29.5.11

Mis filias cinéfilas















 1. Fijaciones en blanco y negro. Siento una particular devoción cuando lo cotidiano se ve forzado poderosamente a la radiografía, a desestigmatizar el mundo del color, a virar hacia lo lánguido, lo nostálgico y lo fantasmal, a un blanco y negro dilatado, que ahonda las sombras y pronuncia las formas, como si el claroscuro se lo tragara todo. Sin lugar a dudas, no me imagino a Los amantes regulares de Philippe Garrel a colores (mucho menos esa cosa melancólica llamada La frontera del alba o la mejor película de la historia de la indecisión y la soledad denominada El nacimiento del amor ). Así como William Lubtchansky me describió a un Louis Garrel en un blanco y negro en estado de gracia, agradezco a Robby Müller por los grises mesurados de En el transcurso del tiempo de Win Wenders o por su familiaridad con la vida seca estadounidense en las películas de Jim Jarmusch. Y claro que menciono esta fijación en películas surgidas en tiempos post- technicolor. No entiendo cómo no me surge esta misma apreciación y fijación del blanco y negro en películas como Ordet,  Rebeca o Ser o no ser.

 2. Fijación con los bailes. Las escenas de baile, que no pertenecen a musicales, son mi debilidad, y no me refiero al tipo de contorneos Uma Thurman-John Travolta en Pulp fiction (que no es para nada deleznable) sino al tipo de movimiento captado en su informalidad y desborde, con su toque naif como los de Anna Karina bailando un swing en Vivir su vida de Godard o como la hermosa escena de los amigos de Francois en pleno desfogue opiáceo a ritmo de The kinks en Los amantes regulares de Garrel. Puedo repetir hasta el hartazgo, como crimen futil,  el baile del trío de amigos en un café (oh, nuevamente Anna Karina) que aparece en A band apart de Godard. Qué delicia. Pero yendo más allá, hacia lo más ¨carnal¨ del baile, el lap dance para un demente y sospechoso Kurt Russell en Death proof, teniendo a The Coasters como fondo sonoro, me supo como provocar descaradamente a Mike Myers o a Jason.

4. Mi fijación con las peleas. Quizás sea porque de niña veía mucho las películas de Bruce Lee y Jackie Chan en el cine Diamante. Mi ídolo: Prachya Pinkaew, el maestro que logra que el Muay Thai sea una exquisitez, mezcla de buen humor e ingenio. Aquí no hay sangre a borbotones ni patadas gratuitas, son las coreografías perfectas para luchar en medio de un mercado, en una avenida céntrica llena de comerciantes ambulantes o en un cuadrilátero clandestino. Pinkaew hace luchar hasta al más inepto, pero lo libra de la muerte segura a través de diversos avatares insólitos.

5. Mi fijación con el cine japonés. Soy devota de Kiyoshi Kurosawa, Yasujiro Ozu, Sono Sion, Takashi Miike, Masaki Kobayashi o Kinji Fukasaku. Mezclarlos a todos así resulta una iniquidad. Valoro a cada uno de manera diferente. Fantasmas sellados en cuartos ominosos, escolares suicidas en masa y abollados en las rieles de un tren subterráneo, samuráis rebanándose con delicadeza, relaciones de padres e hijos es medio del solipsismo o mujeres eternas de cabelleras negras volviendo del más allá por el amante olvidado. No rastreo el nacimiento de esta filia.

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