Sur le planche (Marruecos, Francia, Alemania, 2011) es la ópera prima de la directora marroquí Leila Kilani, cuya historia se detiene en dos muchachas trabajadoras de una planta de camarones en el Tánger, quienes por las noches viajan hasta Casablanca, para ejecutar pequeños robos menores.
Kilani realiza su filme en torno a una dicotomía marcada: los ambientes diurnos de una fábrica de alimentos de exportación, donde cientos de mujeres realizan un trabajo de modo maquinal y rápido, frente a las atmósferas nocturnas, de planos cercanos y nerviosos, con cámara en mano, de un ciudad trepidante lejos del Tánger que ha mostrado el cine.
La decidida Badia (Soufia Issami) convence a la timorata y sigilosa Imane (Mouna Bahmad) a visitar, luego de pelar camarones en la planta, bares y restaurantes de Casablanca, en la zona más cosmopolita, para hacer un poco de dinero adicional, robando cámaras fotográficas, teléfonos y "ropa de marca" a turistas y a jóvenes que las confunden con prostitutas. En una reunión conocen a dos muchachas, Asma y Nawal, que se convierten en sus reversos, tanto por vivir en casas de clase media, como por ser atractivas y por tener mejores trabajos. Badia sueña con conseguir trabajo en la zona franca de Tánger, como Asma y Nawal, lo que le daría mejor posición económica y social, frente a la vida de pobreza que vive lejos de la "frontera".
La cineasta Kilani sostiene su filme en la figura aguerrida y persistente de la actriz Soufia Issami, siempre a la expectativa de salir de la pobreza, de dejar de trabajar en la fábrica que la llena de olor de mariscos, para cual realiza un ritual de limpieza con color local. La cámara la sigue en el baño, en sus visitas al cuarto de Imane, en su relación con los hombres que se vuelven víctimas. Kilani no solo hace el retrato crudo de este personaje de personalidad obtusa y compleja, sino que deja en el fuera de campo o en el universo de las entrelíneas los móviles de su relación con Imane y el impulso social que la lleva al delito. Una mirada femenina de lo social que no pasa desapercibida.
Kilani realiza su filme en torno a una dicotomía marcada: los ambientes diurnos de una fábrica de alimentos de exportación, donde cientos de mujeres realizan un trabajo de modo maquinal y rápido, frente a las atmósferas nocturnas, de planos cercanos y nerviosos, con cámara en mano, de un ciudad trepidante lejos del Tánger que ha mostrado el cine.
La decidida Badia (Soufia Issami) convence a la timorata y sigilosa Imane (Mouna Bahmad) a visitar, luego de pelar camarones en la planta, bares y restaurantes de Casablanca, en la zona más cosmopolita, para hacer un poco de dinero adicional, robando cámaras fotográficas, teléfonos y "ropa de marca" a turistas y a jóvenes que las confunden con prostitutas. En una reunión conocen a dos muchachas, Asma y Nawal, que se convierten en sus reversos, tanto por vivir en casas de clase media, como por ser atractivas y por tener mejores trabajos. Badia sueña con conseguir trabajo en la zona franca de Tánger, como Asma y Nawal, lo que le daría mejor posición económica y social, frente a la vida de pobreza que vive lejos de la "frontera".
La cineasta Kilani sostiene su filme en la figura aguerrida y persistente de la actriz Soufia Issami, siempre a la expectativa de salir de la pobreza, de dejar de trabajar en la fábrica que la llena de olor de mariscos, para cual realiza un ritual de limpieza con color local. La cámara la sigue en el baño, en sus visitas al cuarto de Imane, en su relación con los hombres que se vuelven víctimas. Kilani no solo hace el retrato crudo de este personaje de personalidad obtusa y compleja, sino que deja en el fuera de campo o en el universo de las entrelíneas los móviles de su relación con Imane y el impulso social que la lleva al delito. Una mirada femenina de lo social que no pasa desapercibida.
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