3.9.10

Oh! uomo o mi límite de lo visual













En un taller sobre crítica de cine salió a flote la pregunta ¿hasta qué punto uno como crítico podía recomendar una película?, es decir, indicar al espectador o lector que vaya a ver especialmente ésta o tal cinta. El destajo de colocar en un  lado los filmes que se deben ver y en otro, los olvidables o los que no vale la pena mirar. Es un ejercicio válido y muchas veces díficil de escapar, además qué destajo no existe en la misma de elección de una película para comentar e ignorar otras que aparecen en cartelera. En mi caso, jamás suelo decir explícitamente "yo recomiendo", porque no me interesa hacer ese tipo de juicio de valor, además pienso en un lector cinéfilo que no debe estar vedado jamás a ningún tipo de película. Pero en qué casos diría "esa película es demasiado fuerte, no la veas" o para ser un poco más exagerada cuál filme quisiera que mi hijo no vea nunca (bueno, hasta determinada edad). Y es así que me surge la pregunta ¿existe esa cinta que quisiera que nadie vea? Mas bien hay una que cinta que se vuelve esa pregunta.

Cada vez que pienso en una experiencia límite en el cine (que no tiene que ver con el hardcore, el slasher, el snuff o la ultraviolencia) aparece Oh, uomo (2004) de Yervant Gianikian y Angela Ricci Lucchi, una pareja de cineastas armenio italiana que viene trabajando desde los 70 y que hoy en día configura una de las mentes más creativas en torno al found footage, que consiste en construir un relato propio (en las fronteras del documental) a partir de películas, fotos, imágenes televisivas de archivo. La libertad de crear, restaurar, refotografiar a través de archivos encontrados en filmotecas, museos, o en la misma la basura, y que suelen ser en su mayoría material inédito y controversial. Pero en Oh, uomo, Gianikian y Ricci Lucchi no están a la caza de la minucia, sino de palabaras mayores: una máquina del tiempo que nos lleva a las guerras y sus víctimas, los cuerpos de la barbarie. Sin embargo, el trabajo de esta dupla más allá de la apropiación, propone tesis y ensayos sobre hasta qué punto hay un límite en lo que se puede mostrar, en el ojo que filmó (material de guerra posteriormente censurado)y en la mirada actual hacia acontecimientos borrados del imaginario visual (y ético) de lo permitido. Tras ver Oh, Uomo estuve en mí límite de lo visual. Después de eso, ya todo estaba visto.

Oh, uomo pertenece a la denominada trilogía sobre la guerra junto a Su tutte le vette è pace (1999) y Prigionieri della guerra (1996) y consiste en imágenes de la Primera Guerra Mundial, niños en campos de concetración, futuros fusilados o soldados mutilados y deformados.Imágenes ralentizadas y en parpadeos que hacen  cuestionable el modo de mirar: cuánto tiempo puedo mirar lo que me sugieren,ro que también ahondan en la fijación en los detalles. Un rostro en toda la pantalla es igual al movimiento de los párpados, a las intenciones en los ojos, a los gestos de desesperanza o de búsqueda.

Como diverso material fílmico sobre la guerra (sobre todo aquellos manidos de los campos de concentración nazis) hay un riesgo de producir manipulación y forzar una mirada culposa y nostálgica. De victimizar y apologizar. Pero en Oh, uomo, esta intención se va disolviendo hasta dejar entrever la necesidad de mostrar cuerpos o mas bien un amago de arqueología con estos restos, para reficcionalizarlos, volverlos a representar.

Oh, uomo comienza con un subtítulo significativo: Un catálogo anatómico de la deconstrucción y recomposición artificial del cuerpo humano. Y es así que vemos material en sepia, quizás filmado por los mismos soldados y médicos, de niños desnutridos hurgando en la comida descompuesta, de soldados sin narices, bocas, ni manos, o de gente prisionera a punto de morir. La podredumbre de la guerra se hace insoportable, pero es precisamente cuando entra a figurar una suerte de abstracción que roza lo surreal. La realidad de la guerra se enrarece, y se convierte, bajo los ojos de esta pareja, en imaginario de un Tod Browning, sobre todo cuando se da vida a la "recomposición artificial" que hace mención en el subtítulo.

De esta manera, mí límite de lo visual rodea mis propias interrogantes en torno a lo ético, qué es lo realmente permitible en el écran. Oh, Uomo es una obra maestra compleja, pero a la vez hostil. Nadie quiere que le restrieguen en la cara las miserias de las que estamos hechos, y esta experiencia de cine puro aniquiló con fuerza la ceguera a la que estaba acostumbrada.

Una entrevista interesante a Gianikian- Lecchi aquí

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