El clima que prima en El último camino de John Hillcoat es la sensación del desencanto, el de despertar en la pérdida de los sentimientos, en la inevitable deshumanización en medio de una catástrofe. Hillcoat plasma la palidez del presente, con su color de herrumbre y ceniza, sus malos olores, su sequedad, en las calles deshabitadas a la fuerza, mientras los personajes transitan este mundo desolado y atacado por la naturaleza.
Los primeros planos del filme remiten al "paraíso" perdido: un hombre que se aferra al cuello de un caballo mientras intenta tranquilizarlo o la mirada hacia unos árboles en plena primavera, dos modos de pasar la vida que ya no volverán jamás, para luego ver cómo se rompe este sueño extraño de añoranza familiar. Es así como nos acercamos al personaje de Viggo Mortensen, ya gris y cansado, que vive comiendo semillas y restos de comida resecos, junto a su pequeño hijo de diez años (un prometedor Kodi Smit-McPhee), quienes van rumbo al sur, hacia el oceáno, a salto de mata, para evitar el ataque de los hombres caníbales, que causan tanto pavor como si se tratara de una ataque de zombis.
Basada en la novela de Cormac McCarthy, El último camino (EEUU, 2009) se revela como el transcurrir en suspenso de un padre y su hijo por las calles de un Estados Unidos postapocalíptico, que huyen de los "hombres malos", pues en lo que queda de la tierra no hay espacio para la credulidad o el amor al prójimo. Hillcoat maneja muy bien las locaciones, las actuaciones (dos protagonistas impecables, lo que confirma a Mortensen como uno de los actores más interesantes de estos últimos diez años), las situaciones límites provocadas por un niño que luce apetitoso al paladar de hombres que comen hombres. La ley de la supervivencia se hace patente en los diálogos, en cada personaje que se cruza, desde un viejito encarnado por Robert Duvall hasta un aparente redentor interpretado por Guy Pierce. Punto aparte son las ensoñaciones o flashbacks donde aparece Charlize Theron, como la madre suicida que se pierde en la oscuridad, en notables escenas con la fotografía del español Javier Aguirresarobe (Hable con ella, Los otros), que sabe discernir entre el mundo real del pasado y la pesadilla del presente. (Ojo con la banda sonora que cuenta como productor del score a Nick Cave).
Hillcoat, como lo que se narra en el libro, no tiene problemas en develar la insanía que produce la supervivencia en un medio hostil. Nos hace cómplices en la desconfianza, hasta tal punto de hacernos suspicaces ante el encuentro final. En el entorno del mal no hay espacio para las posibilidades.
Los primeros planos del filme remiten al "paraíso" perdido: un hombre que se aferra al cuello de un caballo mientras intenta tranquilizarlo o la mirada hacia unos árboles en plena primavera, dos modos de pasar la vida que ya no volverán jamás, para luego ver cómo se rompe este sueño extraño de añoranza familiar. Es así como nos acercamos al personaje de Viggo Mortensen, ya gris y cansado, que vive comiendo semillas y restos de comida resecos, junto a su pequeño hijo de diez años (un prometedor Kodi Smit-McPhee), quienes van rumbo al sur, hacia el oceáno, a salto de mata, para evitar el ataque de los hombres caníbales, que causan tanto pavor como si se tratara de una ataque de zombis.
Basada en la novela de Cormac McCarthy, El último camino (EEUU, 2009) se revela como el transcurrir en suspenso de un padre y su hijo por las calles de un Estados Unidos postapocalíptico, que huyen de los "hombres malos", pues en lo que queda de la tierra no hay espacio para la credulidad o el amor al prójimo. Hillcoat maneja muy bien las locaciones, las actuaciones (dos protagonistas impecables, lo que confirma a Mortensen como uno de los actores más interesantes de estos últimos diez años), las situaciones límites provocadas por un niño que luce apetitoso al paladar de hombres que comen hombres. La ley de la supervivencia se hace patente en los diálogos, en cada personaje que se cruza, desde un viejito encarnado por Robert Duvall hasta un aparente redentor interpretado por Guy Pierce. Punto aparte son las ensoñaciones o flashbacks donde aparece Charlize Theron, como la madre suicida que se pierde en la oscuridad, en notables escenas con la fotografía del español Javier Aguirresarobe (Hable con ella, Los otros), que sabe discernir entre el mundo real del pasado y la pesadilla del presente. (Ojo con la banda sonora que cuenta como productor del score a Nick Cave).
Hillcoat, como lo que se narra en el libro, no tiene problemas en develar la insanía que produce la supervivencia en un medio hostil. Nos hace cómplices en la desconfianza, hasta tal punto de hacernos suspicaces ante el encuentro final. En el entorno del mal no hay espacio para las posibilidades.
Cierto, cuando terminas de ver esta pelicula y te retiras de la sala una sensacion de desconfianza se apodera completamente de nuestras sensaciones que cuestionan cuales seran las insondables intenciones de quienes estan a nuestro lado. Es una pelicula que plasma la deshumanizacion de la razon. En contraste con esta pelicula esta Invictus en donde los personajes se van humanizando, sensibilizando, ahi esta la escena donde el capitan de rugby entrega a sus padres una entrada de mas para la final del campeonato mundial.
ResponderEliminarLa Enesima Dimension.