2.11.11

Niños en el cine: una lista

Luego de la actuación de Fátima Buntix en el papel de Cayetana de los Heros en Las malas intenciones (el papel infantil más emblemático del cine nacional, muy cerca a los ya conocidos de las películas del grupo Chaski, Gregorio y Juliana, guardando las distancias de los contextos y modos de filmar), se me antoja hacer una lista de las cintas con niños que más me han fascinado, donde quizás un lugar común sea que no son vistos como tales (léase al estilo Mi pobre angelito), sino que se muestran en todas sus dicotomías, sin temor a sus lados oscuros, pulsionales o tanáticos. O simplemente mostrados en su verosímil realidad:

La noche del cazador de Charles Laughton. "Este mundo no es para los niños", exclama desde la penumbra una anciana Lilian Gish, mientras protege, con rifle en mano, a los huérfanos John (Billy Chapin) y Pearl (Sally Jane Bruce) del ente depredador que encarna Robert Mitchum. Aunque al final del  filme, luego del proceso de estos niños que van del desconcierto a la firmeza, la oiremos decir "los niños son firmes, saben aguantar".




Veneno para las hadas de Carlos Enrique Taboada.
Ana Patricia Rojo encarna a una pequeña que quiere hacer creer a todos que es una bruja. Manipula, planifica, miente y utiliza con la finalidad de demostrar que es más "poderosa" que su compañera de clase y "mejor amiga". La fascinación por lo fantástico, por el lado mágico de la ficción, deslumbra a este personaje maquiavélico, hasta hacerlo beber de su propia medicina. Nunca un niño lució tan cerca del mal sin necesidad de lo sobrenatural.



El lustrabotas de Vittorio de Sica.
Filmada en 1946, es una de mis cintas favoritas del neorrealismo italiano. Unos cuasi adolescentes lustrabotas, amigos inseparables, caen en una trampa de ladrones y son llevados a un reformatorio, viendo trunco su sueño común de comprar un caballo. Hay una secuencia de incendio en un orfanato que es de antología. La pobreza liada al contexto y desde la mirada ingenua de un niño que cae dentro del sistema como pieza a renovar.




Cero en conducta de Jean Vigo.
Jóvenes diablos en el colegio, rebeldes frente a la opresión de la autoridad docente. Aquí los estudiantes son una masa, que cantan juntos, se imponen juntos, y que se enfrentan en actos de ornamentos mágicos hacia los amagos de liberación. Un cinta evocada en otros filmes, como en la famosa secuencia de la caminata de Los 400 golpes de Truffaut. Estudiantes vistos como presos (pero antagónica a la visión del reformatorio como cárcel en El lustrabotas) y como traviesos que se rebelan, que desobedecen, que hacen los que les da la gana.



My Childhood de Bill Douglas.
La angustia infantil en su expresión más extraña, compleja pero a la vez poco turbia, transparente. Douglas nos ubica en un suburbio de Escocia en los años cuarenta, en el entorno gris y gastado de un niño de ocho años que vive en la miseria junto a su abuela y medio hermano. A modo de pasajes o retazos de vida del protagonista vamos hurgando en un pueblo minero, en el contexto final de la segunda guerra mundial, en las relaciones entre los amigos y familiares, pero sobre todo alrededor del espacio donde se intenta rescatar pese al pesimismo, lo bucólico del ambiente, la posibilidad de la esperanza. Una obra maestra que forma parte de la trilogía de carácter autobiográfico sobre este personaje (My Ain folk y My way home),  y que propone a Douglas como un cineasta de mi altar personal.


 

Y dos más de cajón. Louis Malle argumentando que se aprende más fuera de las clases, sobre todo cuando se trata de convivencia, a través de una de las amistades infantiles más emblemáticas del cine, y un niño bajo la mímesis de la guerra en La infancia de Iván de Tarkovski.


Adios a los niños




La infancia de Iván

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