Hay una frase de Nietzsche ideal para lo que el documental peruano de Felipe Degregori plasma: “… sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria". Hay momentos en esta película en que las palabras suplen todo el miedo al vacío que tienen los retablos elaborados por el protagonista del relato, Edilberto Jiménez. Palabras a modo de estertor, que traen a flote un pasado reciente, que aparece lejano y terrible ante los ojos del espectador. Hay una intención clara por proponer un amago de "victimología" (que en algunos casos se hace insoportable), pero es inherente a la historia en la cual se enfoca, de cómo el arte (los estupendos trabajos del antropólogo y retablista Jiménez) se convierte en catarsis, en la única voz de una población olvidada, invisible al propio Ayacucho, a Lima y a su poder centralista. Un lápiz viene al rescate de lo que no se debe enterrar.
Este documental de parte, narrado con un estilo periodístico (quizás muy didáctico también) da cuenta del retorno del retablista al pueblo de Chungui, en Ayacucho, una de las zonas más afectadas durante los tiempos de la guerra interna, donde recogió hace más de quince años testimonios de los pobladores sobrevivientes de la violencia y el terror propiciado por Sendero Luminoso y las fuerzas armadas, para dejarlos plasmados en sus dibujos de estilo reconocible (Jiménez confiesa que se inspira en Guamán Poma de Ayala en el tratamiento de su despliegue iconográfico).
Felipe Degregori muestra en Chungui, horror sin lágrimas (2009) el afán de trasladar las voces ocultas de las víctimas de la llamada “Oreja de perro” (apelativo de la zona) a la pantalla de manera frontal, dejando al espectador, en los momentos más impactantes de la película, imaginar la puesta en escena del terror. El retrato de Jiménez queda en un segundo plano, para entrar de lleno en la reconstrucción de las ausencias, a la fuerza, de este pueblo que vive en el atraso.
Chungui se hace interesante en los monólogos fieros, en quechua, en español, inclusive a través del canto: mujeres hablando de masacres y violaciones, donde el verbo y el rostro son el vehículo para dejarlas desnudas en sus recuerdos duros, en sus historias que rozan lo escandaloso, lo inenarrable.
Hablar de esta historia del horror que destrozó a Perú a través de la sensibilidad de Jímenez, que vive metido en la certeza de que lo vívido no debe ser olvidado, así se trate de lo impronunciable y borroso, es un nuevo y valioso acercamiento al tema de la memoria y la reconciliación, sin embargo, la factura televisiva y las demandas finales con tufo onegeísta le restan puntos en una mirada total.
Este documental de parte, narrado con un estilo periodístico (quizás muy didáctico también) da cuenta del retorno del retablista al pueblo de Chungui, en Ayacucho, una de las zonas más afectadas durante los tiempos de la guerra interna, donde recogió hace más de quince años testimonios de los pobladores sobrevivientes de la violencia y el terror propiciado por Sendero Luminoso y las fuerzas armadas, para dejarlos plasmados en sus dibujos de estilo reconocible (Jiménez confiesa que se inspira en Guamán Poma de Ayala en el tratamiento de su despliegue iconográfico).
Felipe Degregori muestra en Chungui, horror sin lágrimas (2009) el afán de trasladar las voces ocultas de las víctimas de la llamada “Oreja de perro” (apelativo de la zona) a la pantalla de manera frontal, dejando al espectador, en los momentos más impactantes de la película, imaginar la puesta en escena del terror. El retrato de Jiménez queda en un segundo plano, para entrar de lleno en la reconstrucción de las ausencias, a la fuerza, de este pueblo que vive en el atraso.
Chungui se hace interesante en los monólogos fieros, en quechua, en español, inclusive a través del canto: mujeres hablando de masacres y violaciones, donde el verbo y el rostro son el vehículo para dejarlas desnudas en sus recuerdos duros, en sus historias que rozan lo escandaloso, lo inenarrable.
Hablar de esta historia del horror que destrozó a Perú a través de la sensibilidad de Jímenez, que vive metido en la certeza de que lo vívido no debe ser olvidado, así se trate de lo impronunciable y borroso, es un nuevo y valioso acercamiento al tema de la memoria y la reconciliación, sin embargo, la factura televisiva y las demandas finales con tufo onegeísta le restan puntos en una mirada total.
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