27.12.11

Road to nowhere de Monte Hellman

Es imposible no asociar este regreso de Monte Hellman a una película como Mullholand drive de David Lynch. Juego de dobles, una inspección a la médula de la "construcción" de una película, el proceso de rodaje, el "casting, casting, and casting" como premisa certera a la hora de elegir quién realizará un personaje, las atmósferas inquietantes y la devoción de un cineasta por descubrir  formas nuevas en el lenguaje del cine, como un acto de amor, pérdida y rendición.

Shannyn Sossamon es Laurel Graham, una actriz no profesional, que es captada en Italia por el cineasta Mitch Haven (encarnado por Tygh Runyan, cuyo nombre en la ficción pareciera tomar las iniciales del mismo Monte Hellman, como si fuera un alter ego) para convencerla de asumir el protagónico: una anti femme fatale llamada Velma Duran, en un filme neo noir, un thriller con disfraz indie sobre un escándalo político. Juntos y empalagosos van realizando la película, hasta que al director el asunto de la trama se le va de las manos de modo irremediable.

El comienzo de Road to nowhere es impactante, tanto por empezar con los créditos de la película que se está rodando, como por la especial letra de la música folk de Tom Russell o la fotografía que oscila en la gama de azules y las sombras nocturnas. En un juego de tiempos, Monte Hellman nos lleva a la ficción dentro de la ficción, en un relato paralelo de la película y su rodaje, donde los papeles se confunden y terminamos absorbidos por este entorno de sospechas y sinsentidos. Desde un Mitch Haven enamorando a la actriz en una sola noche, frente a la Fontana di Trevi, hasta su admiración tras ver en DVD una cinta de Preston Sturges o de Víctor Erice.

Road to nowhere (EEUU, 2010) intenta ser un thriller o una recreación a secas de cine negro, pero al final de cuentas al cineasta le interesa realizar su propuesta del cine dentro del cine, enfatizada en una certera y contundente secuencia de desenlace, con Mitch rodeado por la polícia, quien confunde su cámara digital de filmación con un arma de largo alcance. No hay mejor metáfora para cerrar un filme creativo, lúdico, contenido, con actuaciones medianas que considero adrede, y que van precisamente autoparodiando el rol del director, como obsesivo y a la vez inocuo, ingenuo, más sensitivo y menos racional, a la caza de su mejor película.

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