Me acerqué a este primer largometraje francés de Raúl Ruiz interesada en ver la actuación del crítico de cine peruano y amigo Federico de Cárdenas, quien en ese entonces vivía en París, y que en alguna reunión había comentado su amistad con el cineasta y mencionado algo sobre su participación en este filme. En segundo plano quedó mi interés por conocer algo más de la obra inicial de Ruiz, lo que puede sonar medio hereje. De por sí, Diálogos de exiliados (1975) es una película estupenda sobre los interiores de la izquierda chilena en el exilio, narrada con un ojo en busca del chiste absurdo, de las contradicciones y debilidades de una generación militante y frustrada.
La cinta describe los sucesos dentro de un piso parisino, donde viven hacinados decenas de amigos exiliados en busca de soluciones, todos ellos encarnados por actores no profesionales, gente cercana al cineasta que se interpreta a sí misma, por decirlo de alguna manera, como el mismo colega Percy Matas (productor del filme también), el argentino Edgardo Cozarinsky, Françoise Arnoul, Carla Cristi, Daniel Gélin o Sergio Hernández, para mencionar a algunos.
Sergio Hernández encarna a un cantante enviado por la junta para contar qué está pasando en Chile en plena dictadura, sin embargo queda raptado en la casa del hacinamiento. o centro de operaciones. A través de este despegue seguimos decenas de diálogos y situaciones hilarantes, que van descubriendo el alma chilena en clave casi documental, siguiendo su ansiedad por el cambio, la desesperación por oir noticias felices desde Chile.
La cinta se centra en las conversaciones, de allí el nombre del filme, de una serie de personajes que viven en condiciones difíciles, tanto políticas como sociales y familiares. Fácil el tema se hubiera prestado para el típico drama donde el exiliado aparece como víctima, pero Ruíz, fiel a su lado más creativo e irreverente, enfoca su relato en capturar con ironía los procedimientos de socialización dentro de los códigos de la militancia o filiación política: discutir y votar por temas irrisorios, una huelga de hambre para resolver un problema diplomático, tomar dinero de campañas para otros fines, etc. El partido comunista chileno terminó por odiar esta película, ya que hizo ver a sus miembros ridículos o demasiado desnudos.
Raúl Ruiz refleja aquí un espíritu analítico, capaz de desentenderse de filiaciones o dogmas en un contexto tan difícil como el exilio, cuestionando el actuar de la izquierda en tiempos en que tal reflexión era un sacrilegio. Si bien los años han pasado, la cinta mantiene una frescura e ironía sutil, plasmadas de modo colorido, y por momentos algo amateur (se notan las malas actuaciones). Diálogos de exiliados es más que un documento, es casi una radiografía de identidades y vueltas de tuerca ideológicas, es una delicia y uno de los trabajos más personales de Ruiz.
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