Qué implica asociar a Blade Runner a la idea de lo moderno o qué aporta la novela de Phillip K. Dick, la personificación de Harrison Ford. ¿Por qué esta película es ejemplo recurrente cuando se quiere hablar de discursos “reciclados”, del pastiche, de la nostalgia por el pasado?
Los detractores podrían decir que Blade runner es una suerte de “sancochado”. Tiene de todo un poco: de cine negro, de cómic, del ciberpunk, de la imaginería pop; pero en esta mezcolanza es que se retrata con gran habilidad el desencanto hacia la tecnología, al desconcierto de identidades, a la aniquilación de las naciones y a la concreción de un mundo totalmente homogenizado. El final del camino que nos depara el fin de la historia y la parafernalia del capitalismo tardío.
Blade Runner no es sólo un filme de ciencia ficción, y en este sentido, transgrede las leyes del género, para oscilar entre el filme noir, el thriller, la aventura, y también el drama. La mixtura, que en sí propicia una nueva lectura de la misma novela de Phillip K. Dick (reinventándola y resignificándola) permite una historia futurista con ambiente anacrónico: una ciudad hiperpoblada, caótica, llena de humanos y de cyborgs, con amazonas aguerridas, con científicos ocultos, con detectives de gabardina y sicarios con antecedentes de todo calibre, pero que viven en medio de “loft”, de almacenes setenteros, de edificios opacos, del concreto más gris. Los Angeles del año 2019 (que tenía también de Hong Kong, Nueva York, por ejemplo) se muestra a través de la exhuberancia tecnológica, de naves espaciales sobrevolando autopistas, pero también de mercadillos neblinosos donde se habla la “interlingua” y se comen tallarines al paso, una Metrópolis de Fritz Lang pero con construcciones piramidales a lo maya para el non plus ultra de la tecnocracia.
El asunto del simulacro: ¿máquina? ¿humano?, parecer humano y no serlo, parecer una máquina y no comprobarlo; estar en el futuro pero a la vez estar en una suerte de limbo, donde hay una fractura temporal, donde se mezclan los tiempos. Este es uno de los mayores atractivos de esta cinta de 1982. ¿Por qué llama tanto la atención la atmósfera postapocalíptica, oscura, alumbrada por el neón, donde hay ausencia de lugares abiertos llenos de luz y vida natural? Blade runner se anunciaba en su año de estreno como filme de sci-fi pero era más que eso, subvierte el canon al proyectar un imaginario futurista desde la misma tierra, sin necesidad de enviar al héroe a Marte o hacerlo viajar dentro de alguna Estrella de la muerte. El futuro está aquí, a la vuelta de la esquina, y está desprovisto de algún goce mítico o positivo: la ciencia, la cibernética, la ingeniería genética no nos iba a hacer mejores humanos. El sueño de Julio Verne o Carl Sagan se vino abajo.
El estreno fue un fracaso en EEUU, recaudando sólo 14 millones de dólares. Ver a Harrison Ford en medio de monólogos semifilosóficos o nihilistas no les parecío buena idea a los fanáticos de Star wars. Muchos esperaban una gran cinta de acción y no lo era, así como tampoco una gran filme de ciencia ficción, lleno de efectos especiales y seres interplanetarios: era una oda al fracaso de la modernidad, valiéndose de los recursos retóricos y formales más repetidos de la historia del cine: la caza del mal, la mujer fatale, el bueno y el malo, el totalitarismo, pero esta vez para enfocar un nuevo punto de vista.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? La respuesta es no. En Blade runner, los únicos que se ven provistos de total humanidad son los replicantes, son los que perdonan, los que sufren por su pasado, a los que les pesa la memoria, los que lloran. Pero en la novela de Phillip K. Dick, el asunto del título obedece a otra cosa. La novela corta transcurre en 1992 (aunque en ediciones recientes esta fecha ha sido cambiada por el año 2021, porque sino no tendría gracia) y en la tierra se ha desarrollado una Guerra Mundial Terminal. Todo el mundo que queda vive con los efectos de un polvo radiactivo, por ello se originan grandes movimientos migratorios que la ONU promueve. Entre sus pedidos, esta organización premia a los que emigren con un androide como sirviente (que en el contexto de la novela son seres de composición biológica). Y dentro de todo este drama nuclear, tener un animal es un privilegio de pocos. Y es aquí donde aparece Rick Deckard, un cazador de recompensas, quien reemplazó a su mascota, una oveja, por una réplica eléctrica del animal para así no perder su estatus social. Deckard se dedica a aniquilar androides fugitivos, que parecen humanos. Como se nota, la similitud con el guión del filme del Ridley Scott es casi mínima o esquemática.
Pero ¿cómo se va armando la idea de un blade runner? El título del filme es una fusión epidermica de ideas extraída de la novela de Alan E. Nourse (cuyo protagonista es un contrabandista de instrumentos quirúrgicos, un blade runner) y de un tratado de cine de William S. Burroughs (Bladerunner, así junto). De ambas se toma sólo el nombre, porque a grandes rasgos, al parecer, no habría mayor influencia. Cinematográficamente, Blade Runner tiene deudas con Metrópolis de Fritz Lang, en el mundo automatizado, la mujer máquina, las brechas sociales, la explotación y el gobierno de la tecnología y sus androides.
