Una delicia del tailandés Prachya Pinkaew, quien deja de dirigir a Tony Jaa, uno de sus actores dilectos, para poner al frente de una campaña familiar a una chiquilla con la fuerza de mil hombres. Pinkaew, el director de las taquilleras Ong-Bak y Thai Dragon, que se hallan en Lima por doquier en DVD, se regodea nuevamente en lo que sabe, el arte del Muay thai, un estilo de pelea que su protagonista demuestra en grandes secuencias de peleas coreográficas. Nicharee “Jeeja” Vismistananda encarna a una chica autista que aprende las tácticas en la tele desde niña y que las aplica en los clientes morosos de la empresa de su madre, quien pasa problemas económicos debido a un cáncer.
Chocolate (Tailandia, 2008), titulada así por el gusto de la protagonista de comerlos, comienza como si fuera un melodrama kitsch: una pareja (él, yacuza, y ella, disidente de la mafia tailandesa) es impedida a vivir su amor por una banda de gángsteres travestis. Tienen una hija, y el padre es obligado a regresar a Japón para evitar líos con la mafia. Este prólogo se da entre varios flashbacks, juramentos de amor y liquidaciones prácticas. Ya luego viene lo mejor del filme: el entrenamiento de la pequeña y su enfrentamiento a cada uno de los empresarios que adeudan a su madre en escenarios que se prestan para el cuerpo a cuerpo: una fábrica de hielo, un almacén, un mercado de carnes y un viejo hotel situado en un barrio colmado de luces de neón. Coreografías perfectas y sentido del humor absurdo.
Chocolate (Tailandia, 2008), titulada así por el gusto de la protagonista de comerlos, comienza como si fuera un melodrama kitsch: una pareja (él, yacuza, y ella, disidente de la mafia tailandesa) es impedida a vivir su amor por una banda de gángsteres travestis. Tienen una hija, y el padre es obligado a regresar a Japón para evitar líos con la mafia. Este prólogo se da entre varios flashbacks, juramentos de amor y liquidaciones prácticas. Ya luego viene lo mejor del filme: el entrenamiento de la pequeña y su enfrentamiento a cada uno de los empresarios que adeudan a su madre en escenarios que se prestan para el cuerpo a cuerpo: una fábrica de hielo, un almacén, un mercado de carnes y un viejo hotel situado en un barrio colmado de luces de neón. Coreografías perfectas y sentido del humor absurdo.
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