Que National Geographic financie una película de Peter Weir solo puede augurar un resultado controlado, ajeno a las anteriores proezas del cineasta australiano, donde solo se puede tener esmero en mostrar la grandilocuencia del paisaje frente a los diminutos personajes en situación de fuga.
The way back o Camino a la libertad (EEUU, 2010) es una película ambientada en plena segunda guerra mundial, en las inmediaciones de un gulag en la Siberia, donde están prisioneros un grupo de disidentes del regimen estalinista, quienes planean la fuga hacia Mongolia, en un sueño casi imposible.
Weir, desde el inicio, hace evidente que está contando un hecho de la vida real y que se trata de un filme de supervivencia, pero dotado del contexto bélico y cruel más filmado de la historia del cine. Este contexto es lo que termina sepultando a esta cinta de pocos momentos logrados, donde apenas existe eso que mueve todo filme de sobrevivientes: el compromiso, la amistad, el sentido común. El comunismo como la lepra del mundo, es de por sí un juicio mostrado en un epílogo fácil, telenovelesco y de resumen histórico que casi resulta un disparate. Igual, Weir no se da por vencido y propone algunas escenas que funcionan, sobre todo rodadas en el desierto, donde la figura de un Ed Harris cobra protagonismo en medio de un reparto sin carisma (incluido un Colin Farrel que intenta hacer de ruso).
Parece que el Peter Weir de La última ola o Capitán de mar y tierra, está un poco aburrido de la vida. Habrá que despertarlo.
The way back o Camino a la libertad (EEUU, 2010) es una película ambientada en plena segunda guerra mundial, en las inmediaciones de un gulag en la Siberia, donde están prisioneros un grupo de disidentes del regimen estalinista, quienes planean la fuga hacia Mongolia, en un sueño casi imposible.
Weir, desde el inicio, hace evidente que está contando un hecho de la vida real y que se trata de un filme de supervivencia, pero dotado del contexto bélico y cruel más filmado de la historia del cine. Este contexto es lo que termina sepultando a esta cinta de pocos momentos logrados, donde apenas existe eso que mueve todo filme de sobrevivientes: el compromiso, la amistad, el sentido común. El comunismo como la lepra del mundo, es de por sí un juicio mostrado en un epílogo fácil, telenovelesco y de resumen histórico que casi resulta un disparate. Igual, Weir no se da por vencido y propone algunas escenas que funcionan, sobre todo rodadas en el desierto, donde la figura de un Ed Harris cobra protagonismo en medio de un reparto sin carisma (incluido un Colin Farrel que intenta hacer de ruso).
Parece que el Peter Weir de La última ola o Capitán de mar y tierra, está un poco aburrido de la vida. Habrá que despertarlo.
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