Por otro lado, Scott también ha señalado su deferencia al cómic The Long Tomorrow, de Dan O'Bannon, con dibujos de Moebius, que fueron inspiración en las ambientaciones del futuro. También se hace referencia a la conocida obra Nighthawks, de Edward Hopper, ese del establecimiento comercial ubicado en una esquina (también evocado en otros filmes).
El tema de la humanidad y su duda existencial es el gran motivo del filme, que a primera vista puede despistar, y ser visto sólo como la búsqueda de replicantes por un investigador hastiado y desencantado. El modelo Nexus 6 es demasiado perfecto: los replicantes son lindos, fuertes, inteligentes y encima pueden filosofar y poseer recuerdos sutiles y embriagadores. Rutger Hauer, Joanna Cassidy, Daryl Hannah, personifican a una galería del glamour de la ingeniería genética. Un comando, un soldado, una secretaria modosa, una bailarina de night club y una elástica “máquina de placer” muestran el lado humano del que carecen los verdaderos hombres y mujeres.
La famosa frase final dicha por el personaje de Rutger Hauer (“He visto cosas que no creerían. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia...”), y que sería impensable en el contexto del filme escuchársela a Deckard por ejemplo, transmite no sólo la antítesis con lo humano y decadente, sino una conciencia que el mismo hombre ha logrado transmitir pero ya sin valor. Ese conocimiento igual se va a perder: no hay lugar para la preservación, sino para un decurso destructivo.
Blade Runner transcurre en el ambiente de un sistema social donde no se reconoce a simple vista un centro o una periferia, sino sólo una gran metrópolis que concentra todo el poder. Después de ella, o hay nada. Pero no sólo se trata de un asunto económico, pues al haber una homogenización del consumo (la interlingua para las publicidades y las transacciones), también existe una evidente crisis de valores, reflejada en las actitudes de los hérores (la aniquilación de los replicantes o, su descubrimiento, puede significar un dilema de tipo moral). Y en segundo lugar, existe una religiosidad por el progreso, lo científico o la tecnocultura, pero en un sentido como de conformismo, ya deshumanizado y liberado de lo sacro. Pero, como se señalara en la primera versión del filme, aquella que detestó Ridley Scott y que hizo por presión de sus productores, que tiene la voz en off, con imágenes de The shinning de Stanley Kubrick en el epílogo, donde se muestran los paisajes liberadores de bosques y montañas vistos desde las alturas igual tendrían un efecto pesimista: un gran travelling hacia delante que señala que el futuro limpio y puro sólo es disfrutado desde arriba, no se pisa, ni se transita por él.
Blade Runner no es sólo un filme de ciencia ficción, y en este sentido, transgrede las leyes del género, para oscilar entre el filme noir, el thriller, la aventura, y también el drama. La mixtura, que en sí propicia una nueva lectura de la misma novela de Phillip K. Dick (reinventándola y resignificándola) permite una historia futurista con ambiente anacrónico: una ciudad hiperpoblada, caótica, llena de humanos y de cyborgs, con amazonas aguerridas, con científicos ocultos, con detectives de gabardina y sicarios con antecedentes de todo calibre, pero que viven en medio de “loft”, de almacenes setenteros, de edificios opacos, del concreto más gris. Los Angeles del año 2019 (que tenía también de Hong Kong, Nueva York, por ejemplo) se muestra a través de la exhuberancia tecnológica, de naves espaciales sobrevolando autopistas, pero también de mercadillos neblinosos donde se habla la “interlingua” y se comen tallarines al paso, una Metrópolis de Fritz Lang pero con construcciones piramidales a lo maya para el non plus ultra de la tecnocracia.
El asunto del simulacro: ¿máquina? ¿humano?, parecer humano y no serlo, parecer una máquina y no comprobarlo; estar en el futuro pero a la vez estar en una suerte de limbo, donde hay una fractura temporal, donde se mezclan los tiempos. Este es uno de los mayores atractivos de esta cinta de 1982. ¿Por qué llama tanto la atención la atmósfera postapocalíptica, oscura, alumbrada por el neón, donde hay ausencia de lugares abiertos llenos de luz y vida natural? Blade runner se anunciaba en su año de estreno como filme de sci-fi pero era más que eso, subvierte el canon al proyectar un imaginario futurista desde la misma tierra, sin necesidad de enviar al héroe a Marte o hacerlo viajar dentro de alguna Estrella de la muerte. El futuro está aquí, a la vuelta de la esquina, y está desprovisto de algún goce mítico o positivo: la ciencia, la cibernética, la ingeniería genética no nos iba a hacer mejores humanos. El sueño de Julio Verne o Carl Sagan se vino abajo.
