16.10.11

¿Por qué aún le tengo consideración a Woody Allen?

Había perdido las esperanzas. Vicky Cristina Barcelona me había parecido deleznable. Sobre todo porque me resultaba impensable ver una escena tan descuidada surgida del cerebro de Woody Allen: Javier Bardem y Rebecca Hall caen sobre el pasto abrazados, a punto de hacer el amor en un parque, mostrado en un ralenti digno de Anthony Minghella. Es más, el cine hecho por Allen en los dosmiles me parece aburrido de sí mismo, condescendiente, incluso ni Match Point se salva de este desgano, que me hace extrañar al cineasta de filmes imprescindibles de los setenta y ochenta. El cineasta de Annie Hall, Broadway Danny Rose y Crímenes y pecados había muerto.

Sin embargo, luego de ver Medianoche en París (EEUU, 2011) encontré el halo lúdico, cínico, burlesco, la mirada del nostálgico que se resiste a dejar los motivos de su mejor cine. No solo porque resulta una delicia ver a Owen Wilson, en su personaje del escritor Gil que viaja en el tiempo, teniendo diálogos absurdos con Dalí, Buñuel o Man Ray, bailando con Djuna Barnes, recibiendo consejos de Gertrude Stein, brindando con Zelda y F. Scott Fiztgerald o disertando con Ernest Hemingway, sino porque hay en la atmósfera cálida de la puesta en escena la irrealidad necesaria para esta fantasía de "la cultura".

A través de ensoñaciones se construyen los perfiles de los protagonistas del canon de la historia del arte y la literatura, que el mismo Allen recoge del cliché, o mas bien los enfatiza para la nota humorística que le quiere imprimir a esta comedia menor y que resulta una afirmación de que Allen, como el personaje de Owen Wilson, vuelve al pasado pero que amenaza quedarse en el presente (de su cine). Y no es para nada gratuito ese primer encuentro de Wilson con el café parisino de los años veinte, donde conoce a Hemingway, y que tras unos minutos se convierte en la tienda de lavandería del siglo XXI, la síntesis más simple de los cambios culturales y de la mirada antinostálgica.

Medianoche en París, recuerda a la magia de Alice, muestra a un Woody Allen fascinado por aquello que afirma uno de sus personajes, la necesidad de ver al pasado como mejor, pero que no tardará en seguir mirando hacia adelante, como aquel encuentro final que nos trae a "la realidad".  Un amago del Woody que extraño.

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