29.8.11

Amador de Fernando León de Aranoa













Amador comienza con apuntes de los exteriores de una zona periférica de lo que se destila como un drama social sobre migrantes en España para luego centrarse en el espacio cerrado de una casa de barrio, de seres que viven como fantasmas. El robo de flores de basureros por parte de peruanos y demás sudamericanos, para luego ser vendidas tras un proceso de embellecimiento es el negocio que da de vivir a Marcela (Magaly Solier), una muchacha migrante embarazada que vive con su novio también peruano (Pietro Sibile) en un barrio marginal y que debe cuidar a un anciano español en sus últimos días como modo de recurseo. De pronto, Marcela se ve envuelta en un dilema moral que la hará actuar de modo extraño. Esta nueva cinta de Fernando León de Aranoa se aleja de la mirada a la urbe decadente y de personajes arrabaleros de sus anteriores filmes, para ir hacia el relato menos expresivo, de ritmo más apacible y de distintas intenciones sugeridas por el lado "mágico" de la vida.

En Amador (España, 2010), la cámara se muestra oscilante entre si retratar con seguridad el espacio marginal de los migrantes o si detenerse en el tiempo soso en la habitación de un anciano moribundo que busca dar aún lecciones de vida desde la inamovilidad. Fernando León de Aranoa se decide por darle el toque más "humano" desde lo íntimo, encarnado por la metáfora del puzzle o rompecabezas, ya en la labor que hace desde la cama el protagonista, o desde el ordenamiento de vida que requiere el personaje de Marcela. Magaly Solier haciendo más de lo mismo, en su estilo seco, de gestos y miradas que afirman su vulnerabilidad  y habilidad desde lo mínimo.

Amador es un punto aparte en la filmografía de León de Aranoa, quien aquí ya no es más el cineasta en la búsqueda de las respuestas a estigmas sociales o que hace radiografía de lo mundano desde el desempleo o la vagancia. Aquí, el telón de fondo de la vida migrante con pocas posibilidades termina en un cuento de quid pro quo, en una España que a veces se hace la sueca. 

Las relaciones entre vida y muerte, nacimientos y entierros, conjugan un entorno de correspondencias, además afirmado de modo cínico en las secuencias finales. Amador justamente tiene sus mejores momentos en la intimidad de la casa, desde donde Marcela planifica sus simulaciones, y es allí donde de manera paradójica se conoce este "nuevo" ojo del cineasta español, desconocido hasta entonces, lejos de los barrios, el paro, y la jerga callejera.

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