El estreno fue un fracaso en EEUU, recaudando sólo 14 millones de dólares. Ver a Harrison Ford en medio de monólogos semifilosóficos o nihilistas no les parecío buena idea a los fanáticos de Star wars. Muchos esperaban una gran cinta de acción y no lo era, así como tampoco una gran filme de ciencia ficción, lleno de efectos especiales y seres interplanetarios: era una oda al fracaso de la modernidad, valiéndose de los recursos retóricos y formales más repetidos de la historia del cine: la caza del mal, la mujer fatale, el bueno y el malo, el totalitarismo, pero esta vez para enfocar un nuevo punto de vista.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? La respuesta es no. En Blade runner, los únicos que se ven provistos de total humanidad son los replicantes, son los que perdonan, los que sufren por su pasado, a los que les pesa la memoria, los que lloran. Pero en la novela de Phillip K. Dick, el asunto del título obedece a otra cosa. La novela corta transcurre en 1992 (aunque en ediciones recientes esta fecha ha sido cambiada por el año 2021, porque sino no tendría gracia) y en la tierra se ha desarrollado una Guerra Mundial Terminal. Todo el mundo que queda vive con los efectos de un polvo radiactivo, por ello se originan grandes movimientos migratorios que la ONU promueve. Entre sus pedidos, esta organización premia a los que emigren con un androide como sirviente (que en el contexto de la novela son seres de composición biológica). Y dentro de todo este drama nuclear, tener un animal es un privilegio de pocos. Y es aquí donde aparece Rick Deckard, un cazador de recompensas, quien reemplazó a su mascota, una oveja, por una réplica eléctrica del animal para así no perder su estatus social. Deckard se dedica a aniquilar androides fugitivos, que parecen humanos. Como se nota, la similitud con el guión del filme del Ridley Scott es casi mínima o esquemática.
Pero ¿cómo se va armando la idea de un blade runner? El título del filme es una fusión epidermica de ideas extraída de la novela de Alan E. Nourse (cuyo protagonista es un contrabandista de instrumentos quirúrgicos, un blade runner) y de un tratado de cine de William S. Burroughs (Bladerunner, así junto). De ambas se toma sólo el nombre, porque a grandes rasgos, al parecer, no habría mayor influencia. Cinematográficamente, Blade Runner tiene deudas con Metrópolis de Fritz Lang, en el mundo automatizado, la mujer máquina, las brechas sociales, la explotación y el gobierno de la tecnología y sus androides.
Por otro lado, Scott también ha señalado su deferencia al cómic The Long Tomorrow, de Dan O'Bannon, con dibujos de Moebius, que fueron inspiración en las ambientaciones del futuro. También se hace referencia a la conocida obra Nighthawks, de Edward Hopper, ese del establecimiento comercial ubicado en una esquina (también evocado en otros filmes).
El tema de la humanidad y su duda existencial es el gran motivo del filme, que a primera vista puede despistar, y ser visto sólo como la búsqueda de replicantes por un investigador hastiado y desencantado. El modelo Nexus 6 es demasiado perfecto: los replicantes son lindos, fuertes, inteligentes y encima pueden filosofar y poseer recuerdos sutiles y embriagadores. Rutger Hauer, Joanna Cassidy, Daryl Hannah, personifican a una galería del glamour de la ingeniería genética. Un comando, un soldado, una secretaria modosa, una bailarina de night club y una elástica “máquina de placer” muestran el lado humano del que carecen los verdaderos hombres y mujeres.
La famosa frase final dicha por el personaje de Rutger Hauer (“He visto cosas que no creerían. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia...”), y que sería impensable en el contexto del filme escuchársela a Deckard por ejemplo, transmite no sólo la antítesis con lo humano y decadente, sino una conciencia que el mismo hombre ha logrado transmitir pero ya sin valor. Ese conocimiento igual se va a perder: no hay lugar para la preservación, sino para un decurso destructivo.
Blade Runner transcurre en el ambiente de un sistema social donde no se reconoce a simple vista un centro o una periferia, sino sólo una gran metrópolis que concentra todo el poder. Después de ella, o hay nada. Pero no sólo se trata de un asunto económico, pues al haber una homogenización del consumo (la interlingua para las publicidades y las transacciones), también existe una evidente crisis de valores, reflejada en las actitudes de los hérores (la aniquilación de los replicantes o, su descubrimiento, puede significar un dilema de tipo moral). Y en segundo lugar, existe una religiosidad por el progreso, lo científico o la tecnocultura, pero en un sentido como de conformismo, ya deshumanizado y liberado de lo sacro. Pero, como se señalara en la primera versión del filme, aquella que detestó Ridley Scott y que hizo por presión de sus productores, que tiene la voz en off, con imágenes de The shinning de Stanley Kubrick en el epílogo, donde se muestran los paisajes liberadores de bosques y montañas vistos desde las alturas igual tendrían un efecto pesimista: un gran travelling hacia delante que señala que el futuro limpio y puro sólo es disfrutado desde arriba, no se pisa, ni se transita por él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario