miguel Iza metido en una habitación en planos secos y decolorados. Ciudad manjar de Mauricio Godoy y Brennan Barboza se ve como un cúmulo de fotos bien hechas sobre Zaña, pero nada más. Construye poco acerca del lugar como si el plano fijo que recibe de vez en cuando a un burro a un grupo de personas caminando ya lo dijera todo. Un naturalismo snob.
Tolva de César Fe es un caso similar, que se salva por una secuencia de ruptura gracias a la aparición de una banda de jazz que evoca a la locura (es una de las escenas entre los cortos que más me ha gustado).
Cine de diálogos y situaciones. Rumeits y DO-MIN-GO de Gonzalo Ladines son dos apuestas interesantes donde la oralidad y los modismos adquieren preponderancia, sin descuidar la puesta en escena. Planos fijos que se sostienen en cómo los personajes hablan de sí mismos, en las maneras de los jóvenes de clases medias al resolver sus disyuntivas interpersonales. Hace tiempo que no disfrutaba de diálogos verosímiles y sentido del humor cínico e inteligente. Si bien en Rumeits se nota la verborragia y la frescura, en DO-MIN-GO se oscila entre la resaca y la incomodidad de los gestos. Ladines maneja bien ambos registros y eso ya es bastante.
Punto aparte. Me es imposible mencionar todos los cortos con detalles interesantes que he visto en este 2010, pero si quiero mencionar dos casos. El primer hallazgo de Julio Cesar Parra, narrado al mejor estilo de El proyecto de la Bruja de Blair, me parece una historia llena de prejuicios (la investigación sobre la muerte de una turista europea a manos de un campesino, quien es defendido por un pueblo iracundo que odia a los “gringos”), pero que en fondo es una delicia del humor involuntario y de dejadez visual. Un punto especial para Wambla light, corto inclasificable, pero ante todo, una experiencia inusual dentro del cine que se hace en regiones. Un inmenso trabajo de producción y postproducción que no se puede dejar de lado.
Tengo la sensación que en este año le ha ido mejor en un plano estético a los cortometrajes en el cine peruano (desde el uso de cámaras digitales de última generación en Regreso de Alejandro Burmester hasta la textura de una lomo en San Felipe de Antolín Prieto), pero no encuentro aún al cortometraje que me conmueva. Sin embargo, tengo cinco favoritos en orden de apreciación:
Tengo la sensación que en este año le ha ido mejor en un plano estético a los cortometrajes en el cine peruano (desde el uso de cámaras digitales de última generación en Regreso de Alejandro Burmester hasta la textura de una lomo en San Felipe de Antolín Prieto), pero no encuentro aún al cortometraje que me conmueva. Sin embargo, tengo cinco favoritos en orden de apreciación:
Función macabra de Diego Vizcarra
La región invisible de Aldo Salvini
Rumeits de Gonzalo Ladines
El tercero de Iván D’Onadío
Regreso de Alejandro Burmester
La región invisible de Aldo Salvini
Rumeits de Gonzalo Ladines
El tercero de Iván D’Onadío
Regreso de Alejandro Burmester
Estas locaza, hay cortos q ni deberías nombrar, pero... todo es subjetivo
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