20.8.10

Sorum de Yoon Jong-Chan


Suelo quejarme de películas que se promocionan como algo que no son: "la más espeluznante después de Ringu", "más hilarante que Shaolin soccer", "más balas que en Breaking News", pero con Sorum (2001), la ópera prima de Yoon Jong-Chan, sucede absolutamente lo contrario.

Si bien este filme coreano se publicita con el slogan "¿Crees en los fantasmas?" (como reza la carátula del DVD y el afiche publicitario), y puede engañar al espectador que busca escalofríos tipo obras de Takashi Shimizu o Hideo Nakata, Sorum es un thriller psicológico lleno de sutilezas y ambigüedades, de personajes enajenados, alienados y frágiles en situaciones límite, de secretos colectivos que salen a la luz a modo de enigma o rompecabezas, donde no aparece ni un sólo fantasma o hecho sobrenatural. Y la verdad, es una ausencia que se agradece.

Sorum tiene todos los elementos perturbadores de una cinta de terror: pasadizos oscuros en un edificio abandonado y aparentemente embrujado, luces intermitentes que fallan justo en el momento más inesperado, gente que deambula con la mirada perdida y, sobre todo, mucho silencio. Pero Solum es una película que va a ir escapando de esa primera impresión.

Un taxista nocturno acaba de mudarse al departamento 504 del edificio Migum en un barrio del mismo Seúl, donde viven un escritor fracasado obsesionado con el crimen ocurrido en el cuarto del advenedizo, una vendedora solitaria que es golpeada a diario por su marido y una joven profesora atormentada por el suicidio de su novio en el mismo lugar. Todos ellos interactúan muy poco, salvo el taxista y la vendedora, quienes entablan una relación amorosa de lo más extraña, gobernada por el mutismo y el humo del cigarro. Y este es un elemento importante, puesto que no recuerdo otra película donde los personajes fumen tanto, de manera compulsiva y necesaria.

Sorum tiene toda la atmósfera de la desolación, de la decadencia y el individualismo extremo y aturdido, donde los espacios abiertos y silvestres inclusive se ven pervertidos por la humareda del cigarrillo, no a la manera estilizada de los fumadores de Wong Kar-Wai, sino como recurso para tapar el lento transcurso del tiempo. No se habla en Sorum pero sí se fuma: una manera del horror vacui.

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