22.5.11

Más negro que la noche de Carlos Enrique Taboada
















Más negro que la noche (México, 1974) cuenta la historia de Ofelia (Claudia Islas) y sus amigas Aurora (Susana Dosamantes), Pilar (Helena Rojo) y Marta (Lucía Méndez), quienes heredan una casa, que pertenecía a la tía anciana de Ofelia, con la condición de que vivan ahí y cuiden de su gato negro Bécquer. Al llegar a la mansión (un ardid típico del cine de terror como el de las casas encantadas recibidas en herencia) las asiste un ama de llaves oscura y reticente a las costumbres actuales de las recién llegadas, que también será foco de incomodidad y de extrañeza, y que se convierte en la salvaguarda del legado de la anciana. Pero todo se trastorna con la desaparición del gato: cada una de las inquilinas muere de manera estrepitosa, sin explicación, y hasta encontrar esa respuesta es que Taboada nos va llevando a los interiores de la casa, a la sospecha del ama de llaves y al cuestionamiento de la vida en apariencia relajada de las jóvenes.

El argumento de Más negro que la noche se desarrolla en un ambiente de personajes femeninos dispares. Carlos Enrique Taboada nos presenta a estas cuatro amigas jóvenes viviendo en un departamento rentado, lugar donde convergen la intimidad amical y los diálogos sobre infidelidades o desempleo, demostrando aires de despreocupación propio de la juventud. Todas veinteañeras, una modelo, otra actriz, una bibliotecaria y otra ama de casa divorciada, que comparten no solo el techo sino la tranquilidad de una vida sin estrecheces ni hombres, a pesar de que tienen novios o ex maridos rondando. Todas aparecen desinhibidas, frescas, y con buen humor. Han armado una cofradía.

La rutina se verá rota con la noticia de una herencia: una casa y un gato negro. El animal que describe Taboada en Más negro que la noche resulta dócil y no encarna ningún ente del mal, mas bien es un testigo paciente y sereno, cuya vida dependerá absolutamente de la voluntad humana. Mientras transcurre el filme el animal, si bien no es maltratado, es objeto de burlas y de rechazo: es la prueba que la anciana fantasma (la tía muerta que dejó la herencia) aún quiere controlar desde el más allá el actuar de las muchachas. El ama de llaves de la nueva casa, que se viste igual de negro, emparentándose así con el lado “diferente” del gato y la ausente,se convierte en el otro pesar, la molestia, el lado “antiguo” que no es percibido como amable por las chicas, despertando entre ellas una relación tirante entre lo generacional.

Taboada delinea con perfil bajo el lado “bueno” de las mujeres, claro o cotidiano, utilizando lugares comunes propios del género, y de subgéneros sobre todo del giallo o del exploitation estadounidense de esas mismas épocas, a través de la contemplación de la sensualidad de los cuerpos de las protagonistas (aunque con mucha pacatería y modosidad). Taboada no perderá la oportunidad para que el espectador masculino se deleite con planos de las chicas en ropa interior, derrières provocadores, baby dolls coquetos, (aspecto que también se repite en Hasta el viento tiene miedo, si se recuerda el striptease de una de las colegialas delante de sus amigas horrorizadas), dejando entrever así que el cineasta tenía claro que el filme podía ser apreciado mayormente por hombres, de allí la exarcebación de la belleza de las protagonistas, de sus trajes y de sus desnudos sugeridos. Taboada inscribe a las chicas de esta cinta también como objeto erótico, puntal del deseo masculino. Ya que no existe en la trama un hombre como elemento activo que desarrolle esta mirada, Taboada emplea escenas que pueden dar fe de esta necesidad y producir algún tipo de gratificación simbólica.

Por otro lado, la iluminación clara y el ritmo de comedia ligera e ingenua de los primeros minutos se va a confrontar con la oscuridad de la casa heredada y con los personajes tenebrosos que la habitan: el ama de llaves madura y rígida y el fantasma iracundo y quejoso de la anciana. Desde el encuentro con el ama de llaves, Taboada plantea un desacuerdo generacional, pues las jóvenes no son solo vistas por la regenta como intrusas sino como ejemplo de la intromisión de nuevas modas (estamos a mediados de los setentas, época de minifaldas, música disco y liberación femenina) que no son aprobadas por la mujer de aspecto reprimido. “El modernismo ha degenerado el gusto de las personas”, exclama secamente alterada el ama de llaves al sentir la incomprensión de las herederas ante el estilo clásico y de “alta cultura” que evidencian los decorados de la mansión.

Si maleficios vudú (El libro de piedra, 1969), la irrupción de la muerte desde el más allá, que vendría a ser lo más primario en cuanto a superstición (Hasta el viento tiene miedo, 1968, o Más negro que la noche, 1974) o el tema del doble (Veneno para las hadas,1984, en todas estas películas encontramos lo que Freud, dentro de lo ominoso, alude como el regreso del “fantasma que no descansa hasta encontrar solución y liberación”, que Taboada sabe muy bien poner en escena sin mayores artificios.

El filme comienza con un artefacto típico de Taboada, una secuencia introductoria
donde va echando señas del devenir del relato (y que es sello en las cuatro cintas mencionadas): Un gato, más negro que la noche, es el objeto de afecto de una anciana soltera, quien le habla y llena de atenciones como si se tratara de un pariente fiel. A la vez, el felino es testigo impávido de su cotidianidad en una gran mansión, es leal en la medida en que mantiene la atención si se le habla de moda, de flores enfermas o del clima. No hay nada más en ese universo casero que ella y el gato.


Por otro lado, el fantasma de la tía, que asusta por el solo hecho de ser “vieja”, se arma a partir de recuerdos: un vestido de novia que relata la frustración de un casamiento y de allí la soledad y la opción de vivir sola con su gato, y un retrato que se luce en la sala donde se desprende una figura adusta e implacable. Que tiene como alter ego al ama de llaves, que parece por momentos convertirse en su sosias.
 
Hay una escena en el sótano (el descenso) que gráfica bien el lado de esta confrontación generacional. Al rebuscar en las viejas cajas de la tía, las muchachas irrumpen por curiosidad (a la manera de Pandora) en un pasado clandestino y demodé, de ropas de los años veinte y de objetos venerados. Esta idea de entrar en otro “mundo” al abrir un baúl sellado, tal como lo señala Juan Eduardo Cirlot, que es como “todos los objetos que sirven para guardar o contener algo, símbolo femenino, que puede referirse al inconsciente o al mismo cuerpo materno”, nos remite también al ingreso a lo ominoso y a una suerte de lucha entre mujeres. La puerta para someterse a las reglas de la fallecida. Un clásico.

Publicado en la revista Ventana Indiscreta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario