Si bien la segunda película de David Slade, ambientada en un pueblo de Alaska, se basa de manera casi literal en la novela gráfica de Steve Niles y Ben Templesmith, la mezcla de nieve, sangre y claustrofobia cobran cierto halo que recuerdan al director de La niebla y Vampiros.
Pero la relación sólo queda allí, ya que las semejanzas con La cosa, por ejemplo, en la intención de crear un ambiente de terror en un lugar alejado, en medio de la nada, donde indefensos humanos son atacados de manera desprevenida por un tipo de mal, terminan con la rapidez con la que atacan los vampiros, los nefastos antagonistas de 30 días de noche.
Al parecer John Carpenter, en años recientes, se ha vuelto inspirador de diversas películas del género fantástico, por lo que encontramos reminiscencias de su filmografía, para mencionar algunos casos, tanto en Planet terror de Robert Rodríguez como en 30 días de noche de Slade. Pero la idea del director de Hard Candy es ir por otros recovecos, sin olvidar los puntos clásicos del subgénero de vampiros, ya que apuesta por una suerte de liberación del gore que no se ve de manera usual en cierto cine mainstream, lo que no resulta contradictorio sabiendo que ha sido producida bajo la tutela de Sam Raimi.
La materialización del mal es lo que más interesa en 30 días de noche. Poco a poco van apareciendo los vampiros que ya no dan mordisquitos en el cuello como antaño, sino que destrozan yugulares, y deambulan con la mandíbula ensangrentada mientras exhiben un traje de diseñador (imaginario que ya conocemos, pero que aquí igual funciona). Los chorros de sangre trastocan el espacio desolador de la nieve.
En este filme estadounidense la llegada del mal es igual a la irrupción de un grupo de "extranjeros", máquinas de matar, de vestuario sofisticado y que hablan una lengua desconocida, que son opuestos a los habitantes ordenados, sencillos y tranquilos de Barlow, el pueblo de Alaska que será el lugar elegido para la masacre. Como en toda película donde el código clásico es tipo desconocido se enfrenta a tipo bueno, y donde los forasteros rompen con la normalidad, los vampiros de Slade, como los del cómic, rememoran cierto miedo primitivo.
Josh Hartnett, un actor como siempre muy irregular, encarna a un sheriff que se envalentona cuando quiere, y mucho más si se acerca un periodo climático típico, donde los pobladores no verán la luz del sol sino hasta un mes después. Este fenómeno será aprovechado por esta secta de vampiros (que más parece una horda fascista, con líder incluido -un demoníaco Danny Huston-, que en cada diálogo expone su poderío frente a la inutilidad de los humanos), quienes se alimentaran con cuanta persona encuentren. El joven sheriff del pueblo y su esposa (que es también jefe de los bomberos) defenderán a los vecinos con las pocas armas que merece un pueblo donde no pasa nada. Pero como se trata de vampiros "modernos" no hay estaca ni ajos que valgan. Quizá la unión familiar pueda hacer algo por salvar al pueblo del carnaval de sangre.
El guión escrito por Stuart Beattie y Brian Nelson es fiel a la violencia del cómic, pero igual resulta contenida ante la expresividad del trabajo original de Templesmith. Si bien es una carga sobre los hombros tener el corsé de la fidelidad al cómic, Slade maneja muy bien el sentido del suspenso y se apodera de los interiores de las casas, tiendas, laboratorios para crear sensaciones de encierro, miedo o fragilidad. Sin estos ambientes el filme no sería nada.
Como en Exterminio de Danny Boyle, Slade escoge una perspectiva en movimientos rápidos, con planos movidos para mostrar la lucha entre el sheriff y los atacantes, lo que de alguna manera dispersa la puesta en escena que se había concentrado en los golpes de terror a través de las apariciones violentas de los vampiros.
30 días de noche es una cinta sobre vampiros que atrapa, y que a pesar de tener algunos lugares comunes (más lejos de cualquier versión Drácula y más cerca de Blade o Inframundo) logra efectivos momentos de tensión no sólo para los fanáticos del terror o el gore.
Al parecer John Carpenter, en años recientes, se ha vuelto inspirador de diversas películas del género fantástico, por lo que encontramos reminiscencias de su filmografía, para mencionar algunos casos, tanto en Planet terror de Robert Rodríguez como en 30 días de noche de Slade. Pero la idea del director de Hard Candy es ir por otros recovecos, sin olvidar los puntos clásicos del subgénero de vampiros, ya que apuesta por una suerte de liberación del gore que no se ve de manera usual en cierto cine mainstream, lo que no resulta contradictorio sabiendo que ha sido producida bajo la tutela de Sam Raimi.
La materialización del mal es lo que más interesa en 30 días de noche. Poco a poco van apareciendo los vampiros que ya no dan mordisquitos en el cuello como antaño, sino que destrozan yugulares, y deambulan con la mandíbula ensangrentada mientras exhiben un traje de diseñador (imaginario que ya conocemos, pero que aquí igual funciona). Los chorros de sangre trastocan el espacio desolador de la nieve.
En este filme estadounidense la llegada del mal es igual a la irrupción de un grupo de "extranjeros", máquinas de matar, de vestuario sofisticado y que hablan una lengua desconocida, que son opuestos a los habitantes ordenados, sencillos y tranquilos de Barlow, el pueblo de Alaska que será el lugar elegido para la masacre. Como en toda película donde el código clásico es tipo desconocido se enfrenta a tipo bueno, y donde los forasteros rompen con la normalidad, los vampiros de Slade, como los del cómic, rememoran cierto miedo primitivo.
Josh Hartnett, un actor como siempre muy irregular, encarna a un sheriff que se envalentona cuando quiere, y mucho más si se acerca un periodo climático típico, donde los pobladores no verán la luz del sol sino hasta un mes después. Este fenómeno será aprovechado por esta secta de vampiros (que más parece una horda fascista, con líder incluido -un demoníaco Danny Huston-, que en cada diálogo expone su poderío frente a la inutilidad de los humanos), quienes se alimentaran con cuanta persona encuentren. El joven sheriff del pueblo y su esposa (que es también jefe de los bomberos) defenderán a los vecinos con las pocas armas que merece un pueblo donde no pasa nada. Pero como se trata de vampiros "modernos" no hay estaca ni ajos que valgan. Quizá la unión familiar pueda hacer algo por salvar al pueblo del carnaval de sangre.
El guión escrito por Stuart Beattie y Brian Nelson es fiel a la violencia del cómic, pero igual resulta contenida ante la expresividad del trabajo original de Templesmith. Si bien es una carga sobre los hombros tener el corsé de la fidelidad al cómic, Slade maneja muy bien el sentido del suspenso y se apodera de los interiores de las casas, tiendas, laboratorios para crear sensaciones de encierro, miedo o fragilidad. Sin estos ambientes el filme no sería nada.
Como en Exterminio de Danny Boyle, Slade escoge una perspectiva en movimientos rápidos, con planos movidos para mostrar la lucha entre el sheriff y los atacantes, lo que de alguna manera dispersa la puesta en escena que se había concentrado en los golpes de terror a través de las apariciones violentas de los vampiros.
30 días de noche es una cinta sobre vampiros que atrapa, y que a pesar de tener algunos lugares comunes (más lejos de cualquier versión Drácula y más cerca de Blade o Inframundo) logra efectivos momentos de tensión no sólo para los fanáticos del terror o el gore.
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