El artificio de colocar, por ejemplo, una escena sobre una salida nocturna a Studio 54 a ritmo de Donna Summer plantea una necesidad explícita en esta reciente película de David O. Russell: apelar a lugares comunes de una época icónica, pero también a la imitación de las fórmulas de un cine que parece irrepetible, de polícias, corrupción, mafiosos y estafadores de baja calaña, que remiten a películas de Scorsese, Lumet o George Roy Hill. El problema con American Hustle (titulada en la región como Estafa Americana) reside en su intención de la recreación de la época a partir de algunos tópicos que nunca dejan de parecer estereotipos del mismo cine criminal, como el disfraz, la apariencia, el juego de verdades o el simulacro. Es decir, una suerte de tosquedad en esa percepción de lo que debe ser "una estafa", porque al final de cuentas esta película de O. Russell trata más sobre inventarse condiciones para atrapar mafiosos, a la fuerza, empleando métodos telenovelescos, impulsados por dilemas amorosos y sentimentalidades mundanas. No hay nada que atrapar pero vamos a inventárnoslo.
La artificialidad con que Russell plantea conocer a una Nueva York de los setenta de pequeñas corrupciones apela a la utilización de espacios cerrados, de vida apenas dibujada, como la oficina del FBI donde Amy Adams es llevada presa, o la misma fiesta del alcalde donde cantan Delilah de Tom Jones con poco espíritu de verosimilitud. Tan real como la panza de Christian Bale, los escotes de Amy Adams, el velo del árabe o las uñas pintadas de Jennifer Lawrence. Es como si más que una película sobre estafas nos estuviéramos concentrando en descubrir en cómo O. Russell sale librado de esta formulación conceptual de la máscara, tanto en la historia de amor de Adams/Bale, como en el sueño de ser un policía capaz de Bradley Cooper que arma un teatro con dos o tres elementos que incluso invitan a llamarlo ingenuo en más de tres escenas. Por otro lado, este estilo del set limitado, de las ambientaciones para el artificio, marcan también la intención señalada por acercarse a un cine independiente de aquellos años, de bajo presupuesto y pequeñas productoras, reconstruyendo el uso de espacios donde se siente la limitación, pero que aquí se percibe como tosca y cuasi artesanal.
O. Russell, lejos ya de lo que propuso ya en El lado oscuro de la vida, va construyendo un relato partiendo del flashback, para volver luego al meollo en el que comienza la película y que aclara las relaciones entre la pareja de estafadores y el policía del FBI, encarnado por Cooper. Es allí cuando asoma el Scorsese de Mean Streets, en su estilo narrativo, en el uso de la música para la creación de atmósferas, en los ralentis, sin embargo esto se vuelve en un deseo en el espectador que queda frustrado. Y también es inevitable compararla con el estilo y desparpajo grotesco de El lobo de Walt Street, ya que tiene toda la vitalidad y enajenación que carece la película de O. Russell. Grandes distancias en el modo de narrar la psique de la trampa y el engatusamiento del antisueño americano. (Mónica Delgado).
Espero verla en estos días (oh my Jennifer...). Gracias por la reseña ^_^
ResponderEliminar¿Y ya la viste?
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