El capitán inglés John Smith llega en plan colonizador a las costas de Virginia para descubrir a unos nativos que lo auscultan, lo huelen, lo intimidan en una primera impresión. Unos años antes, en algún lugar de la península de Yucatán, comunes y violentas luchas intestinas entre mayas (aunque válido en el contexto del filme porque en realidad serían representaciones de los aztecas) y pueblos sometidos presagian la caída de un imperio diferente a los que conforman el mito del Buen Salvaje.
Estos pasajes extraídos de las películas El nuevo mundo de Terrence Malick y Apocalypto de Mel Gibson reflejan ciertas miradas sobre la alteridad que son propicias para revisar algunos postulados premodernos a partir de este encuentro de dos mundos que inaugura el tránsito hacia la modernidad. Si estas cintas recurren a diversos mecanismos de representación para expresar sus propias tesis de lo que fue este choque cultural (elección de lenguas, territorialización, vestimentas, estratificación política, social y económica, usos de la moral, teniendo en cuenta el propio imaginario para confrontarlo o compararlo con lo que es el Otro), los mismos vestigios de la Historia han mostrado los suyos de modo no tan lejano: ojos y plumas de extranjeros donde los americanos son sólo personajes o extras y no sujetos (menos en el discurso, menos en la historiografía).
En Malick, los aborígenes, sean de una isla del Pacífico en plena segunda guerra mundial (como en La delgada línea roja) o sean los indios powhatan en el territorio americano del Norte del siglo XVII, viven bajo el credo del panteísmo, en un contacto puro y directo con la naturaleza y regido bajo sus leyes; seres inmaculados y transparentes, cuyas relaciones sociales se ven fecundadas por una cosmovisión a la cual cuida de no presentar como primitiva. Esta visión sublimada sobre el Otro, afianzada por el discurso de la Ilustración y sobre todo por el mito del Buen Salvaje, considera a los indios bellos, solidarios, sin sentido de propiedad y lucro, sin lujuria y violencia, más aptos que los europeos para vivir en un estado realmente cristiano, ya que recordemos que muchos enfoques occidentales sobre América tienen esa carga edénica: el hallazgo del paraíso perdido. El peor enemigo de este inédito entorno natural es el europeo, que pretende ser cristiano, y que sin embargo contradice su dogma (un plano moral) al satisfacer su codicia y su ambición a como dé lugar. La secuencia en la cual los indios powhatan llegan a salvar de la miseria y la hambruna a la pequeña colonia inglesa, al llevarles comida y abrigo a modo de regalo; reflejan así una suerte de pureza y samaritanismo, que deja de lado el ojo por ojo.
Todorov señala que “Colón sólo habla de los hombres que ve porque, después de todo, ellos también forman parte del paisaje. Sus menciones de los habitantes de las islas siempre aparecen entre anotaciones sobre la naturaleza, en algún lugar entre los pájaros y los árboles”. Colón describe en unos de sus diarios que: “Aquí fallaron que las mujeres casadas traían bragas de algodón, las mozas no, salvo algunas que eran ya de edad de diez y ocho años. Y ahí había perros mastines y branchetes, y ahí fallaron uno que había al nariz un pedazo de oro que sería como la mitad de un castellano”. Todorov sostiene que esta mención de los perros en medio de las observaciones sobre las mujeres y los hombres indica claramente en qué registro quedarán integrados éstos. En El nuevo mundo, a través de su recreación sobre la historia romántica del amor entre Pocahontas y el capitán Smith, Malick rechaza con sus imágenes un engranaje de tal naturaleza, puesto que para él el medio ambiente funciona como catalizador del espíritu de los indígenas, es parte de esa unidad entre hombre y entorno.
Malick no tiene mirada de entomólogo, sino de apólogo: el nuevo mundo quedó atrapado entre lo que pudo permanecer de él y lo que fue, y así hay que recordarlo, o al menos evocarlo en la medida que expresa una metáfora que responsabiliza a los colonos de la destrucción de esa forma de vida. Malick concibe al vivir feliz y pacífico de los indios como opuesto al modo desventurado de los europeos, porque las cosas y actitudes que a ellos les faltan como el dinero, la propiedad privada, medidas y pesas, leyes, libros y la preocupación por futuro los haría infelices.
Malick no tiene mirada de entomólogo, sino de apólogo: el nuevo mundo quedó atrapado entre lo que pudo permanecer de él y lo que fue, y así hay que recordarlo, o al menos evocarlo en la medida que expresa una metáfora que responsabiliza a los colonos de la destrucción de esa forma de vida. Malick concibe al vivir feliz y pacífico de los indios como opuesto al modo desventurado de los europeos, porque las cosas y actitudes que a ellos les faltan como el dinero, la propiedad privada, medidas y pesas, leyes, libros y la preocupación por futuro los haría infelices.
