6.9.10

Los bebés de Rosemary












Hace unos días escribí sobre la francesa Á L'intérieur y la manera en que aborda el tema de maternidad desde una óptica maldita. Me quedaron algunas ideas pendientes, como hacer un breve recuento de las películas que muestran el lado más oscuro de la gestación. Pero recordé que hace algunos años había escrito sobre el tema en otro blog.

Existen películas que vi estando en los momentos más críticos de mi embarazo, quedando con ellas las sensaciones de náuseas, hastío y malestar, razón por la cual no las puedo volver a ver: Chocolate de Lasse Hallstrom (así salga Johnny Depp) ni Antes que anochezca de Julian Schnabel, Malena de Giusepe Tornatore, y mucho menos Prueba de vida de Taylord Hackford. Bueno, tampoco tanto qué perder. Si decenas de películas evocaban embarazos felices, esos de mujeres con lacitos entre los cabellos y mecedora para pasar la tarde acariciando la panza (como alguna que recuerdo con Marisa Tomei o con Julianne Moore), yo estaba más cerca de los traumas de Mía Farrow en El Bebé de Rosemary, aunque mi primogénito no tuviera ningún nexo con los Castavet ni mi médico se apellidara Saperstein.

La Mía Farrow de Polanski sufre su embarazo, el deterioro de su cuerpo y su abrupta palidez la muestran enfermiza, endeble, casi en pérdida de su femineidad y poder: cabello corto, apariencia anémica, comiendo a la fuerza carne cruda o brebajes imbebibles. Ya no es la misma. No muestra mucha diferencia con la mujer que tiene que lidiar con el cáncer y el deseo de ser madre en La fuerza del corazón de Solveig Anspach, donde Karin Viard, es uno de los momentos más sombríos sobre la futura maternidad que recuerde, se rapa la cabeza, se pone un vestido negro y con un inmenso vientre sale a flirtear a una discoteca, mostrando un luto congruente: gestando su propio tánatos.

Así, formando vida más enfermedad está Penélope Cruz en Todo sobre mi madre, donde el dilema existencial (aunque hasta ahora todos estos casos dignos de telefilme) tiene la marca del SIDA, la irresponsabilidad y la bizarría. No hay nada más ausente que la figura del padre, que también tiene ya de madre (la cinta de Almodóvar trata de eso, de la ambivalencia de dicha categoría: variaciones del concepto hasta lo anodino y desmitificador).

Pero también conocemos otro tipo de embarazos muy deseados, como los que añoraba aquella mujer que para no envejecer nunca comía "wantanes" con relleno vital. En Dumplings de Fruit Chan, gestar no es otra cosa que un acto que enajena, desensibiliza pero que embellece para otros medios y fines (comer fetos como fuente de la juventud). Las futuras madres nunca llegan a serlo y lo interrumpido va a parar a manos de una cocinera de 70 años pero que parece de 25.  La comadrona de Chan no tiene nada que ver con las intenciones liberadoras de Vera Drake o con el recurseo de Isabelle Huppert en Un asunto de mujeres.

Otra cosa le pasa a Shu Qi en El ojo 2 de los hermanos Pang, que se desespera ante la idea de que un fantasma esté persiguiéndola con la intención de quitarle el alma de su bebé al nacer. En realidad, los embarazos en el cine asiático son recurrentes como metáfora de limbo entre la vida y la muerte (Ju on 2, por ejemplo).

En Extraño de Santiago Loza, la contraparte del protagonista (Julio Chávez) es una embarazada (Valeria Bertuccelli), en quien se hace efectiva la esperanza como ciclo vital, a pesar de los tiempos muertos, la dejadez y la melancolía.  (A partir de un texto inicial publicado en el 2007 en Páginas del diario de Satán).

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