3.4.11

Trampa para turistas de David Schmoeller

















El slasher es uno de mis subgéneros más dilectos. 

Primero, porque contiene un trasfondo moral donde una suerte de dios, el asesino serial o psychokiller, ataca salvajemente a adolescentes, hombres y mujeres, en pleno apogeo sexual y de libre albedrío o de consumo desmedido de drogas y alcohol, a modo de castigo. Pero también a mujeres algo osadas o que pecan de ingenuas e indefensas en un mundo donde se debe ser más perpicaz. Un slasher donde mueren puros hombres no tiene gracia.

Segundo, porque el asesino suele ser una persona con diversas patologías exageradas, que van desde la obsesión compulsiva, el fetichismo extremo, la bipolaridad, la visceralidad y sangre fría frente a sus víctimas. Seres en apariencia algo idos, zombilizados o manipuladores, pero que a la larga van a ir sacando ventaja de las debilidades de sus presas. 

Tercero, porque los cineastas o guionistas tratar de dar una especificidad a la fisonomía del asesino, lo dibujan con particularidades inesperadas para lograr una fácil identificación con el espectador, y que muchas veces no provocan miedo sino curiosidad: la máscara de Hockey en Viernes 13, la máscara de fantasma con pelo de Halloween, o las garritas filudas en Pesadilla en Elm street.

Cuarto, porque muchas veces existe una intención de crear puestas en escena más "racionales" de los crímenes, y hacerlas pequeñas obras de arte que se inspiran en el splatter o el gore, en algunos casos, sino recordar la muerte de Johnny Depp a manos de Freddie Krueger en alguna secuencia de la saga, como para dar una idea.

El slasher fue mi primer gran contacto con el cine que más me gusta, el fantástico y el terror. Es decir, películas de este género fueron la que captaron más mi atención cuando me formaba como espectadora y protocinéfila, mucho antes de ser adolescente, y comencé con las películs que se estrenaban en cartelera, y ya con el acceso al betamax, VHS y el DVD pude acercarme a los clásicos que inspiraron el surgimiento de este subgénero. Desde Peeping Tom (1960) de Michael Powell, pasando por las cintas de Herschell Gordon Lewis o de Mario Bava, hasta llegar a las genialidades de Tobe Hooper.

Un año después del estreno de Halloween de John Carpenter, se estrena en 1979 Trampa para turistas (Tourist trap, EEUU),  filme independiente dirigido por David Schmoeller, que se inserta en el slasher de modo interesante, aunque maneja algunos clichés de la época: escenarios rurales, ausencia de seguridad, pueblos olvidados y personas que jamás piensan de los riesgos de acercarse a lo desconocido. Un grupo de jóvenes llega a un pueblo en busca de un amigo perdido, y en la ruta encuentra un museo de cera abandonado. Allí vive un tipo maduro (Chuck Connors), quien los recibe de manera amable y les cuenta de la crisis que es vivir en un pueblo casi fantasma y que por culpa del progreso se ha visto en la necesidad de cerrar ese local de atracciones por falta de público, pues todos han migrado hacia las ciudades. Sin embargo, poco a poco se darán cuenta de la existencia de Davey, el hermano menor del Sr. Slausen, el propitario del museo, un tipo con poderes telekinéticos y que elabora los maniquíes del museo con restos humanos.

 
Trampa para turistas es una de las cintas de mi culto personal, sobre todo porque me impactó el tema de los maniquíes malditos (recuerdo que la vi en canal 2 a mediados de los años ochenta), dejándome sin dormir varias noches,  por su bien pensada secuencia de una cena entre muñecos y humanos, a la luz de las velas, que resulta de lo más perturbadora, y por su atmósfera polvosa y austera, a pesar de una vuelta de tuerca al final nada inesperada. Ojo con la banda sonora compuesta por Pino Donaggio, el mismo compositor de la música de Carrie, extraño presentimiento y Aullidos. Una sublime joya del slasher.


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