6.3.11

127 horas de Danny Boyle

















Con esta cinta, Danny Boyle quiere recuperar un poco su estética psicodélica o de símil de trip lisérgico que hiciera patente en sus primeros filmes, sobre todo en Trainspotting, pero guardando las distancias. Sin embargo, 127 horas es una película menos pretenciosa al ser un tratado de una mente en crisis de supervivencia, representada a través de una cámara ansiosa, pantalla tripartita y ángulos picados y cercanos.

Digamos que 127 horas intenta ser, sólo en la superficie, un trágico relato sobre Aron Ralston, el alpinista y montañista que queda atrapado del brazo por una inmensa roca, en un alejado cañón en el desierto de Utah. Cinco días metido en una suerte de trampa, con poca agua y escasos recursos que lo inviten al escape. Sin embargo, Boyle le va a dar un toque de humor sardónico y negro a las alucinaciones del deportista, motivadas por la extrema sed y la deshidratación. Soñar con un estallido de Coca cola o Sprite en medio del desierto o decir que una navaja hecha en China no permite cortarte la piel tienen el acento de la burla y el desquite ante la posibilidad de la muerte.  Por ejempo, tomar los orines tienen la misma intensidad dramática que una inyección de heroína en la película sobre unos chicos de Escocia.

La cinta parece agotarse en ese aleccionamiento de la supervivencia, que en realidad es lo más convencional de la cinta, el verse atrapado en medio del desierto, con la certeza de que por allí no transita ni un alma, y que implica mea culpas y el típico "en busca del tiempo perdido": "esta piedra ha estado esperando miles de años para encontrarme". Boyle dota a su personaje de diversos matices actorales en las diferentes alucinaciones y recuerdos, en sus sueños de fuga, en su hambre, en su vuelta al pasado. Si bien estos flashbacks o deseos tienen un carga sentimental e incluso semi cursi, propios del personaje en crisis, Boyle no logra separarse de cierto sentimentalismo o aura transcendental que se enfatiza con una banda sonora compuesta por A. R. Rahman, y que resulta efectiva y en algunos casos grandilocuente.

Lo mejor de 127 horas (EEUU, Inglaterra, 2010) es la manera en que Boyle conduce la liberación de su personaje, que tiene la inspiración de la limpieza espiritual o del psicotrip enema,  en los planos de James Franco mientras busca agua o pide ayuda, bajo el influjo de los estupendos Sigur Ros, quizás la banda sonora perfecta para este tipo de recomposición emocional. Si bien 127 horas parece un manual de autoayuda bizarro, guarda cierto interés en la puesta en escena inusual para este tipo de lecciones de vida.

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