13.10.10

Miyazaki es un Totoro




















Preguntarse por qué Hayao Miyazaki ha tenido tanto éxito más allá de las fronteras de su país tiene fácil respuesta si es que pensamos en Disney, quienes han distribuido sus películas, o en la fama de los animes. Pero sí es importante saber por qué sus trazos y estilo, la manera en cómo narra universos fantásticos que están en el limbo con lo real y en cómo construye personajes anodinos, causan tanta fascinación y admiración en el mundo occidental.

¿Cuáles son las diferencias del cine de Miyazaki con la animación de Hollywood, y con la misma tradición del anime japonés? Miyazaki se inserta en la historia del anime a partir de sus colaboraciones para las series Heidi y Marco, y ya luego como autor en La Princesa Mononoke o El viaje de Chihiro, y responde a la línea creativa de esta vena artística nipona a través de los siguientes motivos: personajes pseudohistóricos, periodos temporales reconocibles, una japonización de sus ambientes y personajes, fisonomías paradigmáticas, y sobre todo relatos con reminiscencias anacrónicas o futuristas.

En el cine de Miyazami vemos verdaderos personajes, en una puesta en escena con mucho sentido cinematográfico, además de proponer historias complejas, no sólo para un público infantil, como se suele asociar a todo tipo de animación, sino a un público más adulto, para el cual coloca subtramas o discursos que necesitan análisis o lecturas más atentas. Asistimos a la concreción de mundos completamente llenos de anacronismos, pasión por los seres semifantasmales, donde la naturaleza se esfuerza por sobrevivir a punta de magia y con la ayuda de chiquillas en plena pubertad. Las obras literarias o las mismas referencias al cine fantástico (Alicia en el país de las maravillas o a El Mago de Oz), quedan subvertidas, recreadas, vueltas a la vida bajo otros ojos, donde existe lugar inclusive no sólo a lo surreal sino al aturdimiento de los sentidos: lugar para el hedor, los aromas, las texturas, la gula, por ejemplo.

Si tomamos, para ubicar ciertas características de su cine, a Kiki’s Delivery Service, Porco Rosso o El castillo ambulante, nos encontramos con heroínas o héroes, brujos y maldiciones en una Europa desterritorializada, anacrónica, donde las máquinas (sean artesanales pero igual de sofisticadas) forman parte de un espacio caótico pero también modoso, urbano y postindustrial pero con aura élfica o medieval. Pero si hablamos de Mi vecino Totoro, La princesa Mononoke o El Viaje de Chihiro las motivaciones estilísticas de Miyazaki son otras: Japón milenario y mítico, dialéctica de la naturaleza versus la de los humanos, mezclas de imaginarios nativos con mitologías escandinavas, discurso ecologista, campo versus ciudad, etc. Pero mujeres, casi siempre adolescentes, son las que llevan el hilo conductor de todo su universo de totoros, kodamas y ohmus.

Fundador de la célebre productora Ghibli, Miyazaki pone en cada filme su sello personal, en aquellos dioses hediondos, en sus aeroplanos de juguete, en ese castillo andante con alma de fuego, en las ancianas dinámicas que ante poco se pueden rendir. Miyazaki es un Totoro.

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