10.2.14

Oscar 2014: El lobo de Walt Street de Martin Scorsese




En El lobo de Walt Street, Martin Scorsese está más interesado en mostrar la conciencia moral de sus personajes que en retratar alguna época o en revelar algo más racional en torno a la psique del corazón de capitalismo estupidizado. Una prueba: en la banda sonora se juntan temas de diversas décadas y estilos, oscilando desde Elmore James hasta Foo Fighters, lo que le da un toque anacrónico, ya que la intención no es hacer una representación fiel de la vida del personaje en quien se inspira, de la ciudad de donde proviene o del contexto político que se alude en varias oportunidades, sino que se orienta más a recuperar la fabulación, el don de la construcción de un relato desde el mito, pero también desde su deformación. "Vender una ilusión" es la premisa que gobierna el film: así como Jordan Berlfort ofrece un amago de éxito a sus clientes, Scorsese nos desborda con tres horas de arrebato, quizás con el espíritu desenfadado con el que rodara una cinta tan sui generis dentro de su filmografía como After Hours (marcando las distancias de puesta en escena y argumento).
Una narración en primera persona, que adopta en la puesta en escena una postura y una mirada por momentos excéntrica, y por otros, trivial, será el hilo conductor del ascenso y caída (como en Buenos Muchachos o Casino), sin embargo, a diferencia de los filmes citados, aquí el cineasta recurre al desparpajo, porque si hay algo que ha podido sostener y endiosar una visión de la decadencia, es la fascinación de la derrota (con traiciones, mafias, intoxicaciones, peleas) pero con ironía y poca seriedad.

Scorsese toma los elementos del carnaval y lo grotesco como lenguaje necesario de la relación social, es decir, desde esa perspectiva exagerada, lúdica y cómica es que va a ir mostrando lo que el protagonista, Jordan Berlfort, quiere que se vea. El lobo de Walt Street maneja los mismos tópicos expresivos de Malas Calles o Buenos muchachos, ya que si bien Jordan Belfort no es un mafioso, mantiene una idea clara que lo emparientan con los Joe Pesci, o los Ray Liotta de antaño: la idea del clan, y que en esta película se traduce en un grupo de idiotas, en tanto perdedores o nerds, quienes van a formar parte de esta hermandad del lucro y la vida fácil a base de engaños y estafas. Y así el tono en que Scorsese representa esta nueva ideología, amparada en un "chocolate para el alma" de la mentira, es el de un nuevo "burlesque", lo grotesco en estado puro, con cuerpos en exceso, como si los personajes de Gargantúa y Pantagruel, o los locos drogadictos de Miedo y asco en Las Vegas de Terry Gilliam, cobraran vida en el interior de un edificio de brokers perdedores obscenos y animalizados. Por ello Leonardo di Caprio es llamado el lobo, por su ferocidad en el éxito, y por su sigilo al conseguir clientes, en una metáfora simple y sin rodeos.

Grotesca es la escena en que McConaughey se despliega en decena de muecas, en medio de un restaurante de moda, mientras se golpea el peso entonando un ritmo surgido de esas fiestas rituales australianas, que usan los trogloditas jugadores de fútbol americano para darse ínfulas de fortaleza y bestialidad. Grotesca en la escena de la orgía en plena oficina o de la fiesta donde el amigo quiere masturbarse delante de todos como si fuera la viva presencia de Diógenes de Sínope, o la de Di Caprio "elastizando" su cuerpo como si fuera una película con Jim Carrey y dirigida por el Sam Raimi de Army of Darkness. Para Scorsese hay un motor indispensable en este fragmento de vida de un magnate hecho desde abajo, y que deja claro en ese festín de cuerpos y de drogas, que se vuelve el eje del poder y la sumisión. No solo se trata de gobernar la bolsa de valores, sino todo lo que implica una vida real y exitosa.

El lobo de Walt Street (EEUU, 2013) si bien registra un par de horas impecables en esa demostración del logro a costa de la idiotez de los otros, tiene un epílogo que enfatiza demasiado esa redondez de la ventaja del discurso alentador y aleccionador del protagonista (su marketing personal), y que en la escena final toma un cariz físico, ya que esos planos enfáticos de los rostros de gente "fea", "rara", "estúpida" en una conferencia de un Belfort libre de culpa y renovado al otro lado del mundo es la que permitirá la segunda oportunidad, aunque esta vez lejos del sueño americano. La exportación del cinismo. (Mónica Delgado).

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