27.2.12

La invención de Hugo Cabret de Martin Scorsese

El París de Scorsese en Hugo es la ciudad del artificio, tanto en esa estación de tren a modo de microciudad, regida por el curso del tiempo de decenas de relojes, sin temor a verse como set de filmación, como por ser telón de fondo entre la dicotomía de lo real y la fantasía, del truco y el juguete, de la simulación y la verdad. París es una ciudad a la medida de Hugo Cabret, un pequeño niño solitario, con audacia para reparar cosas y poner al día los relojes de la estación de tren donde vive oculto y huyendo para no ser enviado a un orfanato.

Hugo es también el que logra reparar un autómata, que va dibujando en un ambiente de misterio el famoso plano de El viaje a la Luna (1902) de George Mèliés,  mientras se nos revela una suerte de anagrama, que deviene en pista gráfica hacia un cineasta dado por muerto. Pero el autómata también es una parodia del "robot" que en sueños encarna al alter ego de Hugo Cabret, huérfano, a la caza del secreto paterno, de la clave oculta que lo llevará a construir a un nuevo padre.

Como si se tratara de un Yepeto, Hugo Cabret, va a ir armando a ese nuevo personaje mudo, de metal, sin vida, hasta verlo moverse, pero esta vez para hacerlo escribir verdades, y con la ayuda del lado femenino, que presta una llave en forma de corazón, que completa aquello que no se podía echar a andar solo. Así Scorsese va configurando su juego de apariencias, o rearmando el rompecabezas sin perder de vista que tiene que lograr las empatías entre sus personajes, a través de claves, pistas, encuentros, o revelaciones.

La invención de Hugo Cabret, que tiene toda la factura de una superproducción, no teme también en insinuar su carga cinéfila pero no por el hecho de hacer evidente a la amnesia del mundo a un precursor del fantástico como Mèliés, sino por añadir todo un imaginario del cine silente con una sutileza maestra: es imposible no asociar al legado expresionista la separación de Chlöe Moretz y Assa Butterfield, en medio de la multitud que pisotea en la estación (a lo Murnau); o en esa mutación del tren que se desbarranca y colisiona en el aire, imagen extraída de una vista de carácter documental de comienzos del siglo,  a la premonición de la pérdida sublimada en una pesadilla. Y ni qué decir de la analogía clara entre Harold Lloyd en un rascacielo de Nueva York y Hugo Cabret colgado del minutero de un reloj gigante sin miedo al vértigo.

Si bien La invención de Hugo Cabret pierde en la construcción de sus personas secundarios (Emily Mortimer, Sacha Baron Cohen como el inspector con pierna "autómata", o la pareja de ancianos con sus perros) y en la ilusión de contar una historia de momentos "sensibles" (el relato del mismo Mèliés), se aprecia a un cineasta decidido a hacer un homenaje, no solo a la cinefilia o al cine de antaño, sino a ese acto de recuperar películas, ya que Scorsese se puso decenas de veces el traje de gala de Hugo Cabret, de alguna manera.

1 comentario:

  1. Me gustariá conocer también su opinión con respecto a la ultima premiación del Oscar.

    Espero pueda pronto escribir algo de El Artista.....

    Un cinéfilo.

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