El documental Joy Division (2007) de Grant Gee recoge material inédito (audios y tomas de algunos conciertos), entrevistas a los ex integrantes, a los productores, diseñadores, y amigos cercanos del grupo, para dar cuenta de los orígenes de Joy Division en un Manchester industrial en los sesenta (complejos habitacionales obreros, fábricas, crisis laborales) y para colocar más piezas sobre la figura mítica de Ian Curtis, suicida en 1980.
Resultaría un trabajo convencional de Gee, quien ha dirigido otros documentales sobre Radiohead y Gorillaz, sino fuera por ese halo de sentimiento de culpa por la muerte de Curtis en todo el metraje. Desde mostrar a Manchester como una ciudad deprimente (por ahí uno del grupo dijo que en su infancia no vio nunca un árbol cerca de su casa) hasta lograr que los hoy New Order lamenten haber ignorado el pesar que vivía Curtis.
Por su parte, Control (2007) de Antón Corbijn, quien también aparece en el documental de Gee, nos acerca a la intimidad de Ian Curtis, quien aparece tal y como se lo ha mitificado: como un iluminado, un maldito, un epiléptico suicida con voz de barítono que leía a Wordsworth y que adoraba a Iggi Pop y a Bowie, que se casó adolescente, que compuso canciones memorables y que las interpretaba como si estuviera en trance. Control retoma todos estos puntos para conformar la figura de Curtis: todo sucede tal y como lo sabemos, tal y como lo hemos leído o escuchado alguna vez, aunque Corbijn le quita a la depresión o bipolaridad de Curtis cualquier dramatismo que lo exagere.
Filmada en blanco y negro (recordemos que Corbijn es un reputado fotógrafo, y director de videoclips famosos de Depeche Mode, por ejemplo), Control es fiel a la biografía escrita por la viuda de Curtis, y por ello está llena de citas, recuperando casi de manera documental toda una época: desde el programa de Tony Wilson, las facciones de los otros Joy, los conciertos del grupo, hasta alguna memorabilia emotiva de la Factory.
Filmada en blanco y negro (recordemos que Corbijn es un reputado fotógrafo, y director de videoclips famosos de Depeche Mode, por ejemplo), Control es fiel a la biografía escrita por la viuda de Curtis, y por ello está llena de citas, recuperando casi de manera documental toda una época: desde el programa de Tony Wilson, las facciones de los otros Joy, los conciertos del grupo, hasta alguna memorabilia emotiva de la Factory.
Ver al actor Sam Riley es casi un ritual mortuorio, ya que su personificación en las performances de los conciertos es casi idéntica, aunque desempeñando este rol fuera de ellas, casi desdramatizado, deja mucho que desear.
Control es casi un filme para fanáticos (por la recreación, por el luto de la hora y media del metraje, por las canciones emblemáticas de la banda, por darle otra versión menos farandulera de las dudas existenciales de Curtis), pero desfallece si poco se conoce del grupo (tal como sucedía como 24 hour party people de Winterbotton).
Exacto, Control está dirigido a una minoría que ha visto en este filme un recuerdo digno y maravilloso de un genio que se fue con poco pero que nos dejó muchísimo.
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