Sin buenos perros en el cine

Hoy se murió Perry To, mi perro. Es un día difícil porque cuesta aceptar lo irremediable. Durante todo este tiempo que nos conocimos me dio calor y compañía. Era la primera vez que mi hijo y yo teníamos una mascota en casa, así que intentamos una buena convivencia, a pesar de las doce horas de trabajo y estudio fuera de casa.

Siempre he detestado el amor desmedido por los animales, ya que me huelen a disparos de fanatismo y poca autoestima. He vilipendiado a las personas que repiten sin pensar que el perro es el mejor amigo del hombre; claro, así cualquiera elige a un mejor amigo que no hable, que se aguante tus monólogos insípidos y sacie tus carencias afectivas. Sin embargo, mi relación con Perry fue otra cosa, un romance naif, alucinado, infantil. Ahora comprendo mejor la actitud de un novio que perdió a su perro, al cual buscamos semanas; caminamos por decenas de calles gritando su nombre, pegamos afiches, fuimos a la radio, a los canales de televisión, pero fue infructuoso. Jamás lo volvió a ver.

Y a estas horas de la noche, pienso en mi perro zombie y en las películas sobre perros que siempre odié. Me digo, cuál es la mejor película sobre perros, y no me queda más que responder que Perros de la calle o El perro andaluz, ja. No hallo alguna importante,  que escape de los clichés del perro bonachón, lunático o buena onda, salvo aquella del perro volador de La historia sin fin, o si me pongo en otro plano menos fantástico ubico a los canes malditos de Amores perros.

Ahora que Perry es una ausencia tosca aquí en la casa, me urge encontrar a algún perro célebre del cine, por favor, a modo de consuelo, pero mi memoria herida y nostálgica no da para más.