14.9.10

Cine y ambiente: la conciencia de la culpa















Destrucciones masivas y simultáneas, catástrofes aniquiladoras, migraciones forzadas, guerras donde el fin justifica los medios, hasta relatos personales o de defensores corporativos en pos del buen futuro de la humanidad. El mundo del futuro no ofrece más que desiertos o focos urbanos tugurizados. La conservación del planeta como ley moral o sueño frustrado. A continuación, un repaso a algunas películas emblemáticas que profetizan un planeta de caos y deshumanización motivados por el deterioro del ambiente.

El planeta de los simios. Esta película de Franklin J. Schaffner (1968) no es nada sin su final. El cineasta nos introduce en apariencias en un mundo desconocido, ubicado probablemente en un planeta a mil años luz, donde los humanos se encuentran en una fase primitiva, casi de enajenación y siendo sometidos por unos siniestros simios que se desenvuelven en un sistema social jerarquizado. Contar el argumento ya está de más. La acción se ambienta en el año 3978 y no es hasta la famosa secuencia en que Charlton Heston se encuentra con la Estatua de la Libertad en que se perciben las verdaderas dimensiones del filme: el símbolo de la ciudad más cosmopolita del mundo, representada como un resto arqueológico devastado, devela el resultado de algún conflicto nuclear o algún azote climático.

Cambiar la faz de la tierra es igual a transformar el espíritu de los que la habitaron. Los humanos padecen una suerte de atraso cultural, apareciendo como bestias domesticables, esclavos o conejillos de indias. En El planeta de los simios fluye la idea de la revancha, de que los grandes subalternos u olvidados en un proceso de modernización o capitalismo extremo, sintetizados en la figura de unos monos antropomorfizados, pueden tener el control y cobrar bajo los mismos modus operandi las deudas del pasado.



Mad Max. Los paisajes desérticos, secos y ocres del corazón de Australia componen un entorno post-apocalíptico, donde no hay asomo de árboles, ni de ríos, ni vida saludable. La sociedad está conformada por clanes de outsiders, por apátridas que van por las carreteras en motocicletas y que no tiene mayor filosofía que aquella de la ley del más fuerte. El australiano George Miller dirigió este filme en 1979 y puso de moda al policía Max Rockatansky, el Mad Max encarnado por Mel Gibson.


El argumento es conocido, y se trata de otra historia de venganza. Pero en Mad Max se propone una figura individual del renegado, del antihéroe que vive en un entorno libre de legalidad, en medio de una crisis política y militar. Una vez más nos encontramos frente a una visión de futuro de la humanidad pesimista y escéptica. La figura del desierto se va convirtiendo en una metáfora del hombre, en su dureza y hostilidad.



La última ola. Otro australiano, Peter Weir, realizó en 1977 un filme extraño sobre un abogado (Richard Chamberlain), que tiene sueños proféticos sobre trastornos climáticos provenientes de magia aborigen. Tras empezar la investigación de un crimen, y estableciendo contacto con un indio de una tribu local, estos sueños pasan las fronteras de la realidad, y se ve acosado por diversas visiones y hechos en el clima que afectan su convivencia familiar.

La Australia de La última ola refleja las dicotomías del mundo “occidental” y su relación con las minorías étnicas, vistas como más cercanas a un entorno natural, o del primitivismo frente a la modernidad. El horror climático es parte de las superticiones de los nativos y como tales son trasladadas al inconciente del abogado y su visión correcta del mundo. Las peores pesadillas de este hombre están pobladas de cataclismos, tormentas de nieve y fuego, como representantes del terror que vendrá algún día, desde lo irracional.




Blade Runner. Aquí el futuro ya no tiene el color del desierto y su sequedad, sino de la tugurización de las ciudades. Ridley Scott, a partir de la novela de Arthur C. Clarke, propone nuevos códigos urbanos del futuro, donde se habla la “interlengua” y las culturas lucen su mezcla en la arquitectura, en las relaciones sociales, donde los hombres no son los únicos que pueblan la tierra.

La convivencia problemática con los replicantes, proeza de la ingeniería genética, en esta Los Ángeles decadente y oscura, se convierte en el motor vital de un grupo de humanos nebulosos. La presencia de la tecnología como herramienta de control de trasnacionales y la ausencia de una vida natural (marcando las divergencias entre hombre - máquina) son motivos que gobiernan esta ciudad de modo asfixiante, donde la única liberación se encuentra al final del filme: el panorama desde el cielo de montañas y bosques, ya vistos como deseo de un mundo por recuperar.



Wall-e. Andrew Stanton dirige esta película de animación que narra la vida monótona del único sobreviviente de la civilización: un robot reciclador, que vive solitario en lo que fue una gran ciudad. La tierra es un gran basural tóxico, donde no cabe ninguna señal de vida, sólo la existencia de este robot con sentimientos fraternales sin correspondencia. El filme nos ubica en el año 2700 para acercarnos a la aventura de Wall-E y su amiga extraterreste Eva, tan robótica como él, que tratan de salvar a la única planta de todo el planeta. Y como los demás filmes mencionados comparte cierto tufillo pesimista hacia el futuro, donde la humanidad ha ido forjando poco a poco sus conflictos con la naturaleza, que en todos estos casos se muestra como ausencia o como peligro.





Estas visiones de un futuro decadente tienen su contraparte en los innumerables filmes sobre la conservación del medio ambiente, donde se muestran experiencias ejemplificadoras de la vida pacífica con la naturaleza o confrontar el estilo de vida actual de comida chatarra y enajenación industrial. Naturaleza viva o catástrofes climáticos. En el cine, ¿cuál gusta más?

1 comentario:

  1. Disfruto mucho leyéndote querida, a pesar de que conversemos a rato, tengo que decirlo. Sigue así.

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