La exarcebada presencia de lo fálico es casi una obsesión en el mundo de restricciones y pecados que el polaco Borowczyk plasma en la puesta en escena de sus películas eróticas. Es decir, suena redundante mencionar la figura fálica en películas sobre diversas relaciones sexuales, pero al cineasta lo que le interesa es remarcar esta forma casi literal en todo lo que le apetezca: pepinos, extremos de las cabeceras de las camas, esculturas largas, muñecos de madera, plumas de pavo, velas, así, en un modo corriente y poco delicado, al igual que otros objetos que también son tomados con afán fetichista. En Cuentos inmorales (Francia, 1974) reparte en cuatro episodios, ambientados en diferentes épocas de la historia y protagonizadas por mujeres, intenciones sobre la forma en que éstas asumen sus vínculos sexuales de modo singular y con evidente misoginia.
Cuentos inmorales no es una cinta redonda, quizás muy irregular, sin embargo gana en sus atrevimientos por plasmar una predominancia de un mundo donde los hombres apenas figuran como fabuladores o como ensoñaciones (sobre todo a través de narradores omniscientes), pero que terminan sacando ventaja ante la curiosidad sexual femenina, que al final de cuentas se vuelve una tara.
El primer relato La marea, inspirado en un texto del escritor francés André Pieyre de Mandiargues, narra cómo una ingenua adolescente, encarnada por la actriz Lise Danvers, es motivada por su primo, un poco mayor que ella, para que le practique una fellatio, aprovechando que la ha llevado a unos peñascos y donde quedan atrapados por la subida del nivel de mar. La puesta en escena de este episodio es lo más rico de la cinta, basada en primeros planos de labios rosados como encarnación de la cavidad o de senos al descubierto, acompañados del monólogo del primo que explica el símil entre su erección y la intensidad de la marea. Un lejano plano general de la pareja retozando mientras las olas revientan en sus cuerpos indica el manierismo o adornamiento que el cineasta le quiso dar a este despertar sexual.
El segundo episodio, titulado Thérèse Philosophe, que toma como excusa la historia de la monja del mismo nombre que fue violada por un vagabundo y que luego se volvió beata, presenta a una chiquilla del siglo XVIII, que se masturba con un pepino tras excitarse con grabados de un libro prohibido. Fragmento predecible, sin embargo vale la pena el nivel de abstracción que muestra Borowczyk en los planos cerrados de la muchacha en plena contorsión lúbrica.
El primer relato La marea, inspirado en un texto del escritor francés André Pieyre de Mandiargues, narra cómo una ingenua adolescente, encarnada por la actriz Lise Danvers, es motivada por su primo, un poco mayor que ella, para que le practique una fellatio, aprovechando que la ha llevado a unos peñascos y donde quedan atrapados por la subida del nivel de mar. La puesta en escena de este episodio es lo más rico de la cinta, basada en primeros planos de labios rosados como encarnación de la cavidad o de senos al descubierto, acompañados del monólogo del primo que explica el símil entre su erección y la intensidad de la marea. Un lejano plano general de la pareja retozando mientras las olas revientan en sus cuerpos indica el manierismo o adornamiento que el cineasta le quiso dar a este despertar sexual.
El segundo episodio, titulado Thérèse Philosophe, que toma como excusa la historia de la monja del mismo nombre que fue violada por un vagabundo y que luego se volvió beata, presenta a una chiquilla del siglo XVIII, que se masturba con un pepino tras excitarse con grabados de un libro prohibido. Fragmento predecible, sin embargo vale la pena el nivel de abstracción que muestra Borowczyk en los planos cerrados de la muchacha en plena contorsión lúbrica.
El tercer capítulo, Erzsébet Báthory, se encarga de ahondar en el mito de la condesa sangrienta (interpretada por la hija de Pablo Picasso), quien se bañaba con sangre de mujeres jóvenes que eran captadas en redadas. Es un episodio también irregular, pero posee una escena antológica de Báthory en medio de una veintena de mujeres desnudas y enloquecidas peleándose por dejarla desnuda a costa de arrancarle un blanco vestido de perlas. Es importante destacar un detalle, Báthory borrando dibujos de penes que dejaron unas chicas mientras se bañaban. El asco al falo en una dimensión tosca y que refleja con más énfasis la selección del cineasta al colocar en sus cuentos inmorales a puras mujeres desvalidas, que quedan en éxtasis ante formas fálicas en las iglesias o caen rendidas ante relatos sobre eyaculaciones y mareas. Báthory odia al falo, así de simple, entonces merece ser castigada.
El último cuento, Lucrezia Borgia, es el menos logrado y el más descuidado, ya que es más evidente en la manera de representar los vicios de la iglesia, otro de los motivos en el cine erótico de Borowczyk (como la condena a la zoofilia de curas poco probos en La bestia). Está ambientada en 1498 y sólo considera un ménage-à-trois entre Lucrezia, su padre el Papa y su hermano el cardenal. A pesar de este final sin atractivos, Borowczyk llama la atención en esta película por sus improvisados y poco "decorosos" acercamientos al cuerpo femenino, por su ojo hambriento de planos que sensibilicen al espectador, cosa que logra no en pocas escenas.
El último cuento, Lucrezia Borgia, es el menos logrado y el más descuidado, ya que es más evidente en la manera de representar los vicios de la iglesia, otro de los motivos en el cine erótico de Borowczyk (como la condena a la zoofilia de curas poco probos en La bestia). Está ambientada en 1498 y sólo considera un ménage-à-trois entre Lucrezia, su padre el Papa y su hermano el cardenal. A pesar de este final sin atractivos, Borowczyk llama la atención en esta película por sus improvisados y poco "decorosos" acercamientos al cuerpo femenino, por su ojo hambriento de planos que sensibilicen al espectador, cosa que logra no en pocas escenas.
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