9.6.11

Tokyo sonata de Kiyoshi Kurosawa














Es inevitable, tras ver Tokyo sonata, asociarla a los planos íntimos del corazón de una familia de Tokyo story de Yasujiro Ozu. Quizás la asociación no sólo se condense en planos fijos y distantes que van describiendo desazón entre los miembros de una unidad dentro de un espacio donde priman objetos antes que personas, o de tomas de una ciudad igual de distante, sino también en el Tokyo que da título a ambos filmes, configurando a partir de la percepción de ambos cineastas el retrato de una familia como núcleo paradigmático de lo social y su crisis dentro de una metrópolis que logra sublimarse o difuminarse.

En Tokyo sonata (Japón, 2008), Kiyoshi Kurosawa vuelve nuevamente a la angustia como motor de la mecánica vivencial de sus personajes, pero esta vez lejos de lo sobrenatural explícito, para hurgar en los residuos emocionales producidos por una sociedad en crisis económica y que va a ayudar a degenerar a sus personajes, pero también a verlos recuperar su dignidad. Ryuhei Sasaki es un ejecutivo que es despedido, y que por honor decide ocultar la noticia a su familia, situación que lo impulsa a simular que sigue conservando el trabajo durante el día. Se vuelve una suerte de indigente de día, junto a otros desempleados como él. Su esposa Megumi cumple su rol materno, mientras sus hijos Takashi, un adolescente  que se enrola a la U.S. Army,  y Kenji, un niño que aprende a tocar el piano a escondidas, se vuelven en la cola de una crisis más grande que desborda el hogar  que propicia la crisis económica de Japón, frente a un tigre asiático como China.

El ambiente de Tokyo sonata puede ser fácilmente un antecedente emocional del entorno de filmes como Retribution, Kairo o Cure, cinta anteriores de Kurosawa. Las personas se han vuelto entes mecánicos y alienados que tienen problemas para resolver sus vidas ante la carencia de ejercicios tan contundentes para la realización social del siglo XXI como lo es el trabajo. Perder el trabajo es perder la familia y la razón. Sin embargo, en este contexto de abandono y dificultades en que Kurosawa introduce a su personaje principal (un padre de familia que se enfurece ante la pérdida de autoridad familiar, asociado a su secreto de desempleo), surge la posibilidad de la individualidad que rompe los códigos familiares y que se define como la salvación o reinvindicación: el hijo que estudia piano a escondidas y que se convierte en la reserva moral de una familia que se ve enloquecida tras el problema laboral.

Tokyo Sonata tiene algunas deficiencias en la inserción de personajes secundarios que resultan demasiado fáciles como detonantes de ciertas acciones de los protagonistas, sin embargo, a partir de los últimos diez minutos, recupera toda la vitalidad y esperanza simbolizada en las sensaciones que despierta el Claro de Luna de Claude Debussy. Uno de los finales más hermosos en la historia de las cintas de Kiyoshi Kurosawa. Era hora.

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