16.11.10

A partir del reestreno de Avatar










Hace unos días el cineasta tailandés de visita en Buenos Aires, Apichatpong Weerasethakul, ganador de la Palma de Oro de la última edición de Cannes, mencionó antes de una proyección, ante la experiencia, cada vez minoritaria, de asistir a una sala de cine, que “quizás tengamos cada uno que crear en casa el cine hogareño e invitar a otras personas, pero esta experiencia es parte del instinto humano, viene desde hace mucho tiempo, cuando empezamos con las narraciones, cuando estábamos en una cueva y hacíamos dibujitos. Esta sala, como la que estamos ahora, es como una cueva moderna y eso es algo que está en nuestra sangre”. La cueva moderna que no se traduce en los multicines ni en los home theater, ni las películas bajadas por el internet. El tailandés habla de algo que hace tiempo encuentro perdido si es que no me reúno con mis amigos o familia los sábados por la tarde para hablar de cine y esbozar esta idea de “cine hogareño”. La comunidad de la cinefilia.

Justo, en esos días en el Facebook un colega señaló que había visto La muerte del señor Lazarescu en su casa, en una versión bajada de Torrent en su laptop, mientras daban la misma película en el marco del Festival de cine europeo. “Uno ve cine donde quiera y pueda”, dijo. Los soportes de los nuevos recursos tecnológicos hace posible que uno pueda ver una película en la sala de su casa, en el jardín de la universidad, o durante un viaje en microbús. Queda fuera de ese contexto la predilección por la textura de una película de 35 mm o de las posibilidades que luego de Avatar provee el 3D en una sala oscura. Yo no sé si una película en mi celular me pueda introducir en el viaje ayahuasquero que logró, ya que la menciono, Avatar en su ilusión de la selva bizarra y fosforescente. Creo que esa película, la de James Cameron, es el motivo perfecto para no disociar aportes tecnológicos y digitales con la oscuridad.
El crítico y estudioso español Roman Gubern estuvo de invitado en el último festival de Mar del Plata hace unos días, donde habló de "la cultura del dormitorio" de los adolescentes y jóvenes, que viven dentro del chat, la televisión y el cine. Gubern pidió no ser "tecnófobos" y recordó una frase del también teórico cultural Paul Virilio: "Se progresa detectando los efectos perniciosos de las nuevas tecnologías".

Gubern dijo que "En el cine tradicional el espectador está en su butaca pasivamente, gozando de un espectáculo ajeno, pero en la realidad virtual cada uno entra en el ciberespacio a vivir entre comillas una aventura ignota en un espacio tridimensional virtual. Y aquí interviene la tiranía del hipertexto: un espectador va para un lado, yo voy para otro, ya no compartiremos una experiencia común". Y es justo de la ausencia de esta experiencia con la que Weerasethakul pretende luchar al mencionar esta idea de cine hogareño o caverna moderna (en su referencia a la clásica caverna platónica). La búsqueda de esta experiencia en común que nos hace menos onanistas y unidimensionales. "Esa misa maravillosa que es el cine, donde estamos todos juntos compartiendo esa comunión mística de la imagen en la pantalla se disuelve", dijo Gubern y aclaró que el espectador dejará esa condición para convertirse en espectador-operador-actor, "ya no sólo espectador". Por ahora, y espero, que mi rol de actriz quede relegado por un tiempo más.

Dos textos de Gubern que uso en esta nota aquí y acá

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