25.8.13

El conjuro de James Wan


El conjuro del malayo James Wan es una fábrica de sobresaltos. Uno tras otro, medidos, en los momentos más recurrentes de los tópicos del terror, van a ir armando un relato de demonios y exorcismo con poca creatividad pero acertado ritmo y suspenso.
Wan, como hiciera ya en Insidious (que se llamó en Lima, La noche del demonio) con Poltergeits, su anterior filme, retoma ahora los temas y personajes del imaginario más perturbador del terror, la posesión satánica, la brujería, los médium, el muñeco diabólico, los orbs, las grabaciones, el vómito extremo. Propone el dominio de una casa embrujada sobre sus ruidos, sobre sus espacios a media luz, y sobre todo, desde su vejez ante la llegada de una familia citadina a una finca en medio de una zona rural  de Rhode Island. La casa cruje, golpea, rompe mientras los personajes van a ir también siendo sometidos a una creciente marca física: la madre que ve aparecer moretones en diversas partes de su cuerpo, las hijas que sufren el acoso de fantasmas de humor tétrico mientras duermen o padecen de sonambulismo.  
Wan, el mismo de Saw, se siente mejor en la construcción del miedo en torno al espacio, a los ruidos, al golpe inesperado que cada dos minutos van a ir mellando la unión familiar dentro de la casa embrujada, pero se debilita precisamente en el corazón de la película: el rol de la pareja Warren, un demonólogo y una vidente, plasmando de modo poco acertado esa pequeña historia de afianzamiento marital. Cuando aparecen los Warren parece romperse ese ritmo de la auscultación y las hurtadillas, del entorno psicológico de los personajes y se hace más explícito los motores algo manidos del género.
 

Es inevitable rememorar a El exorcista, Chucky, o incluso a Los pájaros de Hitchcock, sin embargo, pese a todos esos motivos, repeticiones, El Conjuro se vuelve en una cinta de interés, sobre todo en su primera hora, y que como en la época en la que se ambienta, en los setenta, logra precisamente esa atmósfera de cine de terror perdido, de estallidos de suspenso, de atmósferas y de deterioro de los cuerpos a través del mal, como en el cine clásico de terror.

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