27.5.11

Bruno Winter en El transcurso del tiempo de Wim Wenders





















La primera escena es genial: Bruno (Rüdiger Vogler), quien viaja de pueblo en pueblo llevando cintas de película a cines de poblados pequeños de la Alemania profunda, conversa con un anciano, dueño de una sala de cine, mientras repara el proyector. El hombre mayor le cuenta que en la época del cine mudo él era un “músico de cine”, uno de aquellos que tocaban el piano mientras se proyectaba la película. “Eso no era cine sonoro”, le aclara con un tono amargo, pues la verdadera llegada del cine sonoro lo dejó sin trabajo. Y la misma desazón se destila secuencias más adelante, en el epílogo, cuando Bruno se encuentra con un proyeccionista, ya mayor, quien declara que “el cine ha muerto”: “El cine es (...) el arte de ver, decía mi padre. Por esto no puedo pasar estas películas que sólo explotan aquello que es explotable en la cabeza y en los ojos de la gente. No me obligarán a proyectar películas de las que la gente sale endurecida y embrutecida por la estupidez. Películas que destruyen cualquier alegría de vivir y anulan cualquier sentimiento hacia el mundo y hacia ellos mismos...”.

En el transcurso del tiempo es la cinta homenaje a Fritz Lang que realiza Win Wenders. Mientras Bruno Winter conversa con estos dos ancianos, vinculados a una visión romántica del cine, se menciona a Los nibelungos y se muestra una foto del cineasta ausente. Ambos diálogos se desarrollan en la cabina de proyección, lugar íntimo y solitario (como en Bastardos sin gloria de Tarantino, el lugar de ejecución de la venganza, el lugar “esencial” de Shosanna), desde donde se reclama un mejor futuro para la reflexión del cine frente a la hegemonía industrial de Hollywood, el fantasma. Si Winter está tratando de resolver los dilemas interiores, la posibilidad de la muerte del cine, ese ser y no ser, es el drama paralelo de su road movie interior.

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