De otro lado, Emanuelle Amodio indica que en una época dominada por las imágenes, la importancia de estudiar el uso que se hace de la representación del Otro sobresale con especial fuerza. “El Otro contradictorio, una vez ser diabólico y otra Adán incontaminado; incapaz de actividad política y, al mismo tiempo, habitante de Utopía. El Otro, monstruo y ser angélico. Ese otro que llega a negarse a sí mismo, bajo la fuerza de la represión; y que, sin embargo, es capaz de levantar su rostro cuando el juego de las fuerzas locales le permite espacios para reproducir antiguas imágenes o, también, crear nuevas formas, muchas veces sincréticas”, explica. Y es en este apartado crítico que podemos ubicar a Apocalypto de Mel Gibson, donde el Otro aparece en sus dos dimensiones: egoísta, aguerrido, irracional, recio; pero también es bondadoso, astuto, justo y comunitario. Si bien cuando nos referimos a estas películas no hablamos de asegurarnos que sean reflejo de un pasado remoto con exactitud sino de cómo se representa en el sentido que da Amodio a esa otredad emblemática, que fue lo que originó la alteridad primigenia en este continente.
En Apocalyto nos ubicamos en el universo de aquellos que serán dentro de un breve tiempo los conquistados. Estamos en el preámbulo de la fractura, de la ruptura, pero ese tránsito hacia la llegada española en la descripción de Gibson no tendría ninguna diferencia con la crueldad que destilaban los jerarcas y privilegiados “mayas”. Usamos las comillas porque en el periodo que Gibson ha ambientado su filme prácticamente los mayas ya habían desaparecido como imperio en la península guatemalteca, y Mesoamérica se había transformado y poblado por obra de los diferentes grupos étnicos que luchaban entre eloos.
Apocalypto narra episodios anteriores a la conquista pero igual de caóticos y sangrientos. Si bien la llegada de los españoles destruyó un sistema que recogía y difundía el pasado por medio de códices o la arquitectura, pero también ejercía un poder descomunal basado en el culto a los dioses del cielo y las estrellas, se pone en evidencia la necesidad de una salvación occidental, a través de toda su racionalidad renacentista, para poner un nuevo orden al nuevo mundo. La conquista propició también una interpretación cristiana de la historia (salvación, mesías) y a su vez hizo que primara un desarrollo lineal del devenir humano, dejando de lado el mundo cíclico de los mayas.
El filme se sitúa lejos de lo que se denomina como utopía moderna: no hubo un mundo mágico donde los indígenas fueran símiles ingenuos de Adán o que el continente descubierto fuera el paraíso perdido. Aunque los textos de los primeros cronistas del descubrimiento de América revelan a los europeos como corrompidos y decadentes frente a la inocencia y felicidad de los habitantes de las islas halladas por Colón, Gibson propone una visión pesimista y desestima inclusive que culturas como la Azteca, Maya o Inca, se puedan denominar civilizaciones (algo que sí pudo ser la Grecorromana, o inclusive el fenicio o el egipcio asimiladas ya por el eurocentrismo). De allí el neologismo que da título al filme (Apocalipsis más Egipto, lo que implica una negación o una ironía).
El filme se sitúa lejos de lo que se denomina como utopía moderna: no hubo un mundo mágico donde los indígenas fueran símiles ingenuos de Adán o que el continente descubierto fuera el paraíso perdido. Aunque los textos de los primeros cronistas del descubrimiento de América revelan a los europeos como corrompidos y decadentes frente a la inocencia y felicidad de los habitantes de las islas halladas por Colón, Gibson propone una visión pesimista y desestima inclusive que culturas como la Azteca, Maya o Inca, se puedan denominar civilizaciones (algo que sí pudo ser la Grecorromana, o inclusive el fenicio o el egipcio asimiladas ya por el eurocentrismo). De allí el neologismo que da título al filme (Apocalipsis más Egipto, lo que implica una negación o una ironía).
Tanto las dos cintas mencionadas, o como tantas otras que hablan desde miradas personales o desde el mainstream sobre este encuentro o choque de dos mundos, dejan en claro visiones sobre la alteridad: justificando o no nuestras realidades pluriculturales, pues en ambas existe la idea de nación como trabajo a construir, son las dos alegorías sobre lo nacional y de cómo se sembraron las raíces de lo que hoy es EE.UU. o América como continente. (Extraido de artículo publicado originalemente en la revista Tren de Sombras).
No hay comentarios:
Publicar un comentario