18.10.11

Las marimbas del infierno de Julio Hernández Cordón

En Las marimbas del infierno, la cámara describe panorámicos, en planos abiertos, mostrando personajes lejanos a la cámara, en faceta social, quizás ubicados en un ángulo del encuadre para insinuar la intención de que en cualquier momento se fugan o se van por las periferias de la imagen. Se deja entrever el fuera de campo, la posibilidad del espacio más allá de la toma, lo que ayuda a expresar este entorno urbano cuasi decadente, de provincia, donde un músico sin trabajo apuesta tocar la marimba con un grupo de metaleros como método original de ganarse la vida.

La marimba, instrumento nacional en Guatemala y México, es el objeto que va a engranar las motivaciones de los tres personajes, ya de por sí paradigmáticos del cine latinoamericano reciente: Alfonso, el músico marginal, sin familia ni casa, que deambula con su marimba con el fin de ocultarse de las maras, las pandillas de la droga y la violencia, quien conoces a Blacko, el músico metalero, médico, vinculado al satanismo pero también al judaísmo, gracias al ahijado contrahecho y de aspecto freak, Chiquilín, que se convierte en nexo de la nueva amistad.


Grabada con fotografía HD cuidada, Las marimbas del infierno (Guatemala, México, Francia, 2011) es una obra de ficción lograda, con mucho humor sutil, con recursos del documental, donde se suele marcar distancia con los personajes. El delirio de meter una marimba en una banda de heavy metal (capital el diálogo de Chiquilín con un experto en música metal) y escuchar la construcción de este nuevo sonido entre nacional y foráneo, propician que esta segunda cinta de Julio Hernández Cordón sea una original forma de acercarse a los temas de creatividad en medio de la crisis, de crear nexos de identidades en clave nada concesiva. En este sentido, el final es coherente con el universo visual propuesto: a huir del encuadre se ha dicho.

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