21.2.11

Vidas secas de Nelson Pereira dos Santos















 
El ruido constante de una rueda oxidada se convierte en la minimalista música de la sequía, que acompaña al agotador trabajo en los campos áridos del Sertao. Una perrita huesuda y leal se erige como cruda metáfora de la condición humana. Motivos únicos en la película, con la que Nelson Pereira dos Santos mostró al mundo, en 1963, la pobreza y el sufrimiento de los habitantes del nordeste brasileño.

Vidas secas, basada en la novela homónima de Graciliano Ramos, es un filme excepcional, uno de los que mejor representan la primera ola del cinema novo. Violencia e injusticia vistas de modo realista y directo, en lo que se llamaría posteriormente "la estética del hambre", antes de que el cine brasileño se internara en los espinosos caminos de la retórica y lo convencional. Personajes fisicamente derrotados por el calor, en un ambiente de insolación, un clima insoportable, plasmado en una contrastada fotografía en blanco y negro. Imágenes implacables que se bastan a sí mismas, que se conjugan también con el uso de breves diálogos.

Como si se tratara de un documental, al estilo de neorrealismo italiano, asistimos, sometidos al ritmo del ciclo de la sequía, a la exposición de la tragedia de una familia que migra de un pueblo a otro, en medio de terrenos secos y ardientes, en busca de recursos para sobrevivir. Tras una larga caminata, la familia se instala en una hacienda abandonada, y la lluvia llega. Regresa también el hacendado con sus hombres con la intención de echar a los intrusos; pero luego emplea a Fabiano, el padre, como domador de potros. Sin embargo, el día de la paga, el patrón no entrega el salario convenido. Para las fiestas parroquiales, la familia se viste de domingo. Fabiano pierde el juego y pelea con un policía que quiere obligarlo a continuar, y es arrestado. La sequía regresa inclemente. Fabiano, quien ha vuelto a encontrar por casualidad al policía, quiere matarlo pero lo deja ir. Año 1941, nuevo éxodo. La familia se va, seguramente, hacia alguna favela, en cualquier ciudad, después de la muerte de Baleia, la perra enferma y hambrienta, testigo y víctima silente, cuya mirada hemos relacionado con la vista bresonniana de un Baltasar o con los saltos de susto de una gallina u otro animal en alguna película de Buñuel.

A modo de epígrafe, Pereira dos Santos empieza de esta manera su película: "Este filme no sólo es una adaptación fiel para el cine de una obra inmortal de la literatura brasileña. Es, ante todo, un documento sobre la dramática realidad social de nuestros días y la extrema miseria que esclaviza a 27 millones de pobladores del nordeste y que ningún brasileño digno puede ignorar". La situación no ha cambiado, tras cuarenta años, y también por ello, debido a su cualidad de denuncia, Vidas secas se ha convertido en una cinta de carácter perdurable. (Publicado en La gran Ilusión, 2003).

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